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Tribuna:PIEDRA DE TOQUE
Tribuna
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Desbarajuste con samba

Mario Vargas Llosa

A diferencia de la II Cumbre Iberoamericana, de Madrid, que dio cierto impulso a la consolidación democrática de América Latina, haciendo sentir a las dictaduras de la región la repulsa de los gobiernos democráticos, la III, celebrada en el alegre caos o desbarajuste con samba de San Salvador de Bahía de Todos los Santos, sólo ha servido a Fidel Castro.El comandante en jefe fue la estrella de la reunión, una vez más. Pero esta vez no sólo por la inconmensurable frivolidad de los gacetilleros del mundo, a quienes el amo y señor de la dictadura más longeva del Continente -34 años-, con su ridículo disfraz de guerrillero, sus barbas matusalénicas y su silueta de Hombre de Cromagnon atrae como la miel a las moscas, sino porque la diplomacia cubana se las arregló para que los 21 Jefes de Estado y de Gobierno consintieran en poner un pequeño párrafo, en el Documento final, que la propaganda castrista podrá utilizar hasta la náusea como prueba de la solidaridad de "los gobiernos hermanos de América Latina" en la lucha de "la pequeña Cuba que no se rinde" contra el ignominioso "bloqueo" estadounidense, única causa y razón, por supuesto, de que los cubanos estén ahora comiendo flores y raíces y las cubanas prostituyéndose en masa con los turistas para no morirse de hambre.

El párrafo en cuestión -punto 66 de las conclusiones de la III Cumbre- es un monumento a la cobardía, la moral farisea y el ponciopilatismo, y justifica a aquel poeta que recomendaba abstenerse de leer todo texto gubernamental por razones estéticas. Dice así: "Tomamos nota de las resoluciones recientes en foros internacionales sobre la necesidad de eliminar la aplicación unilateral, por cualquier Estado, con fines políticos, de medidas de carácter económico y comercial, contra un Estado". Sensu strictu, esta cháchara no dice nada, o dice una idiotez más vacía que la nada: que los dignatarios se han enterado de algo que ellos, ni aprueban ni desaprueban. Pero, aunque evite mencionar las palabras "bloqueo", "embargo", "Cuba", "Estados Unidos" y lo disimule bajo afanosas hipocresías sintácticas, la estreñida frase exhala, entre sus dobleces, un hálito de algo que puede interpretarse (así lo ha hecho la prensa de todo el planeta) como una condena del "bloqueo".

De este modo, la III Cumbre ha desperdiciado la ocasión de prestar una verdadera ayuda al desgraciado pueblo cubano, cuyos padecimientos parecen no tocar nunca fondo, encarando con valentía y claridad el problema más urgente de Iberoamérica: cómo acelerar el lentísimo desplome de una tiranía dinosauria que, luego de reducir los niveles de vida de la población cubana a extremos africanos, amenaza, en su cerrazón granítica, con esterilizar de tal modo a la isla que no podrá ya recuperarse jamás, incluso liberada.

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¿Piensan nuestros jefes de Estado y de Gobierno que la manera más efectiva e inmediata de salvar a Cuba es levantando el embargo norteamericano? Pues hay que decirlo de este modo, con todas sus letras, y hacérselo saber a Washington. Y si no lo piensan, y aprueban las medidas de coacción económica contra Fidel Castro, proclamarlo también y hacer suya esta política. El escamoteo de los asuntos graves y controvertidos es un pésimo antecedente para este nuevo grupo de países que, unidos, podrían, gracias a su número, potencialidad económica, cohesión cultural y política -con apenas dos excepciones ahora- desempeñar un rol importante en las relaciones internacionales y conseguir múltiples beneficios recíprocos a sus miembros. Lo que está en juego es demasiado serio para que las Cumbres Iberoamericanas se conviertan en fiestas folklóricas y ejercicios de retórica insulsa y evasiva, como ha sucedido en Bahía.

