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Cinco duros contra la miseria

Más de 400 personas utilizan a diario las tres casas de baños públicas que quedan en Madrid

Peseta: lo que queda de un duro tras pagar una ducha en una casa de baños municipal. Eso, hasta hace unos meses; ahora ya cuestan cinco duros los veinte minutos de agua caliente: hirviendo. Tanto, que Cayetano, un pinturero caballero de 65 años, prefiere utilizar la casa de baños de Bravo Murillo (una de las tres que aún quedan en Madrid) que la ducha de la pensión donde vive. Dice que "está más limpia" y siempre tiene el calentador en condiciones. Así que, a pesar del subidón de precio ("sigue siendo muy barato"), usa a diario una de las 18 cabinas para hombres del distrito de Tetuán. Como él, más de 400 personas acuden, de lunes a viernes, a una de esas casas de baños.Que nadie imagine que por baños se entienden jacuzzi en salas orientales en las que purificar el cuerpo y confortar el espíritu en compañía de los amigos. "Se prohibe permanecer en las instalaciones después del servicio", reza un cartel en la antesala de las duchas de caballeros (hay 18, y 12 para mujeres) de la casa de baños de la glorieta de Embajadores, esquina a la calle de Miguel Servet. Así que los clientes que pasan por estas instalaciones (71.436 en 1996) se limitan a lavarse y salir pitando.

La mayoría de los usuarios son lógicamente pobres en algún grado: vecinos sin ducha en casa, inmigrantes, excarcelados recientes, vagabundos. En la sala de espera, Miroslaw, un polaco de 34 años, se reclina en un banco sobre el que posa sus calcetines azules primorosamente estirados. En este primer piso se asean los hombres. Abajo, las mujeres. La instalación de Embajadores es la única con horario continuado (de 8.30 a 20.30) y la más utilizada. También es la que dispone de más personal: seis funcionarias y otros tantos funcionarios. La dependencia fue reformada en 1994, pero, a pesar de ello, presenta un aspecto destartalado: dos platos de ducha inservibles al pie de la escalera, junto a un contenedor, y polvo en las ventanas.

Las empleadas no permiten la entrada a quien se identifica como periodista. "No hay nada que ver", zanjan. Sólo unas cabinas de unos tres metros cuadrados. Ducha y vestidor revestidos de azulejo blanco, solado color tierra, un taburete de plástico y un espejo.- Miroslaw, que acude a las duchas dos veces por semana, opina que debería haber más limpieza, pero matiza que "al menos" no ha cogido ninguna enfermedad en los años que lleva aseándose allí. Él vive en una chabola a la espera de ganar más dinero y poder pagar una habitación en un piso.Carmen y Manuel, ambos de 34 años, también recurren a estas duchas públicas: porque se casaron contra el parecer de sus familias, se quedaron sin trabajo y viven "debajo de un puente". Consiguen algún parné con la venta de chicles y mecheros en la boca del metro. "Pero él está gafado y siempre le pilla la Policía Municipal", se queja ella mientras espera el turno de ducha. Es viernes: todas las cabinas están ocupadas. Ellos luchan contra la miseria hacia la que les quiere llevar la vida con un meticuloso aseo. "Esta vida no es para mí, yo no nací en la calle; a otros les da igual su aspecto, pero, a nosotros no", proclama Carmen. "Comes mal, se te ponen ojeras", se queja; pero ella no deja de pintarse los ojos cada día. Al mal tiempo, buena cara.

En este siglo, Madrid sólo ha perdido una de las cuatro casas de baño municipales de las que disponía, la de la avenida de los Toreros. En la junta municipal de Centro (de la que depende esta casa y también la de la plaza de la Cebada) explican que todavía hay demasiados usuarios como para plantearse el cierre de estas instalaciones. El jueves pasado las duchas de la plaza de la Cebada-hay 20 para hombres y 12 de mujeres- estaban "cerradas por avería".

"El otro día ya estaban mal, y no salía agua caliente", explica Juan, de 55 años. Hace cuatro o cinco años que se ducha en esta casa; como Cayetano, vive en una pensión. Le sale "más barato" asearse en la casa de baños municipal. Acude "mucho moro, pero no dan problemas". Sí molestan las "muchas cucarachas" que, según él, comparten las instalaciones con los humanos. Teóricamente, las cabinas se friegan tras cada servicio. Carmen y Manuel dicen que se limitan a lanzar un manguerazo. José Carlos, que trabaja desde hace 11 años en la casa de baños de Tetuán, señala que limpia (fregona y lejía) después de cada servicio.

La concejala de Tetuán Beatriz Elorriaga explica que ha solicitado más funcionarios para atender las duchas. Ahora sólo trabajan allí una mujer y tres hombres, de modo que sólo pueden abrir por las mañanas (de 8.30 a 13.20). Y como la encargada de los servicios femeninos estuvo de permiso, se cerraron las duchas para mujeres durante quince días.

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