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La ambigüedad de la religión

Algunos afirman que hay un reverdecer religioso en el mundo después de la época moderna del racionalismo y la reciente de la secularización. Pero ¿es de verdad esto así o se confunde lo religioso con sus sustitutivos, que sin duda hoy abundan? Con sinceridad, ¿se puede afirmar que las religiones han sido tan positivas como se dice en estas afirmaciones, demasiado optimistas?Es cierto que abundan en las librerías los libros religiosos, después de una época de crisis. Algunas editoriales profanas publican incluso colecciones religiosas, cosa que antes no hacían, y aumentan los centros orientalistas que reúnen a personas jóvenes o los grupos carismáticos que se desarrollan entre las religiones tradicionales, y también las romerías populares a los lugares de apariciones aumentan, abundando las manifestaciones con mensajes apocalípticos, que proliferan más que nunca, sobre todo en nuestro país. Pero esos libros suelen ser de ínfima categoría; los gurus son muchas veces unos ignorantes de lo que predican, diciendo que viene de Oriente; los propagandistas de la meditación y las reuniones emotivas nada hacen decisivo para mejorar la injusticia humana; los fenómenos extraordinarios de una falsa mística nada proporcionan para conseguir un desarrollo maduro del ser humano, y las religiones tradicionales pretenden que sigamos como ovejas mudas y autómatas ciegos a sus líderes, sin que podamos ejercer nuestra razón o seguir nuestra conciencia personal.

Además, las lecturas llamadas espirituales que apasionan hoy son Las nueve revelaciones, de Redfield, o Los santos que nos ayudan, de Rappel. Aquéllas han tenido en nuestro país 20 ediciones en dos años, y esta última ha vendido 70.000 ejemplares en cinco años, cuando la primera resulta una fantástica novela infantil, y ésta, una especie de broma seudopiadosa. No tenemos memoria histórica para recordar cómo alguno de estos libros vuelve a repetir, como novedad, lo que ya suministró hace 50 años Waldo Trine con las 700 ediciones en poco tiempo de su obra que nada demostraba y que tituló En armonía con el infinito, algo parecido al confuso "sentimiento oceánico" que desveló Freud. Y las apariciones actuales deberían recordar lo ocurrido con el milagro del Cristo de Limpias, que el médico católico y catedrático doctor Royo Villanova demostró que eran ilusiones de la imaginación popular. El padre Staehlin, S. J., demostró a su vez, en un estudio lleno de rigor, que las numerosas revelaciones de los santos sobre la Pasión de Jesús se contradecían entre sí y que la inocente y ejemplar santa Gema Galgani era considerada probablemente por no pocos científicos serios como una histérica que creía ver manifestaciones divinas, y además parecía tener reacciones epilépticas que la hacían pensar que se le aparecía Satanás. Como otro autor católico, el padre L. C. Sheppard, reconocía algo parecido en el santo cura de Ars. Y el padre Thurston, S. J., recordaba que a los santos vigorosos físicamente nunca se les producían los estigmas de la Pasión, y sí, en cambio, a numerosas beatas con una sensibilidad extravagante. Nada extraño sería, por tanto, que la explicación de los famosos estilitas de los principios del cristianismo, viviendo subidos a una columna numerosas horas, eran enfermos catatónicos que podían aguantar esa rígida postura tiempo y tiempo, como vemos en algunos enfermos mentales hoy.

Siempre será verdad que tantas manifestaciones extraordinarias, llamadas religiosas porque van envueltas esas reacciones psicofísicas de imaginería religiosa, se deben explicar sencillamente de modo natural y desecharlas siempre, como pedía san Juan de la Cruz en su Subida al monte Carmelo. Porque es difícil, decía, saber si son verdaderas o falsas, pudiendo ser un engaño del cual es difícil' salir; y si fuesen verdad, nada perderemos por desecharlas, ya que nada pueden añadir a lo que de modo más seguro enseña el Evangelio. Y es preferible entonces atenerse sólo a él. Y critica también las devociones semisupersticisas a las imágenes, las romerías a lugares de apariciones y cualquiera de estas prácticas ambiguas tan populares.

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El celoso conservador que fue el cardenal Ottaviani, que se autotitulaba, con una dosis de buen humor, el carabinero de Cristo, condenaba esta floración de prácticas, que, "de diez años a esta parte ( ... ), el pueblo ( ... ) se precipita en masa sobre hechos maravillosos que ( ... ) proporcionan un temible apoyo a cuantos quieren descubrir a toda costa en el cristianismo ( ... ) infiltraciones y persistencias de supersticiones y paganismo" (L'Osservatore Romano, 1951).

La realidad es que hay una gran crisis religiosa y que la magia, como asevera el especialista E. O. James, no puede identificarse con esa experiencia de los grandes personajes religiosos auténticos, parecida a la de, los grandes seguidores de un ideal, sea profano o no. Ya he citado otras veces dos estudios que hacen pensar: las encuestas de los profesores González Anleo y González Blasco, que revelan el bajón del catolicismo en España en los últimos anos, aumentando cinco veces el agnosticismo religioso y mostrándose los que en algún modo se consideran católicos apartados en su mayoría de las doctrinas y prácticas recordadas todos los días por el Papa actual, el eslavo Wojtyla. El cual, en su propio país, bastión del catolicismo hasta hace poco, ha sufrido una fuerte desilusión queriendo la mayoría de sus ciudadanos el aborto y el divorcio, derrocando por ello al líder preferido del Papa y de la jerarquía católica, Walesa.

Pero el apartamiento de las religiones oficiales, muchas veces convertidas en fanatismos violentos, no nos ha limpiado de supersticiones Y esoterismo, porque en Francia hay censados oficialmente 50.000 magos, videntes y echadores de cartas; en Estados Unidos, 172.000 astrólogos, y en Madrid, la ciudad con mayor número en España de sacerdotes, hay tantos como ellos.

Hora es, por tanto, de reflexionar seriamente sobre todo ello y no dejarse llevar de ideas infantiles sobre la experiencia que se ha llamado religiosa.

La experiencia de lo sagrado es algo más profundo y serio que las religiones. Un neomarxista, el profesor Lombardo-Radice, sostenía en un congreso religioso que si por religiosidad se quiere significar "la identificación positiva y gozosa con una realidad que me supera y completa", entonces él también participaba de esa experiencia, pues, como dice el especialista N. Micklem, ésta es la misma experiencia que tiene el marxista ateo que da su vida por un ideal altruista, o el hombre de ciencia sacrificando su vida por la defensa de la verdad, aunque no se le comprenda, como les ha ocurrido a algunos, como Galileo, o el artista que prefiere morir de hambre al servicio de la belleza. Éste es el sentido humano de lo sagrado, que también puede estar en el sentimiento religioso puro, como característica fundamental. Ésa fue la mística de Einstein, apartado del judaísmo en el que nació, o de Eddington, e incluso la de un agnóstico como Russell, luchador infatigable en aras de la humanidad.

Volvamos, creyentes o no, a la raíz, y dejémonos de ambigüedades. La religión, si no está al servicio de esa experiencia, no es algo positivo.

Enrique Miret Magdalena es teólogo seglar.

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