El "bloqueo" es un mito -una ficción- de estirpe soreliana, amañado, con su inagotable capacidad manipulatoria de la opinión pública internacional, por ese maestro supremo de la hechicería y el cinismo políticos que es Fidel Castro, quien, en la III Cumbre, ha aceptado sin el menor empacho un Documento final en el que los gobernantes iberoamericanos manifiestan su "pleno compromiso con la democracia representativa, el respeto, la defensa y la promoción de los Derechos Humanos y de las libertades fundamentales". Imposible no recordar el delicado manifiesto que, desde la prisión de la bastilla, donde estaba encerrado por torturar prostitutas y sirvientas, escribió el Marqués de Sade contra la pena de muerte.

La verdad sobre el "bloqueo" la expuso de manera inmejorable, en Bahía, Inocencio Arias, secretario de Estado español de Cooperación Internacional: "Cuba no está bloqueada", declaró. "Sólo lo estuvo por unos días en 1962. Sólo está embargada por el país más importante de la Tierra. España, por ejemplo, invierte capitales allí, envía turismo y practica cooperación. Si la isla caribeña estuviera bloqueada no hubiésemos podido hacer llegar, como hicimos hace unos días, cien millones de pesetas en leche en polvo" (y añadió: "Dicho esto, no nos gusta el embargo norteamericano", algo que afirmó, también, Felipe González al partir de Bahía).

En efecto, con la excepción de unos cuantos días de noviembre de 1962, que yo recuerdo bien, pues los Sabres norteamericanos me pasaban sobre la cabeza en el malecón de La Habana -estaba allí como periodista de la Radio-Televisión francesa-, cuando Kennedy ordenó a la Marina impedir el desembarco de armas atómicas soviéticas en la isla, Cuba no ha estado jamás bloqueada. Salvo con Estados Unidos, ha podido comerciar libremente con todos los países de la tierra, cuyos barcos y aviones nunca fueron estorbados por nadie de llegar a puertos y aeropuertos cubanos a descargar mercaderías. E, incluso, el embargo norteamericano ha sido muy relativo, pues los productos de Estados Unidos, mientras pudo pagarlos, Cuba los obtenía a través de terceros -sobre todo, México, Panamá y Canadá- sin dificultad. (El ex-ministro de Hacienda cubano Manuel Sánchez Pérez, ahora en exilio, ha contado cómo pudo tener en su despacho de La Habana, la misma tarde del día en que por una revista se enteró de su existencia, un nuevo tipo de ordenador norteamericano que encargó a través de una firma panameña.)

El Congreso de Estados Unidos aprobó la enmienda Torricelli, precisamente con el objeto de hacer menos inaplicable este embargo, extendiendo la prohibición de comerciar con Cuba a las filiales de empresas estadounidenses en el extranjero. Pero, aun en el caso remoto de que esta disposición no fuera burlada -hay miles de maneras de hacerlo-, quedarían al régimen castrista, para proveerse de lo que le haga falta, las industrias y comercios de todo el resto de países del mundo, de Japón a España, de Canadá a Francia, de Alemania a México, de Suecia a Singapur. ¿Por qué pues, en vez de empecinarse en ese único proveedor -el demonio imperialistano recurrir a esos otros mercados ávidos de vender a quien sea desde alimentos y medicinas hasta sofisticados equipos de informática? ¿Por qué no adquirir allí todo aquello que falta, y de manera tan dramática, a ese pueblo cubano al que la servidumbre totalitaria va retrocediendo cada día a la prehistoria?

Porque Cuba es un país que-

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brado, que no puede comerciar con nadie pues no tiene con qué. Tres décadas de comunismo han reducido a la nación que, a finales de los años cincuenta, era la tercera economía más sólida de América Latina -aunque hubiera allí una muy injusta distribución de la riqueza- a un fantasma de país, con un aparato productivo desintegrado por el dirigismo estatal, la burocracia y la corrupción, sin una sola industria que funcione, salvo la censura y la represión policial, ellas sí eficientísimas. Esta desintegración de Cuba por obra del sistema castrista, es todavía más escandalosa cuando se piensa que el régimen se benefició, durante cerca de treinta años, de subsidios y créditos -en verdad, donativos- de miles de millones de dólares -entre cinco mil y diez mil millones anuales se calcula- de la Unión Soviética, una ayuda más elevada que la que recibió ningún otro país del Tercer Mundo.

