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La tormenta la de Ucrania

Leonid Kravchuk creía que su país, Ucrania -más extenso y más poblado que España (52 millones de habitantes)-, se convertiría rápidamente en un país rico y próspero. En diciembre de 1991 se negó a firmar el Tratado de Unión propuesto por Mijaíl Gorbachov, lo que permitió a Borís Yeltsin deshacerse a la vez de la URSS y de su presidente. Kravchuk prometía entonces el oro y el moro a los ucranios. La cooperación con las demás repúblicas ex soviéticas no le interesaba; creía que el comercio con Occidente sería más ventajoso. Era soltar pájaro en mano para quedarse con ciento volando. El resultado, tres años después, es catastrófico: Ucrania vive una ruina aún mucho más grave que la de Rusia.Un ruso, aunque sea poco acaudalado en su país, se convierte en Kiev en un "extranjero rico". Su rublo no vale gran cosa con respecto al dólar, pero frente al karbovaniets ucranio constituye una "moneda fuerte". Para establecer la cotización del karbovaniets con respecto al dólar hace falta una calculadora que multiplique 1.800 (lo que da un rublo) por 30 o 40, con arreglo al ritmo desenfrenado de la inflación ucrania. Calculados en dólares, los salarios de Ucrania figuran entre los más bajos del mundo. Algunas categorías de trabajadores no ganan ni siquiera un dólar (140 pesetas) al mes.

Un gran número de ucranios sobrevive a base de comprar todo lo que encuentra en su país para después venderlo a cambio de rublos en su vecino del Norte, a cientos de kilómetros. Otros salen de apuros gracias a los productos alimenticios de algunos parientes o amigos que viven en el campo. Así que todos viajan, aunque, en los tiempos que corren, los trenes y las carreteras de la antigua URSS son peligrosos. Es más, hay aduaneros corruptos que acechan a ambos lados de la frontera. "No votamos a Kravchuk para convertirnos en vendedores ambulantes", se oye a menudo en el tren que enlaza Kiev con Moscú.

Este estado de ánimo explica los resultados de las recientes elecciones legislativas, las primeras celebradas en la Ucrania pos-soviética. La oposición de izquierda -comunistas, socialistas y partidos agrarios- ha conseguido 116 escaños, más de la tercera parte de un Parlamento compuesto, de momento, por 337 representantes. Puede contar, además, con el apoyo de al menos la mitad de los 163 diputados "independientes", y dispondrá, por tanto, de una mayoría estable en la Cámara. "El triunfo de la izquierda en Ucrania es evidente", observa el semanario ruso Moskovskie Novosti. No obstante, ¿basta eso para permitir una alternancia democrática en ese país? No hay nada menos seguro.

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Leonid Kravchuk, apodado El Zorro, es un táctico notable poco dispuesto a abandonar el poder. Antiguo secretario del Partido Comunista de Ucrania y encargado de cuestiones ideológicas, realizó en 1990 y 1991 la proeza de unirse a los independentistas del Ruj, sus enemigos hasta entonces. Pero hoy este movimiento, que iba viento en popa en la época soviética, ya no tiene tanto peso. No tiene más que 28 representantes, principalmente en Ucrania occidental, donde a los rujistas nunca les había gustado Kravchuk. Ésta no es la única sorpresa desagradable para el presidente.

El partido del poder, al que se creía fuerte en la capital donde se concentra esa burocracia pletórica que sabe sacar partido de las reformas, no ha capitalizado sus votos. Contra toda expectativa, los electores de Kiev han pasado de las urnas. Kravchuk, que contaba con la apatía política de las provincias, había promulgado un decreto electoral por el que anulaba el escrutinio en toda circunscripción donde la votación fuera inferior al 50% del censo. Resultado: en provincias votó el 75% de los electores -cifra que hace soñar a rusos y polacos, mucho más abstencionistas-, pero en la capital sólo votó el 46%. De los 23 diputados previstos, Kiev ha conseguido que salgan elegidos nada más que cinco.

