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Tribuna
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Horror licuado

He estado leyendo todo lo que este periódico publicó sobre la suerte de El Nani. Lo he leído por razones del oficio, claro. Utilicé muchas noches para eso. A menudo me levantaba de la silla, sobresaltado, e iba a ver hasta la puerta qué había sido ese ruido. Nada. El ruido estaba dentro. Volvía a sentarme. Como el invierno todavía coleaba y como de noche bajan en picado las temperaturas, le daba a todo eso la culpa del frío. Falso: en la habitacIón, 21 grados imperturbables. Cientos de artículos, diez años de artículos, muchos de ellos ejemplares. El periodismo fragmenta el horror, lo hace soportable. El juicio de El Nani fue muy largo. Al final, seguramente, muy poca gente seguía ya las informaciones. Esos asuntos cansan. El lector es un supuesto errático. El Mismo hombre sensible que un mes atrás se conmovía, que hacía una lectura solidaria de la tragedia, es capaz luego, una necia mañana, de tirar el periódico por la borda: joder, ya está bien de Nani. Pero el tiempo, aparte de probar -contra lo que cree el vulgo estético- la verdad intrínseca de los titulares periodísticos, permite una lectura compacta y devastadora del periódico, del frecuente horror de los periódicos. Incluso confiere el tiempo una extraña potencia al lenguaje, a la retórica más convencional del periodismo: lo despoja de urgencia, de mecanicismo, lo licúa y lo acerca con irreverencia al lenguaje literario. Hasta insinuar acaso, con irreverencia ya insoportable, que el lenguaje literario no es más que un asunto del contexto. El tiempo desencadena también un alud de metáforas. Muchas de esas noches yo dudaba si la metáfora era un procedimiento del lenguaje o del tiempo. Cuando han pasado diez años y El Nani está muerto por derecho, ahora que ha vuelto esposado a España ese hombre terrible llamado Messía Figueroa, se advierte que en la suerte de El Nani estaba escrito todo lo que vino. Lo peor de la década y su derrumbe.

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