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Reportaje:PLAZA MENOR - ALCORCÓN

El barro creador

El nombre de Alcorcón podría venir del árabe alcor (altura), opción bastante razonable teniendo en cuenta que la población creció alrededor de una pequeña colina -719 metros- en la que existía una atalaya que dominaba el valle del Manzanares y avizoraba las llanuras del sur por donde solían llegar los invasores. Pero hay otras opciones. Una lo hace derivar de core o de corque (encina, en árabe y en mozárabe). La tercera apunta por alcol, nombre del óxido de cobre, material utilizado en alfarería, actividad históricamente destacable en la que fue llamada villa de los pucheros, denominación reflejada en su escudo, que exhibe tres rústicos y orondos cántaros.La alfarería es una actividad casi testimonial en el Alcorcón de hoy, y se concentra alrededor de una escuela municipal que imparte cursos de cerámica. Cuando la alfarería de Alcorcón gozaba de su mayor popularidad, el pueblo no pasaba de unos pocos cientos de moradores. En la actualidad la población de derecho de la villa roza los 150.000 habitantes, cifra ampliamente superada por la de sus visitantes. Nadie visita Alcorcón por razones turísticas: ni por sus monumentos ni por sus paisajes. Los visitantes de Alcorcón son multitudes de voraces compradores que se acercan a la mayor superficie de ventas de Europa: 300.000 metros cuadrados de zonas comerciales a los que acude una media diaria de 100.000 clientes, de los cuales un 70% viene de fuera. Un megaparque en el que están presentes todas las marcas especializadas en grandes superficies, a las que acaba de incorporarse lkea, un coloso del mueble nórdico -económico y funcional-.

La rústica alfarería no tiene nada que hacer en esta vorágine de modernas tecnologías comerciales. Ni la alfarería ni, por supuesto, la agricultura o la ganadería, aunque a las afueras de Alcorcón un pastor con su rebaño se empeñe en ignorar los vientos de la historia y apaciente a sus escuálidas y alicaídas ovejas bajo un bosque en el que las encinas han sido sustituidas por postes y vallas publicitarias, un descampado agreste en el que medran las malas hierbas, raquíticos matorrales, cardos y otras especies inasequibles al desaliento, como el pastor que contempla impasible, o tal vez con un rictus de ironía, el zipizape diario que se está montando en la congestionada autovía de Extremadura. Pacen las ovejitas entre las naves de los dos polígonos industriales, en los que abundan las empresas del sector audiovisual, productoras fonográficas y sofisticados estudios de grabación. Entre las actividades industriales más curiosas de la zona destacan las grandes naves dedicadas a procesar y ahumar el salmón que desembarcan todos los días en este imprevisible fondeadero andes camiones frigoríficos. La maayor parte del salmón ahumado que se consume en España pasa por Alcorcón.

El crecimiento de Alcorcón -que a principios de los años sesenta contaba con 3.500 habitantes, en su mayor parte emigrantes- ha borrado casi por completo el pasado. La iglesia renacentista, edificada sobre las ruinas de la antigua atalaya forticada, quizás sea el único vestigio de la historia. A su alrededor brotaron, no por generación espontánea, sino bajo los auspicios del Ministerio de la Vivienda, bloques y bloques de pisos en caótico libertinaje, paralelepípedos de ladrillo y hormigón, cubículos en los que encasillar a la población sobrante de la capital. Jóvenes parejas que buscaban afanosamente un piso para casarse, inmigrantes extremeños y andaluces que encontraban trabajo pero no cobijo en una urbe de alquileres disparatados.

El alcalde socialista de la villa de Alcorcón, Jesús Salvador Bedinar, fue uno de aquellos invasores del sur que llegaron cuando la atalaya ya había sido sustituida por la iglesia. Encontro trabajo en Madrid y piso en Alcorcón, que empezaba a distinguirse como ciudad dormitorio. El alcalde de Alcorcón, "granaíno" -que no granadino, como especifica previniendo el lapsus-, se enorgullece justamente de que la villa haya superado su condición de ciudad dormitorio, pensión nocturna para trabajadores urbanos. Uno de los aspectos en los que hace más hincapié Salvador Bedmar es el de la cultura. Una sonrisa satisfecha se abre paso entre sus barbas grises de caid morisco cuando afirma que son muchos los madrileños capitalinos que toman el tren para acudir al teatro en Alcorcón -el mejor teatro al mejor precio-, y a espectáculos de ópera, flamenco, rock o ballet, muchas veces primicias en la cartelera madrileña.

En Alcorcón funcionan cuatro salas de exposiciones, y hay una escuela municipal de teatro con cinco profesores fijos, una escuela que ha cimentado el despegue de numerosos grupos de teatro y de nuevos profesionales de la escena, aunque ninguno de ellos -que se sepa- se haya interesado hasta ahora por representar La tarasca de Alcorcón, un auto sacramental primerizo de Calderón de la Barca. Sin embargo, es la Escuela Municipal de Música, con 620 alumnos y 31 profesores, la que ha dado los mayores momentos de gloria a la localidad. La banda de Alcorcón consiguió en más de una ocasión el primer premio del certamen internacional de Valencia, y su presencia es requerida continuamente en diversos escenarios.

La próxima puesta en marcha de la Universidad Juan Carlos I es ahora el proyecto de mayor envergadura en un municipio donde es mayoritaria la población juvenil. El año próximo la universidad comenzará sus actividades en el área de las Ciencias de la Salud, en colaboración con el hospital. El problema de mayor envergadura también está relacionado con la juventud: miles de jóvenes que buscan cada año su primer empleo en un mercado laboral colapsado. La presencia de los jóvenes ha convertido a la localidad en un museo de grafitos; insurgentes artistas del aerosol han vertido, con mayor o menor fortuna, una explosión de color en los muros de la ciudad compitiendo con las obras escultóricas que, a razón de una por año, emplaza el Ayuntamiento para completar la panorámica cultural de la villa y dotar de personalidad a sus encrucijadas desnudas.

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