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Reportaje:

Un oasis en la M-30

El espeso magma automovilístico fluye en el canal de la M-30, cauce insuficiente al fondo de un desfiladero coronado por orgullosos termiteros de hormigón y cristal con sus resplandecientes corazas que lanzan fogonazos de sol sobre el asfalto. Entre los enhiestos menhires y los estandartes de neón que subrayan las glorias empresariales y los lemas favoritos de las marcas y las compañías, hay en las orillas de la M-30 un oasis sin nombre, un espejismo blanco de mármol, coronado por el discreto minarete de la mezquita situada en el corazón del Centro Cultural Islámico de Madrid.Entre el Tanatorio y los accesos al barrio de La Concepción, que es como decir entre la muerte y el inicio de la vida, existe un limbo urbanizado en el que las cosas aún no tienen nombre. Entre una profusión de carteles indicadores ninguno señala la proximidad del centro islámico. Ninguna placa visible para denominar el pequeño parque público que se abre a sus puertas. Ninguna estela que inscriba el nombre del escultor que forjó en el hierro la notable escultura que preside un mínimo anfiteatro y encabeza la plaza innominada y baldía que comunica los servicios funerarios de Madrid con los de la cultura y la espiritualidad musulmana.

El centro islámico tiene una discreta puerta de entrada, casi camuflada en su alba fachada, pero abierta a musulmanes y no musulmanes. Mohammed el Afiti, de nacionalidad egipcia, jefe de prensa del centro, afirma que éste se ha propuesto dos objetivos fundamentales que se van cumpliendo: el primero, convertirse en el hogar de todos los musulmanes residentes o de paso en España, país que alberga una comunidad islámica formada por 300.000 creyentes, de los cuales sólo unos 3.000 son españoles, predominando en el resto los de origen marroquí. El segundo objetivo es ofrecer un contacto fluido entre los musulmanes y la sociedad española. En Madrid viven 50.000 musulmanes a los que el centro ofrece algo más que un lugar de plegaria y encuentro. Alrededor de la mezquita propiamente dicha funcionan salas de exposiciones, un auditorio con capacidad para 500 personas, habilitado con cabinas de traducción simultánea y otras instalaciones que permiten la celebración de congresos internacionales. Una biblioteca, un gimnasio, escuela de idiomas, una biblioteca, un colegio en el que estudian 130 alumnos, tiendas, una cafetería y un restaurante completan los servicios de este enclave musulmán, ubicado en un singular edificio realizado por el arquitecto La Hoz y edificado con una donación de 2.000 millones de pesetas del rey de Arabla Saudita. Un complejo arquitectónico en el que la suntuosidad del mármol blanco se equilibra con la cubierta de rústicas tejas y se, diluye en sencillez y funcionalidad, con una ornamentación interior escueta y sin alardes de lujo.

El centro (12.000 metros cuadrados) recibe diariamente visitas culturales de centros de enseñanza y asociaciones. Los no musulmanes pueden visitar el interior de la mezquita y caminar descalzos sobre la mullida moqueta en una zona separada por un cordón del espacio de oración, donde un nutrido grupo de fieles escucha la voz del imam que reverbera sobre la elegante arquería de herradura, mientras otros entonan sus preces arrodillados de cara a La Meca. A la entrada del centro, un guardarropa provee de capas con capucha a las mujeres que entran en el recinto, y un plano del metro de Madrid sirve de orientación a los recién llegados. No hay ostensibles controles de seguridad, sino amables recepcionistas que se limiitan a anotar el número de carné de los visitantes sin inquirir cuáles son los motivos de su visita. En un extremo del vestíbulo, un mínimo zoco vende artesanía, juegos de té, chilabas, bisutería, incienso y otros artículos más o menos relacionados con la cultura y la forma de vida musulmanas.

El restaurante, donde por supuesto no se sirven bebidas alcohólicas ni productos derivados del cerdo, ofrece un menú verdaderamente económico y amplio, una cocina sencilla y ecléctica en la que no faltan la sabrosa y nutritiva sopa marroquí, una variante de la, jarira, plato fuerte del Ramadán en el Magreb, el cous-cous, las hojas de parra rellenas, las cremas de legumbres y vegetales como el hamos o el tebule y, por supuesto, el cordero con arroz aderezado con piñones o almendras. En las mesas ya empiezan a aparecer vecinos del barrio y curiosos atraídos por la gastronomía, el precio y la cordial atención de un servicio que preside un experto y cortés maitre que antes trabajó en algunos de los mejores restaurantes árabes de la capital. Cuando el comensal pregunta si puede fumar a los postres, un joven camarero sonríe antes de contestar: "No somos tan malos", e invita de parte de la casa a un dulce y aromático té verde con hierbabuena.

El Centro Cultural Islámico, aparentemente ubicado en la calle Salvador de Madariaga (no hay placa cercana que los certifique), fue inaugurado por. los Reyes de España en 1992 y mantiene convenios de colaboración con el Ayuntamiento y la Consejería de Cultura y Turismo de la Comunidad, así como con universidades y colegios, y recibe diariamente dos visitas programadas y guiadas. Para satisfacción de El Afiti, el objetivo de sacar . del gueto a la comunidad musulmana y relacionarla con la sociedad española se va cumpliendo, por lo menos en lo que a su parte respecta. Para el visitante que entre por primera vez en el centro, el recibimiento es tan cordial, como discreto. Las voces y los pasos suenan entrecruzados en el blanco pavimento, están dispuestos para dejar correr el agua hacia patios interior es donde crecen jóvenes árboles y plantas. A espaldas del tráfago suburbano de la M-30, el centro islámico es un remanso de paz, un enclave propicio para la meditación y el diálogo intercultural.

Una batería de relojes señala los horarios del mundo musulmán y sus horas para la plegaria, y en grandes paneles fotográficos diseminados por la planta baja aparecen imágenes de La Meca, de peregrinaciones y escenas de la vida cotidiana en los países islámicos. España empieza a ser algo más que puente de tránsito musulmán hacia los países del centro y del norte de Europa. Contra la intolerancia, el fanatismo y la xenofobia, se empieza a recuperar y asimilar una herencia común y un vínculo que a uno y otro lado del Estrecho voces discordiantes y belicosas intentan negar y disolver. El Centro Cultural Islámico de Madrid es un bastión que se construye día a día para acallar discordias y cimentar un pacífico y necesario hermanamiento.

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