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Tribuna
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El milagro

¿Será verdad que Aznar piensa que el milagro es él? En su discurso ante la junta directiva del PP con motivo de su primer año en La Moncloa explicó así la buena marcha de la economía: "No era tan difícil. Se trataba sólo de abandonar los prejuicios ideológicos y los intereses de partido y sustituirlos por un puñado de buenas ideas". Milagroso. ¿En eso consistía la Segunda Transición? Ese título del libro publicado por Aznar poco antes de las elecciones fue criticado por algunos comentaristas por considerar megalómano confundir la alternancia en el gobierno con un cambio de régimen: de reglas del juego político. Al periodista Federico Jiménez Losantos, por el contrario, el título le pareció lo mejor del libro porque el reto a que se enfrentaba Aznar era, si no el de inventar la democracia, sí el de "volverla a la vida": "reinventar" el equilibrio de poderes y, sobre todo, "la pluralidad informativa". Más concretamente, resolver "el problema del Imperio Polanco". Acabáramos.Para algunos de los periodistas que más ayudaron a Aznar a ganar las elecciones, un mero cambio de Gobierno les parecía poca cosa: aspiraban a participar en algo con mayor empaque. Si no a inaugurar el mundo, sí a roturar las tierras vírgenes. Hay indicios de que contagiaron esa obsesión a Aznar y otras personas de su entorno que o bien habían sido partidarias de la coexistencia pacífica con Franco o bien eran demasiado jóvenes para haber desempeñado un papel destacado en la transición. Esas personas, como suele ocurrirles a algunos conservadores, llegaron al gobierno fascinadas por una especie de marxismo de peluquería según el cual: 1) todo tiene que ver con todo; 2) una cosa es el gobierno y otra el poder. La resultante de ambos enunciados es ese aire de "a mí no me la dan" que exhibe el secretario de Estado de Comunicación.

Que exhibía. Pocas imágenes resultan tan embarazosas como la de un político cogido en mentira e incapaz de salirse de ella. Miguel Angel Rodríguez ha perdido esta semana el gesto resabiado con que llegó a la primera rueda de prensa. Tiene 33 años: no es un perro viejo -un Álvarez Cascos-, sino un chico de Valladolid, periodista de profesión, con habilidad para construir frases con gran impacto en la opinión pública, como aquel "váyase, señor González", o esa otra, ahora conocida, de "te llamaré cinco minutos antes de que metamos en la cárcel al hijo de puta para el que trabajas".

Periodistas y opinión pública. Sólo faltan los jueces para completar la trinidad de que habla Alain Minc en La borrachera democrática. Pero ya están aquí: el mismo periodista que reivindicaba esa segunda transición pendiente lamentaba hace unos días tener que ver al juez Gómez de Liaño "apaleado por los compañeros que deberían protegerle". Se refería a las desautorizaciones de que ha sido objeto el instructor del caso Sogecable por parte de la Sala correspondiente de la Audiencia Nacional. Según Minc, el juez de instrucción "se convierte en un poder casi omnímodo cuando utiliza la prensa como caja de resonancia", porque ello le permite someter al encausado "al primer juicio, el de la opinión pública, [que] equivale siempre a una condena". Pero, a su vez, concluye Minc, "¿qué mejor criterio de eficacia para el periodismo de investigación que el de ser capaz de poner en marcha el aparato judicial?".

Algunos acontecimientos recientes se entienden mejor a la luz de esa complicidad triangular. Tan interesante como de qué hablaron Álvarez Cascos y Amedo en vísperas de la deposición de éste ante el juez Garzón es dónde y en presencia de qué periodista lo hicieron. Y lo más revelador de la (supuesta) amenaza de Rodríguez a Asensio no es lo que se dijeron, sino por qué cuatro días después el mismo periodista, director de El Mundo, advirtió a otro directivo de Antena 3, Campo Vidal, de lo que podía pasar si esa cadena no daba marcha atrás. Al afirmar "Mme. Bovary c'est moi" Flaubert no quería indicar que se sintiera identificado con su personaje, sino que ese personaje carecía de identidad: era su invento, sólo existía en su imaginación. La cuestión es quién se ha inventado al personaje que se sueña como un milagro.

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