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Phil Donahue, uno de los creadores de la televisión actual, se retira

En 1967, un anónimo presentador de una televisión local de Ohio, introducía en su talk show [programa de entrevistas y debate] a una mujer, Madalyn Murray O'Hair, que se declaraba atea. Ése fue el principio de la carrera de Phil Donahue, para bien o para mal, el inventor de esta nueva televisión que ha convertido la pequeña pantalla en plaza pública, confesionario y circo para los que buscan su cuarto de hora de gloria. Tras 29 años de profesión [y 20 premios Emmy], Donahue acaba de anunciar que graba su último programa.

Después de ser durante años el único tribuno en la plaza, la fuerza arrolladora de sus herederos en el talk show se lo ha llevado por delante. Él creó su propia competencia. Donahue no ha querido o no ha podido ponerse a la altura de la mayor agresividad de sus rivales, del espectáculo de sexo y bronca en el que han convertido estos espacios algunos de los que hoy triunfan explotando la fórmula que él inventó.En los últimos años, desde que su programa empezó a perder audiencia, Donahue, también conocido como el periodista del pueblo, se debatió entre el repudio confesado por el "insaciable apetito de obscenidad de la gente", y la defensa de un género que dio entrada al público en la televisión y a tópicos hasta entonces tabúes, como el sida o la homosexualidad. Con él, la audiencia en el plató tomó la palabra y terció, en lugar de los especialistas habituales, en temas grandes y pequeños, desde el riesgo nuclear al aborto, la retransmisión de una operación de cirugía estética o un acto de striptease. La mezcla heterodoxa de invitados, políticos, personajes célebres y busconas, y de temas de debate, desde las elecciones presidenciales al uso del condón, fueron sus marcas de fábrica seguidas por una legión de imitadores.

Uno de ellos, la poderosa Oprah Winfrey, fue el primer atentado serio al trono de Donahue en los ochenta. Y hoy ella misma está desbordada por las nuevas generaciones que recurren a personajes empaquetados para el escándalo y buscan la confrontación que ha hecho necesaria la presencia de guardias de seguridad en el plató.

Bienvenidos brujas, violadores, ninfómanas, polígamos y cualquiera con capacidad de asombrar. Maridos que revelan en directo su matrimonio por dinero, ante la perplejidad de la cónyuge; mujeres que sorprenden a sus hermanas con la confesión de su infidelidad; esposos humillados ante millones de telespectadores por la declaración urbi et orbe del lío lésbico que mantiene su esposa con otra mujer; madres con varios hijos homosexuales y lesbianas han podido con Donahue.

Pero no con la nueva televisión que él contribuyó a popularizar, y de la que en España hay sobrados ejemplos: Sorpresa, sorpresa (Antena 3), Nunca es tarde (Tele 5), Cita con la vida (Antena 3), El programa de Ana (autonómicas), Pasa la vida (TVE-1)... Y también de esa televisión sin tabúes que premia la audiencia y que escandaliza con la parada irreverente de personajes y tópicos de diverso calado, como el Mississippi de Pepe Navarro (Tele 5), en el que comparten cartel políticos y buscavidas, escritores e intelectuales y artistas porno. La misma provocadora mezcla con la que saltó a la arena Donahue.

El veterano presentador volvió a dar que hablar en mayo de 1994, cuando mantuvo una batalla legal con las autoridades de Carolina del Norte, al pedir que se le permitiera cubrir y televisar la ejecución, prevista para el 15 de ese mes, del asesino David Lawson. Se interpretó como un último intento de recuperar la audiencia de un programa que había perdido el favor del público.

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