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Francia sospecha que el atentado en el metro fue obra de integristas argelinos

Enric González

Los franceses se reencontraron ayer con un enorme despliegue policial que creían ya olvidado. El Plan Vigipirate, que en 1995 sacó a la calle a 32.000 agentes de policía y soldados, vuelve a formar parte del paisaje urbano. Aunque nadie había reivindicado aún el atentado contra la estación parisiense de Port Royal cometido el martes, con el resultado de dos muertos y numerosos heridos, el Ministerio del Interior se lanzó tras la pista de los Grupos Islámicos Armados (GIA) argelinos. Por dos razones: la similitud del crimen con los cometidos el año pasado y las advertencias lanzadas en las últimas semanas por los agentes del contraespionaje.

Hace apenas dos meses, el Gobierno de Alain Juppé redujo a un mínimo casi imperceptible el Plan Vigipirate. Las papeleras volvían a estar abiertas y desde antes del verano habían desaparecido los registros sistemáticos a la entrada de los grandes comercios. La muerte a tiros de Jaled Kelkal, el 29 de septiembre de 1995, y la detención de Bualem Bensaid, el 2 de noviembre del mismo año, parecían haber descabezado las redes islamístas, aunque hubiera huido el cerebro Ali Touchent. Importantes redadas posteriores hacían pensar que los grupos (independientes entre sí) que habían organizado el terror en 1995 ya no estaban en condiciones de actuar. Había terminado el miedo. Y, sin embargo, el Gobierno francés sabía desde hacía algunas semanas que algo se estaba preparando. A principios de noviembre, por ejemplo, la Dirección de la Vigilancia del Territorio (agencia de contraespionaje) remitió una nota al ministro del Interior, Jean-Louis Debré, en la que señalaba que un islamista argelino residente en Afganistán se aprestaba a viajar hacia Francia para cometer un atentado. Esa nota, revelada ayer por Le Monde, fue sólo la primera. La Dirección General de la Seguridad Exterior señaló poco después que un grupo de cuatro argelinos había llegado a Francia con la intención de hacer estallar una bomba en un restaurante de París.

Alerta desde septiembre

Los servicios secretos estaban en alerta desde el 10 de septiembre, cuando el boletín clandestino Al Jamaa, editado en Argelia, publicó un mensaje de los GIA en el que su nuevo jefe, Antar Zuabri, afirmaba lo siguiente: "Francia proporciona todas las razones para justificar nuestro combate contra su política". Zuabri explicitaba su propósito de mantener respecto a Francia, por su apoyo económico al régimen argelino del presidente Zerual, "la misma actitud" que sus antecesores.Quien le precedió en el cargo fue Djamel Zituni, asesinado por una facción rival del propio GIA el pasado 16 de julio. Zituni fue quien lanzó la campaña de atentados que atemorizó a Francia entre julio y octubre de 1995.

La elección del martes como fecha para reanudar los atentados no tiene, hasta ahora, ninguna explicación concreta. Se hacen conjeturas con la apertura, el lunes próximo, del juicio contra una red islamista presuntamente culpable, entre otras cosas, del asesinato de dos turistas españoles en Marrakech en agosto de 1994. Pero no hay nada seguro. Ni siquiera la responsabilidad de los GIA. Juppé afirmó ante la Asamblea Nacional que por el momento no se descartaba "ninguna pista", aunque- citó a los GIA como principales sospechosos.

Ayer volvieron a ser cegadas las papeleras, volvieron a patrullar grupos de policías, gendarmes y soldados, y volvió la psicosis de atentado. Las enormes Galerías Lafayette fueron desalojadas a mediodía al descubrirse un paquete abandonado, que luego resultó inocuo. El metro de París empezó a cubrirse de carteles con un lema: "Unidos y vigilantes" . Y en las estaciones de ferrocarril y aeropuertos se insistió constantemente en que se denunciara "cualquier objeto sospechoso".

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El balance del atentado de la estación de Port Royal, realizado con una bombona de gas rellena de pólvora y clavos, no varió: dos muertos, tres personas que seguían en "estado crítico" y hasta 80 heridos, la mayoría. de ellos con lesiones en el oído, conmociones o transtornos emocionales. Una de las víctimas mortales, una mujer, no había podido ser todavía identificada.

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