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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ramadán de sangre

LA OPINIÓN ilustrada en Argelia sostiene que la atrocidad de muerte que vive el país no es una guerra civil, puesto que la nación no se halla dividida en dos bandos, sino que dos bandos, Gobierno y paramilitares, de un lado, y guerrilleros integristas de otro, se hacen la guerra tomando como blanco al tercer Estado, esa gran mayoría de la población que no tiene más partido que el de morir impunemente. Pero, civil o no, la guerra argelina está más que generalizada. Con el Ramadán, que ahora comienza, los terroristas del GIA han redoblado su furor criminal causando más de 200 muertes en las últimas semanas. El macabro récord de 1996, con casi 500 muertos durante el mes del ayuno islámico, puede ser fácilmente batido en este tránsito de 1997 a 1998.Lo que hace aún más ominosa esta estadística es que no nos hallamos ya ante una contienda entre fuerzas de seguridad y terroristas islámicos, sino frente a una pavorosa ampliación de los actores en presencia. Si en estas jornadas ha sido la guerrilla la mayor responsable de las matanzas, antes, durante y después lo han sido también los paramilitares, milicias civiles, presuntos auxiliares del poder, pero que, en lo táctico, actúan con total independencia, exterminando civiles, de preferencia en zonas de implantación integrista. En lo estratégico obran de común acuerdo, al menos, con una parte del Ejército, la que se conoce como de los erradicadores, aquellos que sólo creen en la violencia para derrotar al islamismo.

Lo peor de lo que sucede en Argelia no es ni siquiera que el presidente Liamin Zerual, vencedor en 1996 en unas elecciones razonablemente limpias, no sea capaz de hacer que arraigue una verdadera democracia, sino que el ex general ni siquiera domina plenamente la situación en los corredores del poder. Trata de presidir sobre un Ejército dividido, asumiendo esa violencia paramilitar, para sostenerse en su puesto.

Occidente, genuinamente representado por la antigua metrópoli, Francia, parece como que haya renunciado incluso a horrorizarse, y apoya al régimen argelino con su inestabiliad presente e incertidumbre futura. España también calla. ¿Hay solución al drama de Argel? Probablemente, no. Una intervención intemacional, incluso sólo humanitaria, debería contar con una invitación oficial del Gobierno argelino, y ésta no va a producirse, ya que equivaldría al reconocimiento de la beligerancia guerrillera. Eso tampoco quiere decir que Europa deba permanecer cruzada de brazos.

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Promover la legalización de todos los partidos que no recurran a la violencia, como es el caso del FIS, principal fuerza integrista, sería el primer paso para empezar a hablar de un calendario de establecimiento de la democracia. Ese primer paso sólo puede darlo el poder. El gas y el crudo argelinos, que es lo que interesa a Occidente, no estarán eternamente garantizados por unas instituciones que no pueden derrotar militarmente a la guerrilla. Las elecciones legislativas, cuya segunda vuelta fue suspendida en enero de 1992, porque el FIS iba a ser su seguro vencedor, quizá son todavía hoy, con una reedición de los comicios, la única salida a este Ramadán de sangre.

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