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Tribuna
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La vida sigue

Al principio se ve la parte de fuera del partido, todo lo que queda a este lado del Bernabéu: quioscos con banderas; policías a caballo; grupos que gritan canciones que pueden empezar con diferentes insultos pero acaban siempre con la palabra "Gaspart"; un hombre que aguarda en la entrada del palco para darle un puro a Lorenzo Sanz y jura que siempre que lo ha hecho el equipo ha ganado... Pero, por encima de todo, están los reventas, docenas de ellos, tipos que te ofrecen en voz baja entradas de cualquier clase y según les va echando el tiempo encima van teniendo pinta de no irles demasiado bien el negocio, porque cuando pasas a su lado te miran lo mismo que si ellos tuvieran mucho hambre y tú fueses un escalope. De pronto, aparece una chica de unos quince años: había quedado con un amigo, pero no se ha presentado y le gustaría vender la entrada. Los reventas la rodean, le preguntan de qué tipo de localidad está hablando, le dicen que ahí no puede estar, defienden su territorio. Menos mal que al final aparecen dos vigilantes y ponen paz deteniendo... a la chica. "Que se joda", dice uno de los reventas.Luego empieza el partido. La gente que hace dos años chillaba a Luis Enrique por estar en el Real Madrid ahora le chilla por haberse marchado. Al cuarto de hora, empieza a cundir el pesimismo y un espectador desvela a los que le rodean la clave del choque: Van Gaal -dice- parte con ventaja, porque le han dejado alinear a once jugadores en su equipo y a Amavisca en el Madrid. Y no parece que le falte razón, porque esta noche el juego del conjunto local podría definirse con el siguiente aforismo: No hay nada que recupere Redondo que no pueda perder Amavisca.

Al final, llega todo lo que no se ve: los vestuarios, la sala de prensa, los autógrafos, las decla raciones. Delante de la sala de prensa, en la que irán apareciendo poco a poco algunos de los protagonistas que han pedido los medios de comunicación - Van Gaal, Heynckes, Suker, Mijatovic, Cañizares-, hay un espacio al aire libre por el que desfilan todos los demás y que está abarrotado por cámaras, reporteros, familiares y amigos de los jugadores, empleados, directivos. Algunos, como Roberto Carlos -con su hijita Roberta comiendo caramelos alrededor de él- o Luis Enrique, son asediados por los micrófonos y las grabadoras. A otros -Guti, Pizzi, Chendo, Fernando Sanz-, no les hacen ni caso: no han jugado, de manera que no existen. Ya lo debía el poeta Luis Rosales: "El amor es eterno, mientras dura". Dentro de la sala de prensa, el personal va perdiendo interés: mientras habla Suker y Cañizares tienen la cara perfecta para ir a merendar a un funeral-, una periodista le pregúnta a otra: "Qué trenca tan mona. ¿Es de mucho abrigo?".Y es que, como diría un mal cronista que necesitase dos líneas más para acabar su texto: la vida sigue. Al fin y al cabo, no hay un mal resultado que no pueda borrarse con un buen, recuerdo, como demuestra la madre de Raúl, cuando se acerca a una periodista, para pedirle una foto de su hijo vestido con la camiseta de la selección: "Pero que sea con la del uniforme blanco -dice-, porque de ésa no tenemos ninguna".

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