_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cerdos, locos y santos

A cada cerdo le llega su san Martín, pero también su san Antón, que es la fiesta de exaltación de su raza. La de san Antón es la primera cita del calendario festivo madrileño, la primera del nuevo año, pues la de los Reyes Magos puede considerarse como una secuela, una posdata de la Navidad. San Antón, abreviatura familiar de san Antonio Abad, fue ermitaño antes que fraile y es representado en los altares acompañado por un gorrino, bestia profana generalmente marginada en la iconografía católica pese a los buenos servicios prestados por su especie no sólo a la nutrición, sino también a la inquisición como piedra de toque para detectar infieles moros y judíos. Los cerdos junto con los peces, dice un aforismo del I Ching, son los animales menos espirituales de la creación, una parroquia que pudo haber dejado en ridículo al mismísimo santo de Asís, autor de sonadas conversiones entre los lobos de colmillo más retorcido.El culto a este santo protector, abogado y patrono de la grey animal se concertaba en Madrid cada 17 de enero en la procesión de las Vueltas de San Antón, una de las más antiguas tradiciones madrileñas, vestigio de aquellos tiempos en los que la villa hecha corte aún no se había sacudido el pelo de la dehesa y seguía dependiendo de la agricultura y la ganadería. San Isidro y san Antón son dos mediadores entre el mundo rural y el sobrenatural, dos intermediarios fuera de lugar desde hace mucho tiempo en esta urbe que está pidiendo a gritos un santo patrón del tráfico automovilístico, quizás un arcángel de flamígera espada, un expeditivo taumaturgo capaz de contener a las acorazadas turbas y a sus endemoniados aurigas con un vigoroso exorcismo.

La procesión y la bendición de los animales que tiene como escenario la calle de Hortaleza y la iglesia del colegio de San Antón es un desmedrado fantasma de lo que fue antes de que las bestias de cuatro ruedas sustituyeran a la tracción animal, expulsando de las calles a las últimas mulas, espantadas con terribles rugidos y fieros bocinazos.

En mis años de alumno del colegio de San Antón, hoy cerrado, tapiado, incendiado, abandonado y arruinado, tuve que soportar innumerables bromas acerca del doble patronazgo del santo sobre los animales y los colegiales del viejo caserón de la calle de Hortaleza; es lógico, venían a decir los bromistas, que a los más burros los manden a San Antón.

Bajo sus, venerables y patriarcales barbas, oculta san Antón un pasado turbio y turbulento. Hasta bien entrado el siglo XVII, la procesión del día de san Antón era una romería pagana, irreverente y blasfema, al estilo de las fiestas medievales del "rey de los locos" cuando la plebe callejera subvertía el orden establecido y coronaba a uno de los suyos como monarca supremo por un día.

En 1619, las autoridades con poder los restantes 364 días del año dictaron un bando prohibiendo a "la mojiganga del rey de los cochinos" entrar en el templo de san Antón y desfilar por la! calles del centro urbano. Éstas y otras noticias sobre la insumisa fiesta la da Pedro de Répide en un libro hoy casi inencontrable titulado Costumbres y devociones madrileñas. Describe el ameno cronista en sus páginas la carrera de cerdos que corrían motivados por sus porqueros que exhibían, ante ellos escudillas repletas de comida. El marrano ganador era ceñido con una guirnalda de ajos y cebollas como príncipe de su especie. Luego la rústica corona iría a parar a las sienes del "rey de los cochinos", un porquero elegido por sorteo entre los del gremio. Investido de tal guisa, el monarca encabezaría la procesión a lomos del cerdo principesco hasta el templo para solicitar en tono jocoso la bendición del pan y de la cebada que en el año les nutriría a ellos y a sus manadas.

De orgía, bacanal y saturnal, califica Répide la pagana fiesta que a continuación se organizaba en prados y dehesas: "Después era la bacanal sin freno. La tremenda algarabía de berridos, relinchos y rebuznos, junto con los gritos y los cánticos de la plebe que comía y bebía sin saciarse jamás. Llegábales la noche, y aquel tropel tumultuoso, donde acababan por tener lugar todos los desmanes, hasta los más sangrientos, era una orgía sabática".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_