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Reportaje:

Las macronoches del sur

Discotecas de cinco pisos, con casinos, cines y piscinas se elevan sobre la periferia de Madrid

Francisco Peregil

El Palladium viene a representar un Partenón como sacado de la Guerra de las galaxias, con columnas iluminadas de metro y medio de diámetro, piscinas que en verano descubren el techo de la quinta planta para mirar las estrellas, cine, dos pistas, karaoke, hamburguesería, minicasino, chicas y chicos gogó (bailarines profesionales), 12 encargados de seguridad comunicados por un hilo negro, concurso de miss Harley Davidson -con pase de ropa Harley y las famosas botas Carolina-, actuaciones de grupos como Danza Invisible o Amistades Peligrosas.Más: maître, submaître (así denominan los dueños y los 50 empleados a los encargados -corbata, gemelos y pajarita-, de la discoteca), magos que inflan globos y los cuelgan de la oreja del respetable en forma de pantera rosa... Un sitio, en definitiva, pensado para que los matrimonios de la localidad madrileña de Coslada (79.000 habitantes) dialoguen o degusten los más de 10 cócteles de la casa mientras sus vástagos retozan unas plantas más abajo.

"Vips" de Coslada

La puerta automática del aparcamiento se abre lenta, silenciosa, sólo permeable para algunos empleados y vips (very important persons, gente muy importante) como las autoridades policiales de Coslada.

Antes de que el personaje haya aparcado, el jefe de sala se habrá enterado de su presencia mediante la radio que le comunica con todo el personal de seguridad, y saldrá a recibirle. Una copa por aquí y un emparedado por allá; a las autoridades hay que tratarlas bien. Norma de la casa.

El Palladium engulle los fines de semana 7.000 personas, que devuelve a la calle con una media de 3.000 pesetas menos y la sensación de haber visitado el buque insignia de lo que se podrían denominar las macronoches del sur de Madrid.

Al ritmo que marcan sus pinchadiscos se mueven los jóvenes de la periferia, gente que también acude a Kavana y Tropic Costa, las dos en Getafe (140.341 habitantes), Big Bang (Villaverde), Titanic (Atocha) y Vogue y Alliens en Fuenlabrada (147.780).

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En total suman un regimiento de 400 empleados que atienden toda la vorágine atrapada el resto de la semana en cursos de formación profesional, contratos temporales, oposiciones y colas de parados. Detrás de todo ello, un nombre: José Román López Paredes. A él y a su socio les dio por montar la discoteca Titanic hace 10 años, la Palladium hace tres y todas las demás, hasta una en El Algarve portugués entretanto.

Un equipo propio de albañiles, fontaneros y electricistas se encarga de mantenerlo todo a punto para que nada falle cada fin semana -sólo abren viernes, sábados y domingos- y para reformar los edificios cada vez que se reinaugura alguno. Román López tal vez desconoce la teoría del príncipe de Lampedusa, pero sabe que es preciso que algo cambie para que todo siga igual.

Por eso la semana pasada se inauguró en Getafe la discoteca Kavana. Pasó de llamarse Míster Black -también de su propiedad- a Kavana, sin más. Kavana comprende tres plantas y seis gogó con minifaldas bailan en columnas sobre el resto de los mortales.

Una pantalla transparente que baja sobre la cabinas de los pinchadiscos recibe un rayo láser valorado en 15 millones de pesetas, que luego se transforma en una mujer semidesnuda, con botas y pechos verdes; mujer que se contonea al ritmo de la música por encima de los de la cabina. Justo cuando la pantallita empieza a aburrir a quienes acaban de verla esa noche, la luz se divide y aparece otra bailarina láser, compitiendo a la hora de atraer las miradas con las cuatro gogó girls encaramadas en sendas columnas.

Mientras las bailarinas suben las piernas a lo can can, las gogó, se bajan cada dos minutos la minifalda negra desde la ingle a los muslos. Las gogó que eligió hace unos días Luis Miguel, el hermano de San Román, responden al tipo de chica guapa de las que cualquier joven de la discoteca tarda cinco o diez minutos en encontrar defectos físicos. Cobran entre 7.000 y 10.000 pesetas por sesión. Piluca, por ejemplo: 17 años, melena rubia, estudia idiomas y dice ser azafata de vuelo Amalia, de 18, trabaja en una oficina y los fines de semana se sube a la columna a bailar. Por que le gusta, dice; para alimentar su ego, opinan otros.

José Román, el dueño, se abstiene. La noche va bien; el negocio, estupendamente; así que sube las escaleras, toca las paredes forradas de piedras de pizarra, como en un castillo medieval, saca una llave, la aplasta contra un risco y se abre una puerta que conduce a su oficina: mesa desordenada, teléfono, calculadora y archivos coronados por una leve capa de polvo. Toda la contabilidad, en ese habitáculo de dos metros cuadrados.

Dinero, ninguno

Y dinero, ninguno. Los camareros ganan unas 130.000 pesetas al mes, y no tocan un duro en toda la noche. Las monedas caen en tres máquinas que expenden más de 50 bonos distintos: desde un zumo de pifia (400 pesetas), hasta una botella de whisky de reserva (9.000 pesetas), pasando por los cubalibres (500). Cada máquina vale un millón, y hay unas 20 en toda la cadena.