La base electoral de Leonid Kravchuk es, por consiguiente, aún más restringida que la de Borís Yeltsin. ¿Cómo se las va a apañar para gobernar Ucrania? ¿Es capaz de reconciliarse con los vencedores de hoy, como ya lo hizo con el Ruj? Nadie lo cree. Pero el presidente tiene otro as en la manga: ¿quién le sustituirá si se marcha? Porque Ucrania sigue sin tener Constitución. El antiguo Parlamento estaba demasiado dividido como para aprobarla. En el nuevo, la izquierda no contará tampoco con esa mayoría de dos tercios necesaria para la aprobación de la ley fundamental.

A la vez que declara estar harto de la política, Kravchuk explica que no puede dejar el país en el caos. Sus dos principales rivales, Iván Pliuch (de 52 años) y Leonid Kuchma (de 56 años), parecen darle la razón sobre este punto. PIiuch, presidente del Parlamento saliente, está a favor de una república parlamentaria con una presidencia sin poder real, que no disponga más que de una Administración muy reducida. Leonid Kuchma, ex primer ministro, considera, en cambio, que un presidente elegido por sufragio universal no puede conformarse con un papel meramente decorativo. En cierto modo está arrimando el ascua a su sardina.

Kuchma, gran experto en balística, galardonado con el Premio Lenin por su contribución a la construcción de los misiles SS-18 y SS-20, parece el mejor situado para suceder a Kravchuk, porque no ha cortado los vínculos con los comunistas. Pero insiste en que antes de convocar elecciones presidenciales -previstas, en principio, para el 26 de junio- se definan claramente los poderes del presidente. A la espera de que se constituya el nuevo Parlamento (¿en mayo?), el Gobierno se conforma con despachar los asuntos diarios. Pero esta situación es especialmente peligrosa.

Ucrania es un país heterogéneo. Su parte occidental perteneció hasta 1939 a Polonia y es mayoritariamente católica (uniata). No representa más que una cuarta parte del territorio nacional, pero su actitud militante dentro de un país básicamente ortodoxo puede plantear problemas. El sur tiene otras ambiciones. A los responsables locales les gustaría transformar la región en una "zona de economía libre", como la que existe en China, para extenderse hacia el Mediterráneo y "hacer de Haifa el suburbio de Odesa". En el este, en las zonas industriales de Donetsk y Jarkov, a los rusohablantes, incluidos los ucranios, les cuesta adaptarse a la ruptura con Rusia.

Crimea, por último, constituye un caso aparte, al no haberse incorporado a Ucrania hasta 1954 por decisión personal de Nikita Jruschov. Sus habitantes (de los que el 75% es ruso) votaron, como el resto del país, a favor de su independencia, seducidos por las promesas de Kravchuk. Pero ahora preferirían vivir en la "república del rublo" a vivir en la de los karbovaniets. Su nuevo primer ministro, Yevgueni Saburov, eminente economista ruso nacido en Yalta, promete resolver este espinoso problema con medidas económicas.

En época de crisis, mantener la cohesión de un país tan diversificado parece imposible. Durante sus años en el poder, Leonid Kravchuk sin duda ha disgustado a todo el mundo, pero tiene el mérito de haber sabido evitar los enfrentamientos violentos. Aunque su coexistencia con el Parlamento saliente ha sido muy conflictiva, no ha degenerado en una prueba de fuerza sangrienta como la que se produjo en Moscú en el mes de octubre. Puede que ésa sea una de las razones que ha permitido a Ucrania evitar una polarización política demasiado brutal y un ascenso de la extrema derecha comparable a la de Zhirinovski en Rusia.

Los émulos ucranios del nacionalismo agresivo son, en efecto, los grandes vencidos de las elecciones de marzo-abril. Los extremistas de la Autodefensa Nacional Ucrania (UNSA, siglas en ucranio) hicieron desfilar en Lvov, ante las

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es periodista francés especializado en cuestiones del Este.

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