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Tribuna
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La tabarra

Son las ocho y media, de la tarde y se continúa escuchando el sonsonete de la tele con la matraca del estado de la nación. Dos horas matinales y cuatro horas y media vespertinas que siguen y siguen, como las pilas Duracel, sin producir una chispa que ilumine realmente nada. ¿Habrá algún ciudadano, joven o viejo, que después de esta tabarra se interese por la política? ¿Debería ser este debate televisado en abierto en vistas al interés general o, más bien, por cuidado del bien público, debería haberse cerrado a cal y canto? Sólo los dueños de un descodificador de lo inextricable habrán sentido algún placer en el interior de tanta murga.Nunca, a lo largo de los duros trances vividos sobre el estado de la nación, se había alcanzado un nivel más alto de insuficiencia. Si esto es el espectáculo que los políticos preparan para presentar su imagen ante la nación, la nación hará bien en apartarse de los políticos. España puede parecerle a Aznar que va bien, pero con otro discurso de esa índole es muy, capaz de ponerla enferma.

A González tampoco le parece que las cosas marchen del todo mal pero puesto a perorar sin orden, improvisando sin brillo, aleccionando con sobredosis de majestad perdida, la indigestión estaba también garantizada. Toda la buena forma física que denotaba la estampa de Aznar, repeiriado y enjuto tras un madrugador partido de pádel, la empleó para recorrer un seco texto de piñón fijo.

Por contraste, Felipe González, sin fijar sus críticas, daba la sensación de ir agotándose en explicar muchas y muchas cosas como si con esa marea recuperara al protagonista que ya no es. Todo entre ellos, para ellos, en el cifrado lenguaje de los artículos, los números y los estatutos "competenciales".

Fuera de eso, lo que el ciudadano pudo entender bien fue, sucesivamente, la jerga cantinfloide de lo simple y la reiteración improductiva de la obviedad. ¿Por qué la política parlamentaria ha de ser tan tedio? ¿Por qué la oraoria política rebota sobre la pantalla del televisor, hace un bucle en el hemiciclo y termina, como hoy, introduciéndose de nuevo en el organismo de sus señorías? Después del debate e ayer la nación sigue siendo lo que era más una tonelada de decepción.

Anguita criticó que no se trasmitiera la sesión para sordomudos y el presidente le contestó que ya estaba haciéndose así. Efectivamente. Los que hemos tenido la paciencia de ver el debate o hemos quedado sin habla o ensordecidos con su ruido sin fin.

Luego dirán que elproblema no es de contenidos sino de formas de comunicación. Lo mismo da. No existen contenidos virtuales si no hay entradas, no hay atención si no existe atracción y no hay aprecio posible si los protagonistas se ciscan en el oyente o el telespectador.

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Puede ser, no obstante, que no den más de sí. Que no sepan hacer mejor las cosas o que, incluso, las hagan cada vez peor. Que estudien pues, que se reciclen, que aprendan a comunicar con los seres vivos. De otra manera, el hemiciclo, los señores diputados, los portavoces, la presidencia o el jefe de la oposición nos parecerán de cartón piedra y la concurrencia seguirá muerta de desesperación.

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