Hace tres días, el director de las elitistas discotecas Pachá, Ricardo Urgell, declaraba a una redactora de este periódico: "Mira, trabaja para el pobre, que te hará rico. Ahora te cambiaría el Pachá por el Titanic. En una discoteca impersonal de Alcorcón o de Alcobendas se forran; aquí, no. Una cosa es crear imagen y otra ganar dinero".

Pero Román no cambiaría su Titanic por Pachá, ni por Archy, ni por Joy, ni por ninguna de las discotecas saturadas de modelos, ejecutivos y aristócratas venidos a menos. "Si nos lo hubiéramos propuesto, habríamos llegado a ese público también. Se trata de contratar a otros relaciones públicas y moverte en otros círculos, simplemente".

Pero su estrategia va enfocada hacia fiestas de carácter popular y los karaokes. En casi ninguna macrodiscoteca faltan los karaokes, con algún espontáneo tipo Javier de Porres, un asiduo de la casa, que, a petición de Román, se atreve con una canción de José Luis Perales.

El público, chicas y chicos sentados, esperando, viendo las imágenes del vídeo, y De Porres, chaqueta, corbata, la mano en el bolsillo y la otra en el micrófono, miráaaaridote a los ojos jurariaaa, acariciando el cable del micrófono, que tienes algo que ocultarmeeeee. La gente le anima con palmadas, y cómo es eeel, hay voces femeninas que se suman y hacen de coro, en qué lugaaar se enamoró de tiii; De Porres se anima, y pregúntaleeee, de nuevo, a qué dedica el tiempo libreee. "Es que hoy estoy un poco.ronco", se disculpaba humilde ante los halagos del dueño.

La otra cara

Ésa es la cara amable, el decorabonito de las macronoches: ambiente discreto cuidado por los chicos de seguridad, polo negro, chaqueta marrón con botones dorados, y dos azafatas minifalderas que reparten sonrisas y chapitas de la casa. La otra cara puede aparecer en la puerta.

Hace tres años, Luis Domingo Sanz fue apuñalado en Titanic tras discutir con un cliente. Hace nueve meses, el estudiante José Ramón Freire denunció en comisaría a los vigilantes de Titanic porque lo encerraron en un cuarto y lo apalearon.

El jefe de sala contó otra versión: un empleado le llamó la atención al estudiante porque se había saltado la fila del guardarropa; el joven le amenazó con pegarle dos tiros. "Entonces, entre dos empleados le redujeron y le echaron fuera de la discoteca; eso fue todo".

"La verdad es que no tenemos percances serios apenas", se excusa José Román López. "Hay que tener en cuenta que por el Titanic pasan casi 10.000 personas en un fin de semana. Y los pro blemas que hemos tenido han sido por chorradas. Ya es que en cualquier cosa te quieren implicar. Por ejemplo, las chicas aquellas que se escaparon de casa y dijeron que las habían secuestra do, declararon haber estado en el Titanic". Susana Ruiz, la joven de San Blas hallada muerta en un descampado de su barrio, dijo a sus amigos la última vez que la vieron viva, que quería ir a un concierto de Palladium. "Claro está que de todas esas cosas, de puertas para afuera no tenemos culpa nosotros".

Palladium: Jesús de San Antonio, 2 (Coslada). Big Bang: Vieja de Pinto, 17 (Villaverde Alto). Alliens: Castillejos, 23 (Fuenlabrada). Vogue: Móstoles, 7 (Fuenlabrada). Trople Costa: Madrid, 129 (Getafe). Kavana: Juan de la Cierva, 32 (Getafe). Titanic: Atocha, 125 (Madrid). Aqualung Universal: Paseo de la Ermita del Santo, 40. Parquesur: carretera de Toledo, km 9 (Leganés).

Demasiado humildes para ser alcohólicos

Sólo abren los viernes, sábados y domingos, pero esos días las macrodisco se convierten en reinas indiscutidas de la periferia.La Big Bang acciona su show fight,. una plataforma de hierros y focos que se mueve desde el techo a la pista como si fuera a aplastar a los que bailan. Cuatro veces que se mueva en la noche, 100.000 pesetas. Y en verano más, más show light y más rayos láser.

La Tropic Costa aumenta en julio su recinto en miles de metros cuadrados, hasta hacerse más grande que un campo de fútbol: piscinas, toboganes, 4 pistas de baile, una de patinaje, nueve barras...

Otros locales, como Parquesur, en Leganés, o Aqualum Universal, en Carabanchel, ambas de la empresa Parques Urbanos, despliegan también todo su arsenal. El precio medio en las discotecas de José Román López varía según el local, pero viene a ponerse en 500 pesetas en la sesión de tarde y 1.000 en la de la noche, con derecho a consumición. Los hombres pagan unos veinte duros más que las mujeres. Los calcetines blancos no están prohibidos, ni a los bajitos se les deja fuera. "Yo creo que con los tiempos que corren de crisis en la puerta ya no se queda nadie", dice el dueño.

En cuanto a la juventud y sus costumbres, José Román López lo ve todo como cuando comenzó hace 10 años: el alcohol, inofensivo; y las drogas, totalmente prohibidas en sus locales. "Aquí un chaval no se vuelve alcohólico porque, entre otras cosas, no dispone de medios económicos para beber tanto".

Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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