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Sionismo y postsionismo

En los últimos años se está desarrollando en el seno de la comunidad intelectual israelí un debate histórico-ético muy importante. Se ocupa de varias cuestiones básicas referentes al sionismo, y en él participan historiadores, sociólogos, escritores y periodistas. Este debate ha sido fundamentalmente una iniciativa de los así, llamados `nuevos historiadores", o "grupo poitsionista", que se compone de intelectuales con una orientación radical de izquierda y mantiene que han llegado a su fin los días del sionismo como ideología que llevó a la creación del Estado de Israel, y ha comenzado la era postsionista. No es casualidad que haya aquí un uso paralelo de los conceptos de modernismo y posmodernismo. De la misma forma que el posmodernismo no se caracteriza por la construcción ordenada de un nuevo sistema estético e intelectual, sino sólo por la utilización eficaz e innovadora de las ruinas del antiguo, así también existe esta relación entre sionismo y postsionismo. Esta última no es una ideología nueva con nombre ni carácter propio que venga a ocupar el lugar de la antigua ideología, sino algo cuya razón de ser está en conseguir minar los cimientos de la antigua ideología, tan fuerte, estable y bien construida que incluso sus ruinas bastan para constituir una residencia cómoda e interesante.De aquí que en la construcción de esta nueva visión del mundo sean de máxima importancia los cimientos del edificio a destruir, y en especial la forma de derribar muchos sentimientos nacionales que ocuparon el centro de la conciencia nacional durante largos años. Durante los últimos años, este derribo ha estado centrado en tres planos principales: el del conflicto árabe-israelí, el de la actitud frente al holocausto y frente a los supervivientes del mismo, y el del trato hacia los judíos orientales. Debido a que a lo largo de todos estos años se han abierto numerosos archivos en las instituciones nacionales, estos esforzados historiadores han conseguido descubrir nuevas evidencias, especialmente en relación con la guerra de independencia de 1948, tras la que se estableció de hecho el Estado de Israel. Las nuevas pruebas desvelaron dos cosas fundamentales: a) que, en contra de lo que se cree, no fue una guerra de unos pocos contra muchos; es decir, el pequeño Israel contra siete países árabes fuertes y poderosos. En realidad, en el campo de batalla, Israel casi consiguió igualar en número de fuerzas combatientes a los países árabes y en especial a las de los palestinos, y esto gracias al aprovechamiento eficaz de todos los recursos humanos que estaban a su alcance, mientras que del lado árabe hubo un gran desaliento y un gran número de deserciones, de forma que casi no aprovechó el potencial que tenía en su poder; b) el segundo problema está relacionado con la cuestión de los refugiados árabes, que hasta el día de hoy envenena el conflicto árabe-israelí. Así, parece que, en contra de la versión oficial israelí según la cual los refugiados palestinos, en su gran mayoría, abandonaron sus pueblos por su propia, voluntad, hubo no pocos casos en los que el Ejército israelí tomó la iniciativa de la expulsión controlada de sus habitantes.

Otro tema que ocupó a los nuevos historiadores y a los periodistas iconoclastas fue la actitud, durante la II Guerra Mundial, del asentamiento judío en Palestina con relación al holocausto que estaba ocurriendo en Europa. Parece, a la luz de la lectura de los testimonios y de los nuevos documentos, que el asentamiento judío en la tierra de Israel (que estaba bajo mandato británico) no era lo suficiente mente consciente del terrible holocausto que ocurría en Europa, y tal vez se desperdiciaran por indiferencia algunas iniciativas de salvamento posibles.

El otro tema que ocupó a los nuevos historiadores fue el trato altanero, paternalista y a veces incluso discriminatorio del establishment sionista hacia los judíos que vinieron de los países árabes.

No es mi deseo entrar ahora en más detalles sobre los diversos debates que se desarrollan con pasión y de los que se deduce con claridad que, desde su raíz, no buscan sólo desvelar la verdad exacta, sino algo más profundo. Por tanto, más allá de la tendencia ya conocida y del aprovechamiento que siempre se obtiene de las investigaciones históricas (como es el examinar de vez en cuando definiciones ya aceptadas, e intentar despertar el interés por medio de provocaciones controladas, que principalmente pretenden romper con la autoridad de los "clásicos" verdaderos o ficticios -como por ejemplo, el último debate en Estados Unidos sobre la legitimidad moral de disparar la bomba atómica sobre Japón-), el grupo postsionista quiere, básicamente, hacer dos cosas relacionadas entre sí.

