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¿Sociedad civil internacional?

Hace ya muchísimos años, creo que hacia los comienzos de 1953, en aquel Santiago desaparecido, en unos locales desvencijados de la calle de San Antonio o en la casa de Los Guindos, de Pablo Neruda, conocí a un poeta haitiano delgado y más bien bajo de estatura, de barbas de chivo, de espíritu comunicativo, alegre, ingenioso. Se llamaba René Depestre y llegaba de su exilio en París a uno de esos congresos de fachada que solían organizar en aquellos años, bajo lemas tan indiscutibles como la paz mundial o la cultura, los partidos comunistas. Observé a Depestre, escuché sus poemas, inspirados en las dos grandes vertientes de la tradición francesa, la clásica y la de vanguardia, con interés y con admiración, y dejé de verlo durante largo tiempo. Supongo que coincidimos en París durante la década de los sesenta, pero creo que no nos encontramos, salvo que la memoria me falle mucho. Un día, durante mi breve misión diplomática en La Habana, a comienzos de la década siguiente, entré en la casa de una persona amiga, un hombre de los medios del cine cubano que había invitado a una fiesta perfectamente informal, y en la estrecha cocina, batiendo un mejunje, riéndose, contando muy buenas historias, con sus barbas de chivo todavía no encanecidas, se hallaba Depestre, el poeta de Haití. No me extrañó nada: él tenía excelentes relaciones con el régimen castrista, y es posible, incluso, que en aquella época residiera en La Habana.Lo que me extrañó mucho, en cambio; lo que fue, diría, una sorpresa mayúscula, fue recibir una carta suya en mi casa de Santiago de Chile hará 10 años o menos. Yo pensaba que René Depestre formaba parte de la interminable lista de las personas que me habían borrado de sus listas respectivas después de la publicación de mi testimonio cubano. Era un texto en que de manera afectuosa, espontánea, sin segundas intenciones, me manifestaba su simpatía por mi visión personal y por mi reacción frente a mi experiencia del castrismo.

Abro ahora la prensa francesa y me encuentro por cuarta o por quinta vez con René Depestre. Los seres humanos, me digo, cuando son fieles a sí mismos, cuando emplean toda su libertad intelectual, cuando dejan de ser "esclavos de la consigna" (Vicente Huidobro), de muestran una capacidad de recuperación francamente extra ordinaria. Sobre el caso de Haití ya he vuelto a escuchar las monsergas antinorteamericanas de hace 20 o 30 años. Pues bien, René Depestre, en un es pacio muy destacado de Le Monde, sostiene lo siguiente: afirma que la invasión de 1915, dirigida por el almirante William Caperton pocas horas después de que la población había cortado en pedazos al dictador Vilbrun Guillaume Sam, fue de una naturaleza entera mente diferente a la de hoy. Juzgar la de ahora con los mis mos ojos es una falta grave de percepción de las realidades históricas y sociales de ese país. En esta oportunidad, sostiene Depestre, la intervención norteamericana coincide con los intereses del pueblo haitiano, representados por su presidente legítimo, Jean Bertrand Aristide.

A partir de aquí, Depestre, el poeta, elabora una teoría que me parece lo más interesante y novedoso de su artículo y que demuestra una vez más que los poetas suelen ser mejores analistas de las sociedades que los llamados "politólogos". Depestre se refiere al desarrollo de las sociedades civiles en los países más avanzados del mundo contemporáneo y sostiene que ya se ha empezado a formar, como consecuencia inevitable, lógica y, además, deseable, una sociedad civil internacional. Es un proceso que se encuentra en sus comienzos, con todos los ingredientes de caos, de confusión, de contradicción que esto implica, pero que nos prepara cada día más, según él, para "aplicar el abc del derecho de intervención humanitaria, la noción clave de asistencia a un pueblo en peligro, es decir, el embrión de una conciencia planetaria, el esbozo de un sentimiento de responsabilidad de cada uno y de todos frente a las desgracias que golpean injustamente a los hombres y a las sociedades".

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Es la negación del derecho de no intervención que nos enseñaron en la escuela y que elaboraron nuestros padres fundadores. Sin embargo, con la experiencia del siglo a cuestas, la del fascismo, la del desmoronamiento del comunismo, con toda clase de revelaciones que todavía están por producirse, más bien tiendo a solidarizar con Depestre. Él habla de una renovación a escala mundial de las reglas del juego político y aporta su "humilde apoyo de escritor franco-haitiano a los buenos fundamentos de la política del presidente Clinton frente a la tragedia haitiana". Apoyo que naturalmente podemos discutir, pero que todavía supone, a pesar de toda el agua que ha pasado bajo los puentes, un coraje y una independencia intelectual notables. Hay que ser, claro está extremadamente realista y mirar con reservas, con sentido crítico, con exigencias, la acción norteamericana en Haití a partir de esta segunda ocupación del siglo. Hay que aprender, desde luego, la lección amarga que dejó la primera. Pero si llega a producirse una democratización efectiva del país, será una acción enteramente nueva y promisoria dentro del panorama internacional.

Jorge Edwards es escritor chileno.

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