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El chico 2

El amigo del chico era el malo y se llama Alfonso; en cambio el chico era bueno y no se daba cuenta de lo que pasaba a su alrededor porque era un soñador para un pueblo, y tan inocente que suscita cariños de clueca y se ha llenado la vida mediática y política del país de protectores de Felipe, que son como Isabel Pantoja en relación con Paquirrín, un amor de madre como no hay otro igual, el que da luz a una vida, apagándola después cuando desaparece. Es tan bueno el chico que, una vez lanzados los leones sobre Alfonso, se ha echado a la arena del circo y se ha pedido a sí mismo gracia para el gladiador caído y parece ser que se la va a conceder, con lo que la ética del líder va a pasar con sobresaliente todos los exámenes de los éticos prét-à-porter que ejercen en este país como éticos de cabecera.Tiene tanta bondad e inocencia el personaje que no se comprende cuánta maldad le ha rodeado, maldad de la peor porque cerraba los ojos ante el despliegue de virtud desarmada con la que el ángel ciego asumía la realidad filtrada por las celosías de La Moncloa. Menos mal que sus hadas madrinas han conseguido convencerle de que abra los ojos y descubra que la ética externa no está a la altura de su ética interna. Pero una vez comprobado, hay que pedirle que se muestre generoso y, como el sándalo, perfume el hacha que lo abate, mientras la coral felípica entona el Hosanna al Hijo de David, el Anunciado, y los treinta mil clientes de Guerra (EL PAÍS dixit) se reconvierten en clientes de González para mayor honra y gloria del socialismo democrático. Al pasarse Leguina como Gran Inquisidor, González se ha puesto estrellitas en la mirada, hace sonar violines centristas y los clientes guerristas ya tienen coartada. No se pasan a la derecha del partido, sino al centro, que siempre ha sido una metáfora sobre la metáfora del triángulo de las Bermudas.

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