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A mayor gloria de los mandos

El sábado pasado estaba en casa viendo la entrega de los premios Goya y sufrí un fenómeno muy cinematográfico. Tuve lo que en el cine se llama un flashback. Es decir, reviví en imágenes una escena de mi pasado. De pronto, creí que estaban retransmitiendo la demostración sindical, acto emblemático de manipulación de los años de la democracia orgánica. Para los más jóvenes, contaré que esta demostración era un acto que se celebraba todos los años el primero de mayo, día del trabajo. En el palco del estadio Santiago Bernabéu se encontraba Franco rodeado de su jarca, viendo grupos de los distintos gremios de trabajadores que interpretaban curiosos números gimnásticos con aros y balancines, en su éxtasis surrealista, cuyo lema elíptico venía a ser algo así como "Los obreros, con Franco. Franco, con los obreros". Se puede imaginar que la retransmisión consistía en planos del recio y sobrio espectáculo, mezclados con planos de la tribuna. El público (formado en parte por soldados de reemplazo), como si no existiera.Ahora explicaré de dónde me viene la asociación de ideas entre una cosa y otra.

Resulta que esta entrega de premios se hace para mayor gloria de la gente del cine: técnicos, actores, directores, productores..., y así, darle publicidad a la industria, que siempre viene bien. El efecto de estos premios en taquilla es una realidad contante y sonante. Pues bien, la gente que vive de esto colabora entusiasmada en un proyecto que a todos beneficia (a mí me ha tocado ir algunas veces y, oye, encantado). En las invitaciones se ruega asistir de gala para que el look de la ídem esté acorde al público español, que todo se merece, y al que tanto adoramos los que vivimos de él. Pues bien, parte del encanto de la gala está en el público que abarrota la sala y que esa noche adquiere la doble condición de protagonista y figurante. La flor y nata del cine español se da cita para ver a los colegas, lucir vestidos, animar a los nominados, apuntarse a la fiesta de celebración de los primeros, etcétera. Es un público de lujo. Se trata de una figuración que se comería el presupuesto de la producción más cara en una sola sesión.

Pues bien, allí me encontraba frente al televisor esperando planos del respetable para rebuscar entre las masas y, encontrar algún amiguete, que siempre gusta, cuando ante mi estupor vi una sucesión de planos concatenados de autoridades. La princesa con la ministra de Cultura. Bueno, normal. Escenario. Vuelve la cámara al público Tachán, tachán: el alcalde de Madrid. Vaya por Dios. Escenario. Vuelta al público: Jordi García Candau. Mira tú qué bien. Escenario. Vuelta al público: Ruiz-Gallardón. Toma ya. Escenario. Vuelta al público: Ramón Colom.

Yo ya estaba alucinando. Me parecía una falta de respeto absoluto al sentido de la fiesta a la gente del cine. Era su noche. Yo comprendo que estamos en unas fechas muy señaladas y que los personajes de la política están necesitados de imagen, pero hay que medir. El resto de la gala estuvieron repitiendo planos de los susodichos, fueron los más retratados del público. Se volvió a los tiempos gloriosos en que la imagen era patrimonio de la tribuna.

Yo, con todos mis respetos, creo que era mucho más importante la gente del cine que estaba allí haciendo figuración de lujo. Pero aparte de las consideraciones éticas, estaban las estéticas. Seré un rijoso, pero sigo prefiriendo un escote a un alto cargo, aunque vivamos tiempos en los que el espacio reservado a los artistas y a los intelectuales ahora esté ocupado, en su mayor parte, por políticos y, a veces, por banqueros (¡hasta dónde hemos llegado!).

Hay que medir. Y lo más grave es que, a lo mejor, este tipo de situaciones se produce de forma espontánea, ni siquiera responde a una orden de arriba. Simplemente, en el cumplimiento del deber, los distintos responsables de la tele creen que están haciendo lo que deben.

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A lo mejor es que vivimos en un mundo de pelotas y, como decía León Felipe: "Ya no hay locos en España. Todo es un reloj perfecto".

Por lo demás, enhorabuena a todos los que curraron en el acto, y a los premiados, y a los otros. ¡Duro y a por nuestro público! ¡Hay que acabar con el monopolio de los guiris! ¡A trabajar!

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