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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Congreso de transición

COMIENZA HOY en Madrid el 34º Congreso del PSOE, primero que celebran los socialistas desde que la derrota electoral les envió a la oposición. Se trata de una, reunión de suma importancia para un partido que es la única alternativa real al actual Gobierno. Los militantes socialistas la inician en un ambiente de inquietud: nadie sabe lo que puede pasar. Sobre todo, porque no está claro qué quiere hacer su secretario general, y de esa decisión dependen las demás.Esta misma dependencia de las decisiones de Felipe González anuncia un cierto bloqueo organizativo, Todos dicen que lo significativo es el debate de ideas -cómo van a afrontar los socialistas el reto de recuperar el poder- y no de personas; pero de esto último es de lo único que hablan. No hay que escandalizarse: primero, porque elegir a la dirección es uno de los Fines básicos de los congresos de los partidos democráticos; segundo, porque en la situación actual del PSOE, que carga con el pesado lastre acumulado durante su larga permanencia en el poder, ningún intento de renovación de mensajes para atraerse al electorado será creíble sin cambios muy visibles de sus dirigentes.

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Durante años se ha argumentado que era imposible proceder a una verdadera renovación -política y personal- sin mediar una derrota electoral. En el 32º congreso, a finales de 1990, el vicesecretario general, Alfonso Guerra -que estaba a punto de salir del Gobierno-, obtuvo manos libres en el partido a cambio de que González las tuviera en el Ejecutivo. En el siguiente, celebrado en 1994, la regeneración interna que había prometido González en las elecciones del año anterior fue aplazada ante la ofensiva de una oposición enardecida por la sucesión de escándalos (GAL, Filesa, Roldán). Con un partido a la defensiva, González se apoyó en los barones regionales, mientras que Guerra, que mantuvo nominalmente su cargo, desaparecía virtualmente del escenario político. Su hora, se decía, estaba por llegar: sonaría inmediatamente después de la derrota de González, que se daba por segura.

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Durante esos años, Guerra y los suyos (los guerristas) -con sorprendentes apoyos mediáticos- trataron de acreditar la idea de que ellos eran la alternativa de izquierda al felipismo. Era un papel largamente ensayado: los desplazamientos de González hacia el centro necesitaron del aval de Guerra ante el partido, que lo presentaba como una concesión penosa pero inevitable (OTAN, reconversión industrial, reforma laboral). Sin embargo, la derrota mínima de marzo, en las peores condiciones imaginables, sería interiorizada por los socialistas -y buena parte de la opinión pública- como una victoria personal de González. El 3 de marzo de 1996 quedó marcado el destino de Alfonso Guerra: rota la sintonía con el número uno, ya no podía ser su segundo, pero tampoco, desde ese día, su alternativa.

Los renovadores que fueron derrotados en el congreso de 1990 aguardan desde entonces su oportunidad Su argumento es que en la oposición carece de sentido la separación entre dirección interna y externa (o entre partido y Gobierno), y que si Guerra había dejado de identificarse con la corriente mayoritaria, no podía seguir como adjunto y eventual sustituto (en las ausencias) del secretario general. Desde ese punto de vista, la postura de Ciscar y compañía parece lógica. Lo que no es automática es la pretensión de que la salida de Guerra sea la renovación. Podría haber significado algo hace años, pero ahora resulta incoherente sostener a la vez que el guerrismo es un anacronismo residual y que con su eliminación se inicia la renovación pendiente.

Si del congreso del Partido Socialista Obrero Español no sale una dirección coherente y un discurso adecuado a la realidad, los socialistas habrán perdido buena parte de las posibilidades de ganar las numerosas elecciones que se avecinan. Han cambiado tantas cosas -en el país y para el PSOE- que no parece posible asegurar que este cónclave sea definitivo, pero al menos debe ser capaz de abrir una transición hacia otras personas, otros líderes y, sobre todo, nuevas ideas.

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