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Reportaje:PLAZA MENOR: RUIZ JIMÉNEZ

San Bernardo: flor de ceniza

A la glorieta de Ruiz Jiménez no le llaman por su nombre ni los herederos de don Joaquín, político monárquico, concejal y teniente de alcalde cuando el conde de Romanones era el primer edil de Madrid y, por fin, alcalde hasta el advenimiento de la República. Comparte don Joaquín el mismo mal de anonimato con el pintor Sorolla, cuya plaza todo el mundo conoce por Iglesia, y con don José Ortega y Gasset, que sigue habitado y usurpado por don Alberto Lista. La culpa, en parte, la tiene el Metro, que es partidario de la nomenclatura castiza y no rebautizó sus estaciones con los cambios del callejero.Sin embargo, a la calle de San Bernardo, que atraviesa de sur a norte la glorieta, ya nadie le llama calle Ancha, como antaño, porque en esta parte Madrid se ha encogido bastante. A los bulevares que cruzaban de este a oeste la plaza tampoco les llaman así porque hace mucho tiempo que desaparecieron; su desaparición ensanchó la calzada, pero redujo la importancia de las calles propiamente dichas al despojarlas de su acera central para dar paso a la brigada motorizada e invasora.

La calle Ancha comenzó a estrecharse cuando desapareció la Universidad Central de San Bernardo; entonces languidecieron los cafés y las chocolaterías, las librerías, las pensiones y los restaurantes económicos. Es cierto que las alumnas y alumnos de los institutos Lope de Vega y Cardenal Cisneros siguieron dotando de cierta animación al entorno, pero desde el punto de vista económico su aportación sólo contribuía a mejorar las ventas de los puestos de pipas y chucherías, de los futbolines y de los cines de sesión continua. En la calle Ancha de San Bernardo hubo palacios célebres por sus salones y saraos que hoy albergan sombrías dependencias ministeriales, y aún queda algún que otro convento cada día más encerrado en sí mismo, sin más vida exterior que la que le otorgan los sucios grafitos de sus muros; la procesión va por dentro.El cronista Pedro de Répide, que vivió y narró el final del esplendor y el inicio de la decadencia de la zona, ya habla de la desaparición de los grandes cafés, que se sustituyen por los tupis, cafetines estrechos y modernos, sin peluches ni tertulias. Los tupis, hoy extinguidos, tomaban su denominación de una marca de cafés que a su vez la había tomado de los tupinambas, tribu amerinidia del bajo Amazonas, extinguida también, aunque no precisamente por su adicción a la cafeína.

Husmeando bajo las modernas fachadas de muchos establecimientos de la calle Ancha, aún pueden rastrearse las huellas de los antiguos cafés. En la glorieta de San Bernardo, el último en desaparecer, fagocitado por una entidad de crédito, fue el Café Inglés, que cerró sus puertas a finales de los años setenta con encierro de camareros, solidaridad de clientes y alguna que otra pintada reivindicativa en el esquinazo norte de Alberto Aguilera. Don Alberto Aguilera, aunque nacido en Valencia, "puede y debe ser considerado", escribe Répide, "como un madrileño de los más ilustres y de. los más madrileños". Gobernador de Madrid, ministro de la Gobernación y alcalde de la capital a finales del siglo pasado, Aguilera dejó su mejor recuerdo en el Ayuntamiento. La calle que hoy lleva su nombre fue antes el paseo o la ronda de Areneros, así llamada, según la mayoría de los cronistas, porque por esta vía llegaban a Madrid las arenas del Manzanares que se utilizaban en la construcción. Los cronistas disidentes afirman, sin embargo, que lo de areneros es corrupción de harineros, porque en el plano de Pedro Texeira de 1656 esta vía aparece como Camino del Molino Quemado.Donde se quemó a mansalva durante siglos por un quítame allá esa hechicería fue en esta misma glorieta de San Bernardo, donde se hallaba el siniestro brasero de la Inquisición. Este infame lugar, donde tantos inocentes fueron sacrificados en los altares de la ignorancia y de la intolerancia, se purificó dedicándose más tarde a la sanación de cuerpos al edificarse allí el hospital de la Princesa, erigido para conmemorar el nacimiento de la hija primogénita de Isabel II, a mediados del siglo pasado. Pese a su príncipesca denominación, el edificio- en forma de abanico, del hospital era un desastre arquitectónico que pocos años después de su inauguración tuvo que ser intervenido de urgencia para evitar su derrumbamiento. Derruido por fin, su solar sirvió de acomodo unos años a la famosísima Tómbola de la Vivienda, lotería benéfica del franquismo de enorme convocatoria, a la que acudían miles de madrileños dispuestos a cambiar su suerte haciéndose con un flamante automóvil que servía como fabuloso reclamo.

Por fin, sobre el solar maldito se construyó un bloque de viviendas militares de alta graduación, un imponente búnker de hormigón con plantas de camuflaje en los balcones, que hoy es el edificio más imponente de una plaza desplazada, más lugar de paso que de comercio o mentidero. Hasta hace poco tiempo, y como recuerdo de mejores tiempos, aún subsistía en una de las amplias aceras, en la esquina norte de San Bernardo, un puesto de libros de ocasión.

El otro sector del antiguo bulevar que confluye en la plaza es el que viene de la glorieta de Bilbao. Ésta es la hermana mayor, primogénita entre las plazas de Chamberí, la más concurrida y comercial del barrio. El tramo que une ambas plazas lleva el nombre de Carranza, como obligado y merecido recuerdo de fray Bartolomé de Carranza, que fuera arzobispo de Toledo, confesor y confidente del emperador Carlos V y protagonista de un largo, tenebroso e injusto proceso inquisitorial en tiempos de Felipe II. Pese a todas sus recomendaciones y distinciones, el fraile estuvo a punto de alimentar el brasero inquisitorial con sus propias carnes a causa de la envidia de algunos colegas de su santo oficio que le acusaron de hacer proposiciones heréticas en sus Comentarios sobre el catecismo cristiano.

El 4 de mayo de 1908 instalóse en esta plaza un grupo escultórico dedicado a los Héroes del Dos de Mayo, obra de Aniceto Marinas. Al no estar terminado el monumento en la fecha de su inauguración, se sustituyó por un modelo de escayola pintado de color bronce, que, para rechifla general, no tardó en desconcharse y decolorarse con las primeras lluvias. Sin estatua que la guarde, la glorieta se conforma hoy con las flores de sus parterres.

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