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Tribuna
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Nada

¿Qué diferencia hay entre la ETA del antifranquismo y la actual? Ideológicamente, ninguna: el mismo conglomerado de nacionalismo etnicista y leninismo de pacotilla sigue alimentando, hoy como entonces, el carburador letal de la máquina terrorista. Nada nuevo, nada que no conociéramos ya, nada que el mundo no conozca desde los años treinta. Cuando el escritor y crítico judío Leo Spitzer abandonó Alemania, meses antes del triunfo electoral de Hitler, definió la situación del país en términos perfectamente aplicables a ETA durante toda su poco honorable historia: "Lo que está pasando es el resultado de un intento de lograr primitivos bolcheviques sobre bases románticas y pequeñoburguesas, una típica forma del bolchevismo nacionalista de clase media". Las cosas, en este particular, no han cambiado. Nacionalbolchevismo: el acné juvenil del nacionalsocialismo, el nazismo de los nazis que todavía no han llegado al poder.Lo que sí ha cambiado es la condición moral de los terroristas. Entonces, en los años sesenta, eran jóvenes de familias tradicionales, nacionalistas y católicas, decepcionados ante la inanidad del antifranquismo de su medio social. No trato de exculparlos. Ellos crearon -creamos- la bestia, pero eran y son mi gente. Los conozco y los quiero. Generación infortunada, nos enfrentábamos a una dictadura mortífera y embustera, y habíamos creído también, ingenuamente, en las mentiras de los nuestros, eternos abeles. No sabíamos que el victimismo es, entonces como ahora, la más sucia coartada de todos los crímenes políticos. Pero mi amigo A. no quiso disparar su arma contra la Guardia Civil para evitar herir a unos obreros que cruzaban la calle, entre él y sus enemigos, y se dejó detener sin lucha. Mi amigo I. cayó en manos de la Brigada Políticosocial cuando regresaba a desactivar la bomba que había colocado minutos antes. C. sintió tales escrúpulos cuando, con la pistola ya montada, apuntaba a los policías, que éstos tuvieron tiempo de rodearlo y abatirlo antes de que apretase el gatillo. No sé. Quizá las generaciones futuras a las que Brecht se dirigía en uno de sus más hermosos poemas no puedan comprender que vivíamos en tiempos oscuros, cambiando de país y de lengua, arrastrados por una guerra aún inconclusa. No confío mucho en las generaciones futuras, y a mí me basta haberlos conocido y haber visto que mi pueblo se echó a la calle en diciembre de 1970 y en septiembre de 1975 para impedir que los mataran, como hoy ha salido a las calles de Bilbao -tan inútilmente como en aquella última ocasión-, para salvar la vida de Miguel Ángel Blanco Garrido.

¿Qué ha cambiado? Hoy ETA se abastece de asesinos endurecidos. No son ya adolescentes llenos de desconcierto, como en los años del franquismo tardío. Se trata de adultos que han apurado la copa del resentimiento. Gentes de mi edad, como ese Uribe-Etxebarria que mantuvo (ironía se llama esta figura) ¿José Antonio Ortega Lara enterrado en una madriguera, bajo una prensa hidráulica, y al que se le retorcían las tripas de gusto -como a otro de la banda, cada vez que tenía noticia de un nuevo atentado- contemplando cómo los guardias civiles, en su desesperada lucha contra el tiempo no acertaban a dar con la cloaca en que su prisionero agonizaba lentamente. Gentuza para la que la vida de un ser humano vale, cuando mucho, como pretexto para jugar al frío-frío.

Esta gente, capaz de disparar un tiro en la cabeza de un muchacho maniatado, después de haberle mirado a los ojos, después de haber oído el clamor y el llanto de mi pueblo, no tiene que ver nada con los jóvenes vascos que lucharon contra el franquismo (¿dónde se emboscaban entonces, que nadie los vio?). Son el resultado de mil frustraciones personales, de una incubación lenta de cobardía y de fanatismo, de odio a la ley y a la libertad, de desprecio a un pueblo por el que se saben despreciados y al que ya no podrán reducir al silencio. Mientras Miguel Ángel Blanco Garrido, combatiente por la democracia, se debate con la muerte, me sobrecoge el terror metafísico, el miedo atávico a la nada. Porque esta gente no es nada. Nunca ha sido nada. Habitan entre nosotros cien mil nadas estúpidas detrás de unas pistolas.

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Jon Juaristi es escritor.

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