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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Clinton, a la contra

LA APABULLANTE derrota de los demócratas en las elecciones al Congreso norteamericano de noviembre lanzó a la Administración del presidente Clinton a la búsqueda de una política de recambio, a la fabricación apresurada de una nueva imagen de su presidente, más centrado y decidido, con planes a largo plazo para hacer frente a las mayorías republicanas en Cámara y Senado.La primera manga del contraataque se desveló la semana pasada con el anuncio presidencial, de un vasto proyecto de reducción impositiva a la clase media -el 75% de la población-, basado, sobre todo, en el apoyo a los gastos en educación y formación de las futuras generaciones. El propio nombre que se ha dado al plan, Carta de derechos de la clase media, revela su carácter de medida tanto social como puramente política. Se trata de oponer también imágenes y eslóganes al proyecto del inminente líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, Newt Gingrich, Contrato con América, que abunda en propuestas desgravatorias, y, sobre todo, preconiza la reducción del aparato del Estado, la presunta liberalización de las energías nacionales miniaturizando la Administración. Un thatcherismo extremo, en suma, en una sociedad donde el Estado jamás ha tenido históricamente un peso comparable al de los países de Europa occidental.

El conjunto de las medidas de Clinton, que liberarían unos 60.000 millones de dólares (ocho billones de pesetas) de la carga tributaria nacional, nos presentan a. un nuevo presidente, muy alejado del que proponía, hasta ahora sin éxito, la extensión de los beneficios de la Seguridad Social a la totalidad de la población. Es un Clinton que trata de recuperar el centro del campo de juego político, de redorar sus blasones ante una opinión que le volvió masivamente la espalda en las pasadas elecciones votando- republicano, pero que, sobre todo, eligió caras nuevas en las cámaras, para desmarcarse de un presidente al que percibe como inconstante y confuso, armado de las mejores intenciones, pero de menguadas competencias para el ejercicio de un cargo que exige tanto habilidad en el juego corto como la visión larga.

En último término, la iniciativa presidencial aspira globalmente a reconstruir la coalición, básicamente de clases medias, que constituye la médula del Partido Demócrata, y que desde los años treinta le ha dado, si no la Casa Blanca, sí al menos casi siempre una consistente mayoría en el Congreso; Bill Clinton no tiene mucho tiempo para reformularse de nuevo ante las presidenciales de noviembre de 1996, y su propio Partido Demócrata no descarta la discusión sobre si será él o no su próximo candidato. El Partido Republicano, bajo la dirección de Gingrich y del líder de la mayoría senatorial, Robert Dole -ambos potenciales candidatos a la presidencia-, no puede recibir con especial entusiasmo la acelerada republicanización de su presidente. Sus planes van mucho más lejos y la aprobación de las futuras medidas legislativas va a resultar ardua.

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Clinton se veía forzado a actuar tras el descalabro de noviembre, y su primer movimiento no carece de interés; hasta el punto de que el apoyo de la opinión pública puede hacer que se modere la oposición del Congreso. Pero, al mismo tiempo, tantos Clinton en tan poco tiempo pueden fatigar a un electorado que perciba como oportunismo lo que quiere ser, posiblemente, sólo una apañada política de renovación por el centro.

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