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Tribuna
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¿Luis Redondo o Fernando Milla?

Cuando Jorge Valdano llegó al Madrid, me atreví a hacerle una impertinente observación de aficionado. "Estás de suerte: has conseguido reunir en la misma plantilla a Fernando Redondo y Luis Milla, dos de los diez mejores medios-centro del mundo. Eso quiere decir que cubrirás con toda garantía el primer vértice del rombo, o sea, el puesto más delicado del equipo, y que podrás utilizar indistintamente dos buenas soluciones para un mismo problema. Ahora bien; quien quiera buscarte las cosquillas lo tendrá sencillo. Bastará con que le dé la vuelta al asunto y decida reprocharte cualquier elección. La de Redondo, porque prescindes de un jugador tan estable como Milla; la de Milla, porque a Redondo le fichaste tú. Con eso habrá convertido las dos soluciones en un problema".Si entonces me hubiesen pedido una opinión sobre Redondo, también me habría atrevido a decir: "Redondo es Milla con un suplemento de habilidad y otro de carácter. Sin embargo convendría analizar un poco más. Milla es una especie de metrónomo. Actúa como una maquinaria de piñón fijo o, mejor dicho, como una caja de cambios con una sola marcha. Su moneda tiene dos caras. Sea por prudencia o por instinto táctico, suele mover el balón a un solo toque, y por tanto compromete a sus compañeros en el juego, lo cual es bueno. En épocas de depresión, sigue jugando al primer toque, pero casi siempre entrega el balón en corto y hacia atrás, lo cual es malo.En Redondo se reconoce un gusto exquisito por el toque, aunque matizado por el impulso de conducir la pelota. Ambas tendencias son muy comprensibles; él lleva un mando a distancia en la pierna izquierda, pero además es un genio del recorte: maneja uno de los repertorios de regate más ricos y originales del mundo. Su moneda, pues, no tiene dos caras: es poliédrica. En consecuencia, si al partido no le alcanza con la tercera marcha de Milla, él siempre dispondrá de la plusvalía del mano a mano, lo cual es bueno. No es menos cierto que, en épocas de depresión, tendrá la tendencia gaucha a echar un pulso a todos los contrarios, lo cual puede ser malo.

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No hay, pues, un argumento definitivo para señalar al mejor. La solución está más en los momentos de forma que en las cualidades personales. Y, en todo caso, la respuesta sería indiferente: fuera la que fuese, los animadores de la polémica siempre acabarán exigiendo responsabilidades políticas a Valdano.

Puede estar contento. Al menos, a él no le han pedido el suplicatorio ni han propuesto su dimisión irrevocable. Todavía.

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