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Tribuna:A LA INTEMPERIE
Tribuna
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Los desaparecidos miden 1,80

Juan José Millás

No sé ni cómo se me ocurrió, la verdad. O quizá sí: de verlo en el periódico seguramente. El caso es que pasé por delante de un fotomatón que hay en Velázquez esquina a General Oráa, cerca del banco donde tengo la cartilla de ahorros, y no me lo pensé dos veces. Entre y me saqué una foto que reflejara lo peor de mí. Esas máquinas, los fotomatones, tienen un selector de rasgos que elimina lo poco de bueno que nos que da, o sea, que poseen la mirada del enemigo. Yo, cuando miro a mi jefe, del que todo el mundo dice que tiene muy buena pinta, lo veo con la mirada del fotomatón, y desde esa óptica moral les aseguro que está bizco; bueno, no exactamente bizco, pero tiene un ojo un poco extraviado en la misma dirección se xual que El Dioni. Y eso no se lo ha notado nadie, excepto yo, porque comparto con los fotomatones la habilidad de ver lo peor que tienen las personas. Resulta que los colores de la foto se habían corrido un poco y salí fatal, con una expresión de desvarío que daba miedo verme. Además, aunque tengo el pelo liso y flojo, en la foto se me veía de punta; ésa es otra de las rarezas de los fotomatones, que siempre te sacan con los pelos de punta. Bien, me fui directamente a las oficinas del periódico y contraté un espacio publicitario de esos en los que se ve la foto de un loco o de un anciano bajo el rótulo de "desaparecido". Di de mí unos datos estremecedores, por ejemplo, que medía 1,80 y que tenía los ojos verdes. Donde la complexión, puse fuerte, "de complexión fuerte y gesto decidido", eso puse, y el tipo que tomaba nota no dijo esta boca es mía: yo creo que ni siquiera me miró. Añadí que estaba bajo tratamiento psiquiátrico, porque eso aparece en todos los anuncios de desaparecidos, y que la última vez que me vieron llevaba un chándal verde. Qué asco, un chándal verde.

Esa noche no dormí, de impaciencia, y a la mañana siguiente estaba en el quiosco. antes que el quiosquero. Me habían colocado junto a las necrológicas, porque a los desaparecidos siempre los colocan al lado de los muertos. Pero el muerto de ese día no tenía foto y yo sí. O sea, que debía ser un muerto de hambre, una mierda de muerto. Vas a una tienda de cadáveres, pides un muerto de lo más tirado y te dan el de ese día, que no debía tener ni dónde caerse muerto, de, otro modo no se explica que lo hubieran sacado sin foto, aunque fuera de fotomatón, como la mía. A mí me vino bien, porque mi anuncio destacaba más que la necrológica, es decir, que lo vería todo el mundo.

Llamé a la oficina para decir que estaba enfermo, y me pasé el día en la calle, yendo de un lado a otro, con la ilusión de que la gente me mirara, aunque fuera mal, y se espantara al ver a un desaparecido, pero no sucedió nada. Volví a casa con la esperanza de que el contestador estuviera lleno de avisos, porque en el anuncio había puesto mi teléfono, pero estaba vacío, como siempre. Pensé que por lo menos me llamaría alguien de la oficina, o mi madre, que sólo lee la página esa, la de necrológicas, pero el teléfono no sonó en toda la noche. Qué desastre.

Al día siguiente, en el lugar donde había estado mi foto la jornada anterior, salía un desaparecido de mierda, con una fotografía de estudio de cuando hizo la primera comunión, se ve que no tenía otra. También era de complexión fuerte, eso decía el anuncio, y medía 1,80 de estatura: todos los que desaparecen miden 1,80, lo tengo comprobado. El caso es que voy a desayunar y me lo encuentro en el bar, tomándose unos churros. Me quedé espantado, porque a mí los desaparecidos me impresionan más que los muertos, pero me dio tanta rabia que yo le viera a él y que él ni se fijara en mí que todavía no he avisado a su familia.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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