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Shanghai, el opio del capitalismo

El pragmatismo económico y la reforma política aceleran el crecimiento de la París de Oriente

BOSCO ESTERUELAS. ENVIADO ESPECIAL

Si Mao Zedong resucitara quedaría "horriblemente trastornado" por la evolución de Shanghai, la primera ciudad industrial más poblada de China. Rebasa los 13 millones, que con la población flotante llegan a 15. La ciudad ha pasado de ser cuna fundadora del Partido Comunista Chino (PCCh) y solaz retiro de Jiang Jing -la mujer de Mao- y la banda de los cuatro para urdir en los setenta su sectario izquierdismo, a puerta, ahora, del capitalismo a la china. "Y ¿por qué iba a ser de otro modo? Aquí seguimos al pie de la letra la doctrina de Deng Xiaoping: enriqueceos", declara Zhou Rong, un joven ex funcionario que ahora dirige una pequeña empresa de desarrollo industrial.

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"Está claro que la política de reforma y apertura económica seguirá, pase lo que pase en Pekín y haya o no lucha por el poder cuando muera Deng", añade Zhou mientras el automóvil cruza el puente de cable más largo del mundo, que une la parte occidental de Shanghai con el área urbana e industrial oriental de Pudong, un megaproyecto donde está previsto que exista un centro financiero, una zona de libre comercio, otra zona de procesamiento de exportaciones, un parque tecnológico, así como áreas residenciales, escuelas y universidades para un millón y medio de personas.

Shanghai pretende recobrar su reputada fama cosmopolita de finales de siglo y principios del presente, cuando se le conocía como la París de Oriente. El provincianismo político del pequinés es visto cosí desprecio por el orgulloso shanghainés. Es, de todas, la ciudad más occidental de Asia, si se exceptúa Hong Kong, debido a las huellas arquitectónicas que las famosas concesiones extranjeras -Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y Japón- dejaron tras su presencia en China a mediados del siglo pasado, a raíz de la guerra del Opio. Altos edificios neoyorquinos años veinte entremezclados con casas victorianas y bonitas mansiones francesas, que fueron convertidas en hacinadas viviendas después del triunfo de la revolución comunista y que ahora se intentan rehabilitar para oficinas públicas, hoteles o simplemente morada para los pudientes que puedan adquirirlas, no sin la resistencia de quienes actualmente las habitan que incluso han llegado esta semana a salir en manifestación para evitar ser desplazados a la periferia. Unas manifestaciones que se han saldado con cuatro muertos, por un incendio accidental que concidió con la concentración vecinal.

"Esta ciudad ha revivido desde hace apenas tres años", explica una joven mujer de negocios china que ha vivido gran parte de su vida fuera del país. Shanghai quedó excluida de las Zonas Económicas Especiales (ZEE), que se rigen por los principios del libre comercio y que son el exponente más puro del reformismo que Deng puso en marcha a partir de los ochenta. Las autoridades de la provincia veían año tras año dilapidadas sus menguadas arcas al exigir el Gobierno central una contribución anual de 30.000 millones yuanes (aproximadamente 2.000 millones de pesetas en valor actual). Sin embargo, desde hace cuatro años Shanghai devuelve sólo una cuota fija de sus ingresos locales.

Será en Shanghai, en 1992, donde Deng indicará a la poblada nación que su política de apertura al exterior no vacila una vez que se han metido en el baúl de los horrores los sangrientos sucesos de junio de 1989 en la plaza de Tiananmen y que las democracias occidentales guarden para mejor ocasión condenar la violación de los derechos humanos y apuesten sin más por el pragmatismo chino. Shanghai renace de sus cenizas y de su fantasmagórico aspecto de ciudad detenida en el tiempo. Su alcalde, Zhu Rongji, es nombrado viceministro de asuntos económicos y miembro del comité permanente del partido. A su antecesor y posteriormente secretario regional, Jiang Zemin, Deng le nombra secretario general del PCCh en 1989 y luego presidente de la república en 1992. En Pekín se habla de la "mafia de Shanghai" después de que Jiang ascendiera al buró político al hasta ahora alcalde, Huang Ju, y está a punto de nombrar viceministro a Wu Bangguo, que fue sucesor suyo como secretario regional del partido en Shanghai.

La economía de la ciudad ha crecido en los últimos tres años más del doble que en la década de los ochenta. El producto interior bruto (PIB) aumentó un 14,8%, 14,7% y 14,3% en 1992, 1993 y 1994, respectivamente, según estadísticas locales, y para el, presente ejercicio ha sido fijado entre el 10% y el 12%, superior en dos puntos a la meta que el Gobierno se ha fijado para el PIB nacional. El ritmo descendente es obligado para evitar el recalentamiento de la economía y controlar la inflación. En 1994 la tasa de inflación fue superior a la media nacional (23,9% en Shanghai) y este año se pretende que oscile entre el 15% y el 17%.

"Esta ciudad marcha decidida hacia el próximo siglo", ha manifestado el nuevo alcalde, Xu Kuangdi. Las autoridades locales se han volcado en proyectos de infraestructura de los que está más necesitada. La falta de espacio es evidente y la carencia de vivienda más. El tráfico está materialmente colapsado en el centro y sólo la construcción de puentes elevados puede aliviarlo. Con participación alemana acaba de ser estrenado el primer tramo de 16 kilómetros del metropolitano, así como un anillo de circunvalación de 48 kilómetros. La piqueta entra a saco por el casco viejo.

Día y noche, esforzados obreros contratados a precios de miseria entre más de un millón de emigrantes rurales levantan inmensos rascacielos vanguardistas, a ambos lados de las orillas del río Huangpu. La Orient Pearl Tower, la torre de las comunicaciones aún no completamente acabada, simboliza el nuevo Shanghai, donde las libertades políticas no existen, como ocurre a lo largo y ancho de China, y la población se centra en cómo mejorar su nivel de vida. Grandes superficies comerciales, almacenes, supermercados, tiendas de lujo, restaurantes, discotecas, casas de masaje... Todas esas peculiaridades del socialismo a la china. La corrupción administrativa es seria y existe la sospecha de que es inherente al proceso de reforma, a pesar del reiterado compromiso de las autoridades de combatirla: "Estoy convencido de que el Gobierno quiere acabar con ella", opina Qin Hengji, subjefe de economía de Wen Hui, el segundo diario de Shanghai, controlado por el partido, y que tiene una circulación media de 800.000 ejemplares.

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