Quiere crear un marco ideológico cómodo para el cambio del carácter sionista del Estado de Israel, principalmente en relación al cambio del principio de "Estado de Israel como Estado judío y como Estado del pueblo judío" al principio de "Estado de Israel como estado de la racionalidad israelí, que engloba a todos sus habitantes judíos y árabes". El cambio del primer principio por el segundo no significa sólo una profundización y ampliación, de la igualdad de los derechos políticos y sociales de la minoría árabe en Israel (que se eleva al 18% de la población total), cosa que ya de por sí es bienvenida, sino también la abolición paulatina de la ley de retorno que otorga el derecho a todo judío, de dondequiera que sea, a convertirse automáticamente en ciudadano del Estado de Israel con su emigración a dicho país. Todo esto en nombre de un liberalismo extremista que exige que el Estado de Israel se convierta en un Estado laico democrático convencional,

Así pues, no sólo se ha hecho un esfuerzo controlado para introducir la idea de que con la paz se acaba la tarea del sionismo clásico -la reunión de las diásporas- y de que ahora hay que transformar al Estado de Israel en un Estado occidental normal, sino también para intentar, por medio de un examen renovado de la historia del sionismo, mancillar el sionismo precisamente porque en el plano de la supervivencia no sólo ha conseguido alcanzar su meta, tanto con el establecimiento del Estado judío y la reunión de una parte importante de los judíos de la diáspora en su seno como en sus impresionantes éxitos económicos y sociales, y últimamente en la conquista de una legitimidad cada vez mayor ante los países árabes y del Tercer Mundo.

Por supuesto, no todas las actuaciones de los dirigentes sionistas en el Estado y fuera de él son dignas de alabanza; ha habido también no pocas negligencias y errores. Por ejemplo, uno de los mayores errores que complican el proceso de paz es la creación de los asentamientos, inútiles en los territorios que se conquistaron tras la guerra de los Seis Días. Pero también se han cometido terribles y graves errores, incluso de mayor envergadura, en muchos países a lo largo de la historia de este siglo, y, sin embargo, no hay ninguna duda sobre su esencia francesa o italiana o británica. En este nuevo antisionismo arden aún las últimas brasas humeantes de los socialistas judíos contrarios al sionismo que dudaban ya desde principios de siglo si era correcta la solución nacional normal de los judíos tal y como fue creada por medio del sionismo. No es de extrañar que sean también partidarios de esta crítica, aunque desde un punto de vista totalmente distinto, grupos religiosos extremistas, que quizás no busquen el "postsionismo sino el "presionisino".

Por tanto, hemos de recordar que sólo una pequeña minoría del pueblo judío apoyó la revolución sionista a principios de este siglo, mientras que la gran mayoría se opuso a esta revolución. Y si no fuera por la intuición y el vanguardismo de esta pequeñísima y pionera minoría, probablemente tras el terrible holocausto el pueblo judío se hubiese encontrado sin posibilidad de consolarse en algo de la gran tragedia que había caído sobre él y de reconstruir su independencia en su antigua patria. De la misma forma que esta pequeña minoría supo forjarse su propio camino en la historia judía, a pesar de la ceguera de la mayoría del pueblo con respecto a la posibilidad, de solución de. sus problemas, así ahora, los que se convirtieron en una mayoría segura en él seno del pueblo han sabido rechazar el postulado básico de los postsionistas, pues tanto ellos como sus padres llegaron gracias a la ley de retorno y ahora exigen, sin ningún tipo de justificación moral, que se cierren las puertas por las entraron a otras personas que piden entrar tras ellos. Pero a pesar de estar seguro del mérito del sionismo (siempre desde el respetó total al derecho a la autodeterminación del pueblo palestino en un Estado propio), no debemos dejar que el rechazo ideológico y ético del postsionismo se convierta en una sordera hacia el examen renovado y minucioso del pasado, con el fin de que no se vuelvan a cometer errores y faltas.

A. B. Yehoshúa es escritor israelí.

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