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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Por el bien de Cuba

NO SERÁ con manifestaciones de "inquebrantable adhesión al régimen" como la celebrada ayer como podrá solucionar Fidel Castro el problema real del malestar, la frustración y la creciente desesperación que aquejan a la población cubana. Ni echándole la cuIpa a Estados Unidos. Castro sabe que son absurdas sus acusaciones a Washington de querer organizar en Cuba un "baño de sangre". Tan absurdas como los intentos del régimen y sus defensores en el exterior de responsabilizar al bloqueo norteamericano e los males de la economía cubana.El problema de Cuba es, ante todo y sobre todo, cubano, y de un tiempo a esta parte se llama Fidel Castro. Son muchos los que, incluso en el entorno inmediato del presidente -y leales a su persona-, se desesperan ante la incapacidad de este hombre de reconocer que ha estado y está en una vía muerta y que los cubanos necesitan una alternativa: política y económica para evitar que la tensión acabe en enfrentamiento civil. Posturas numantinas y el regocijo por la decidida defensa del régimen por parte de unos guardianes de la revolución, traducida en palizas callejeras disidentes o insatisfechos, sólo retrasan soluciones, agudizan las dificultades y los traumas, alargan la situación de miseria y reducen las posibilidades de tina econciliación nacional y una transición pacífica. El régimen cubano debe entender que no puede condenar indefinidamente a su población a hundirse en simas de miseria cada vez más profundas o a huir ilegalmente de su patria y hogar arriesgando la vida. Los disturbios del Malecón de La Habana no parecen ser el principio del fin del régimen, como quieren creer algún exiliado radical en Miami o algún derechista español que prefiere ver cumplido su deseo de revancha y liquidación de Castro antes que la solución viable y pacífica que la sociedad cubana necesita y merece. No ha sido una protesta estructurada y organizada de alternativa política, sino la manifestación espontánea de una profunda insatisfacción popular.

El proceso de relevo de este régimen -que ya exige cargas insufribles a sus ciudadanos para continuar con la ficción de la viabilidad de su existencia- comenzó cuando en 1989 todo el Este de Europa y después la URSS liquidaron por quiebra un proyecto político histórico. Castro tiene aún los apoyos y el control necesarios para, por el bien de Cuba, lanzar una gran operación de reconciliación nacional, apertura política y disolución pacífica del sistema. Al final de este proyecto estará, sin duda, su relevo y la implantación de un régimen pluripartidista y democrático. Para ello, y con la condición de que la voluntad de cambio sea sincera y garantizada por los hechos, todos los apoyos que requiera la situación le deberían ser prestados a Cuba.

España puede jugar un importante papel. Y EE UU puede demostrar su voluntad de cooperación en la transición pacífica levantando un embargo, -que no bloqueo- que sólo sirve como pretexto para justificar su fracaso a los irredentos del régimen cubano. Nadie piense que el sistema comunista pueda salvarse con esta medida. Su fracaso no se debe a condiciones externas. Está en su esencia. Pero, en estos momentos decisivos para Cuba es necesaria la generosidad y la perspectiva histórica de todos. Son los hombres con razón, moderación y coraje, de dentro y fuera del régimen y del exilio, los que deben aislar a los obcecados de todas las trincheras y abrir la opción de libertad y reconciliación en Cuba.

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El miedo empieza a resquebrajarse. Si no se abren cauces a la opinión desesperada, los abrirá ésta con manifestaciones, choques callejeros y enfrentamientos entre cubanos. La violencia entre partidarios y opositores del régimen podría extenderse. Castro tiene aún la posibilidad de pasar a la historia como mucho más que el triunfador de una revolución que cabalgaba sobre un optimismo histórico fracasado. Puede erigirse en el estadista que, con todos los reveses para sus ideas, tuvo la sabiduría y la generosidad de sacrificarse para evitar dolor y sangre a los cubanos. Figurar en la historia con Suárez o con Ceausescu: ésa es la opción de Castro. Nosotros sabemos cuál preferimos. Por el bien de Cuba.

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