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El peluquero y los bien peinados

Un amigo mío nació con un talento excepcional para peinar con arte sin que se note, lo que con el tiempo se ha revelado una gran desgracia: su fama se ha extendido y mi amigo permanece secuestrado por todos aquellos dispuestos a pagar cincuenta mil pesetas para aparecer más jóvenes en las fotos de la posteridad.¿"Pocos" ha dicho alguien asombrado de que tan pequeña vanidad se cotice tan alto? Deberían ver ustedes la cola ante su Boutique de imagen los sábados por la mañana. Y eso que quienes hacen la cola no son los interesados propiamente dichos sino enviados -secretarios, esbirros, cómplices, celestinos, socios, productores y demás- para concertar citas secretas. Pues la posteridad no admite enchufes: para entrar no importa llevar corbata negra o chaqueta negra de clavos pero es obligatorio el aspecto natural. Se tolera el arreglo, el afeite, el disfraz incluso. Pero profesional. Que no se note. Sobre todo, que no se sepa -aunque se note-, que no sea oficial. De modo que mi amigo se pasa las noches recorriendo la ciudad en un coche camuflado, entrando por puertas traseras y subiendo por escaleras de servicio para conseguir que quienes tienen cincuenta mil pesetas de sobra aparezcan en la televisión, las hemerotecas, las memorias y los libros de Historia más jóvenes, guapos, justos, elegantes, campeones de tenis y hasta políglotas: es sabido que con cierta foto de una actriz analfabeta todo el mundo quedó convencido de que sabía hablar en alemán, y así consiguió un contrato por el que peleaban todas. La magia de mi amigo, que: la había peinado, trascendió las fronteras, como dicen las revistas.

Ahí ayudó la suerte, es verdad. Pero en general es un maestro para eso: con dos o tres toques de genio en sus peinados naturales puede conseguir que la esposa de un ministro parezca una canguro, que una actriz de cine recupere un aspecto de doncella, o que a ciertos periodistas se les enderecen los colmillos, como cuando sólo querían contar verdades y no ponerles los acentos y las notas a, pie de página. Pues la Boutique de imagen es unisex y, si el desafío merece la pena (ya hace tiempo que el asunto no es de dinero), se admite el de conseguir que un motorista pase por músico de vanguardia, que un millonario parezca un misionero, que a una muñeca hinchable la llamen actriz, o que un modelo de pasarela, además de como guapo sea consagrado como genio por haber compuesto una canción de la que casi todo era estribillo. No es ninguna broma: abra usted cualquier revista con muchos colores, busque entre los mejor peinados y encontrará ejemplos parecidos.

El problema es que saber de qué modo están hechas la posteridad y la gloria -estar tan al corriente- ha provocado en mi amigo una melancolía que comienza a inquietarnos. últimamente descuida sus negocios y su propia imagen. Acude a las citas no por la noche ni a través de jardines traseros sino a media tarde y sin afeitar, con los ojos brillantes y el aspecto retador. Al principio pensamos en el tópico, la vieja historia: el criado estaba harto de servir y quería ser amo. Ya no quería peinar sino que le peinaran. Quería dejar el lado oscuro de la cámara y cruzar hacia el brillante, el que capta un parpadeo del diafragma, suficiente, sin embargo, para meter la imagen si no en la gloria por lo menos la posteridad. El sueño de Platón.Pero no, no es eso. Perspicaces y compasivos como sólo puede ser la verdadera amistad, hemos terminado por comprender que nuestro artista sufre una verdadera decepción, que rima con depresión. Talentoso pero inocente (puede que talentoso porque inocente), durante años creyó que más allá de los negocios sus clientes eran sobre todo amigos: le sonreían, le daban palmaditas en la espalda, le invitaban a cenar -siempre que se mantuvieran sus verdaderos negocios en secreto-, y hasta le abrían la cama y se le ofrecían. Nadie le había dicho -y ha terminado por comprenderlo-, que quien se gasta cincuenta mil en un peinado está tan obsesionado por la posteridad que permanece ciego al presente y la amistad. Y además no perdona a quien ha visto que también a él se le cae el pelo.

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