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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Este Arzalluz y un tal Blázquez

LA TORPEZA, y algo más, con que se ha expresado Arzalluz no impide compartir con él cierta sorpresa ante el probable nombramiento como obispo de Bilbao de un prelado sin vinculación alguna con el País Vasco. Pero no porque desconozca el euskera, condición que en todo caso compartiría con cerca del 90% de sus feligreses bilbaínos, o porque no naciera en tierra vasca. El problema no es de origen, sino de falta de conocimiento de la realidad social de Euskadi.Parece, en principio, deseable que la política de nombramientos de la Iglesia tenga en cuenta el pluralismo nacional y cultural que reconoce la Constitución. La universalidad del catolicismo no está reñida con el enraizamiento de sus obispos. en las diócesis que administren. Las posibilidades de encontrar obispos vascos no deben ser insalvables, a la vista de los muchísimos prelados vascos y navarros que ejercen en países de África o América Latina.

Que el obispo de Bilbao sea vasco parece una medida prudente. Hubo un candidato obvio, Juan María Uriarte, auxiliar del prelado titular, pero fue nombrado no hace mucho obispo de Zamora, en otra decisión bastante discutible. En todo caso, el pluralismo cuenta también hacia el interior de cada uña de las comunidades. Muchos nacionalistas identifican la idea de enraizamiento con la condición de nacionalista. Es un prejuicio político contradictorio con el pluralismo vasco actual. Muchos pensarán que Setién es el obispo que necesitan los vascos porque sus ideas coinciden con las dominantes en su diócesis guipuzcoana. Cierto que coinciden, pero también que Setién es visto con recelo por los no nacionalistas.

Lo importante es que -cualquiera que sea su origen y la lengua en que se exprese- el obispo de Bilbao sea visto. como una personalidad integradora, como un factor que favorezca la convivencia y no que la dificulte. En una sociedad en la que la influencia de la Iglesia, y especialmente del clero, es intensa, el asunto no sólo interesa a los fieles, sino a todos los ciudadanos. A esos efectos, que el candidato sea bilingüe puede ser conveniente. Pero convertir esa posibilidad en condición excluyente de cualquier nombramiento -como algunos pretendieron con ocasión de la reciente elección del nuevo Defensor del Pueblo-es contradictorio con la realidad social vasca: no es coherente exigir representatividad y a la vez excluir de entrada a la mayoría no bilingüe.

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Los zafios sarcasmos dirigidos contra Arzalluz con indignas referencias personales- son lamentables, pero reconocerá el líder del PNV que el tono y contenido de su desplante no ha sido más correcto que el empleado por sus detractores. Sus amenazas de tomar medidas si se confirmaba que el elegido era "un tal Blázquez" -obispo de Palencia- son anacrónicas, preconciliares. Que a estas alturas el líder del primer partido de Euskadi lance un pulso a la Iglesia para imponer a ésta sus criterios, abre serios interrogantes sobre la modernización ideológica del centenario partido y sobre su idea del Estado laico democrático. El calificativo de "cura trabucaire" con que Anasagasti ha obsequiado al sin duda conservador nuncio en España lo debería reservar para ciertos miembros del clero local émulos del cura Santacruz.

¿A quién amenaza Arzalluz? ¿Al Papa? No debiera ignorar la inspiración que asiste al obispo de Roma, poco impresionable él por admoniciones del Euskadi Buru Batzar. Porque como dijo Sancristóbal (Julián) en otro contexto, "conociendo su talante, es seguro que consultó".

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