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Tribuna:NUTRICIÓN Y BIOTECNOLOGÍA
Tribuna
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Los alimentos transgénicos

En las últimas semanas hemos asistido a un resurgir de las campañas de diversos colectivos ecologistas contra de los llamados alimentos transgénicos. La línea argumental es común: son peligrosos de comer, provocan problemas en el medio ambiente y sólo benefician a las transnacionales que los producen. ¿Qué hay de cierto? Hay que entender primero qué son esos alimentos: productos biotecnológicos en cuya obtención se han utilizado técnicas de ingeniería genética. Desde el punto de vista conceptual nada nuevo en la tecnología de alimentos, ya que desde los albores de la historia se ha venido haciendo uso de una burda herramienta genética, el cruce sexual y la posterior selección. Técnicamente, algo muy distinto, ya que con la ingeniería genética podemos modificar un único gen del genoma de un animal o una planta comestible.¿Son seguros para la salud? Si nos atenemos a criterios científicos son tan seguros, si no más, que cualquiera del supermercado. Dada la tecnología genética, conocemos mejor los cambios introducidos en una patata transgénica que en una variedad tradicional de este vegetal obtenida por mejora clásica. Pero además, para poder ser comercializada esa patata transgénica debe superar largas pruebas de laboratorio encaminadas a delimitar su composición y demostrar su falta de toxicidad. Sólo entonces podrá ser vendida. No son pruebas rutinarias o triviales. En el caso del tomate MacGregor, el primer alimento transgénico comercializado, la empresa productora tuvo que hacer decenas de ensayos más de cuatro años hasta tener el permiso. Y lo más importante para el consumidor español: así será con todos los que se comercialicen, ya que tras la entrada en vigor del Reglamento de la CE se están creando comités de científicos independientes que supervisarán su bondad higiénico-sanitaría. Frente a este control exhaustivo recordamos que todo alimento tradicional obtenido por mejora clásica no precisa estas pruebas, y sin embargo nadie alza la voz, aunque no sepamos cuántas plazas de su patrimonio genético hemos cambiado. Exijamos como consumidores el mismo nivel de control para todos los alimentos, sean transgénicos o no.

¿Son los transgénicos un riesgo para la naturaleza? Sus detractores así lo piensan, sobre todo los vegetales transgénicos. Por un lado argumentan que puede producirse una transferencia del gen modificado desde la variedad transgénica a especies salvajes, con la consiguiente ruptura del equilibrio ecológico. Estos fenómenos de transferencia se pueden producir en la naturaleza con una frecuencia extraordinariamente baja, pero no nula. Por ello se precisa un control sobre la liberación de esas especies transgénicas. Pero el lector debe saber que ese control se hace, y que cualquier liberación al ambiente de plantas transgénicas implica una solicitud previa evaluada y seguida por un comité de expertos. Por otro lado son varios los grupos ecologistas que opinan que usar variedades vegetales transgénicas puede amenazar la biodiversidad. Si repasamos la historia veremos que los mayores atentados contra la biodiversidad alimenticia los cometemos los consumidores cada día. Hace 300 años en Lleida había dos docenas de variedades comestibles de manzanas. Hoy sólo dos, y sin haber aplicado técnicas de ingeniería genética. Los motivos son claros: el consumidor ha exigido un determinado patrón organoléptico de manzana y el productor ha sesgado sus cultivos para satisfacerle. ¿Son los transgénicos un factor adicional que pueda incrementar esta tendencia? No hay motivo racional que lo indique, pero no debemos bajar la guardia. El problema de la biodiversidad es de todos, y sobre todo incumbe a los científicos. Por ello, y no por la producción de transgénicos, debemos concienciar a los conciudadanos de la preservación de la biodiversidad, y favorecer crear y mantener colecciones de cultivo y bancos de germoplasma, labor en la que muchas veces se echa en falta el apoyo de determinados grupos ecologistas.

Es claro que las compañías productoras de transgénicos buscan un beneficio por su venta. Algunas comentaron en su día que los transgénicos solucinarían el hambre en el mundo. Sin duda una torpe campaña publicitaria, ya que es evidente que ese problema tiene solución sin ingeniería genética, simplemente con un mejor reparto de los excedentes alimentarios. En el otro flanco, los opositores a los transgénicos exponen que el mercado de semillas transgénicas estará en manos de unas pocas transnacionales, con el consiguiente riesgo de monopolios. ¿Saben en manos de cuántas compañías está la venta de semillas no transgénicas? En manos de las mismas que han tenido la capacidad y el atrevimiento de invertir en I+D. Como en el caso de los automóviles, no más de dos docenas de compañías. En resumen, es evidente que las repercusiones económicas de los transgénicos, como las de todo desarrollo tecnológico, son importantes y en cierto modo impredecibles. Pero es importante finalizar esta reflexión económica indicando al consumidor que no todo el desarrollo de transgénicos se hace en laboratorios privados. Hay centros públicos, con financiación pública, que investigan en esa producción. El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) es un claro ejemplo. En sus laboratorios se han desarrollado alimentos transgénicos que solventan problemas para agricultores y ganaderos. Valga como botón de muestra una levadura panadera transgénica que evite problemas de siergenicidad al sector. Quienes en centros públicos investigamos la producción de transgénicos asistimos a un enfrentamiento entre dos grupos: las multinacionales productoras y las de la ecología. Nuestro deber como funcionarios públicos es explicar al consumidor que paga nuestro sueldo la realidad científica, para que decida. Por desgracia en España es fácil de decir, pero difícil de hacer. ¿Qué vende más, una noticia sobre una campaña publicitaria de oposición a un producto o un juicio científico razonado?

Daniel Ramón Vidal es coordinador nacional de Ciencia y Tecnología de Alimentos del CSIC.

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