¿En qué se dilapidaron estos gigantescos recursos? En equipar a las Fuerzas Armadas más poderosas de América Latina, en entrenar y financiar organizaciones terroristas que pusieron a sangre y fuego a decenas de países, en costosas aventuras militares en varios continentes -sobre todo en África- que satisfacían los delirios mesiánicos del Jefe Máximo, en grotescos proyectos agroindustriales sin la menor sustentación técnica, que nadie se atrevía a objetar pues los ordenaba yo, el supremo, y en mantener los altos niveles de vida de una nomenclatura parásita, mientras los de los cubanos del común se degradaban hasta lo indecible. Son estas políticas, más el asfixiante verticalismo y el aplastamiento sistemático de toda forma de libertad individual, no "el bloqueo", lo que ha hecho de Cuba el país mendigo que es ahora. Porque ésa es la amarga verdad: lo que la isla necesita no es que le permitan comerciar con Estados Unidos -¿con qué lo haría?-, sino que Estados Unidos la subvencione y la ayude a sobrevivir, como lo hacía antes la URSS.

Hay personas y gobiernos muy respetables que se oponen a las medidas de penalización económica, como el embargo, contra las dictaduras, por razones humanitarias. No se debe castigar a las víctimas, dicen, por las fechorías de los victimarios. Es una posición razonable, siempre que sea coherente y valga para todos los casos. No admito que valga sólo para Cuba y que el embargo sí esté bien para combatir a la dictadura militar de Haití (a la que obligó a ceder y pactar su retirada) o que fuera admisible en el caso de Africa del Sur (donde contribuyó, de manera decisiva, a debilitar al régimen racista) y en el de Sadam Husein.

Pero no recuerdo haber leído ningún manifiesto de intelectuales, religiosos, profesionales, etcétera, contra el "bloqueo" surafricano, ni he sabido todavía que algún alcalde, ministro o presidente vaya a Haití a protestar por la hambruna de los niños haitianos, a abrazarse con el general Cedrars y a que éste le regale unos cuantos presos como coartada, y estoy esperando que alguna luminaria de las canchas de fútbol anuncie que se traslada a Puerto Príncipe para "romper el bloqueo" como ha hecho el pibe Maradona (versión última de eso que un gran luchador por la libertad de Cuba, Carlos Alberto Montaner, llama el "Idiota latinoamericano"). Todo lo cual me hace pensar que muchos de aquellos que protestan contra "el bloqueo" de Cuba no quieren en verdad ayudar a los hambreados cubanos, sino apuntalar a su verdugo.

Para quienes, como el autor de este artículo, consideran que cualquier dictadura -comunista, fascista o integrista- es el mal absoluto para un pueblo, la fuente principal de todas las desgracias, la mejor manera de mostrar solidaridad y compasión por este es ayudándolo, por todos los medios posibles, a acabar cuanto antes con aquélla. Las sanciones económicas de los países democráticos contra las dictaduras han mostrado su eficacia relativa en los casos de Haití y de África del Sur, como la mostraron, en el pasado, en el caso de Nicaragua. Y la mejor prueba de que ellas sirven es que, siempre, sin una sola excepción, las reclaman los disidentes y resistentes que se juegan la libertad y la vida combatiéndolas.

Eso lo supe yo, de manera muy directa, los tres años en que fui presidente internacional del PEN. Tuve entonces ocasión de conocer de cerca la heroica lucha de muchos intelectuales víctimas de distintas autocracias y totalitarismos -polacos, chilenos, checos, rusos, surafricanos, cubanos, argentinos, serbios, chinos, etíopes y podría seguir mucho rato- y siempre, todos, coincidían en una convicción: las sanciones económicas internacionales son un instrumento valiosísimo para doblegar a una dictadura y un gran aliciente psicológico y moral para quienes las combaten. Dichas sanciones contra los regímenes despóticos no deben afectar, por supuesto, la ayuda humanitaria, a través de organizaciones no gubernamentales -como Oxfam y Cáritas- para aliviar los sufrimientos de la población civil. Esta política, además, tiene un efecto preventivo, sirve para desalentar los intentos golpistas en las débiles democracias de nuevo cuño.

Por estas razones pedí que la comunidad internacional penalizara al gobierno de Pinochet y a la dictadura castrense argentina, apoyé el embargo comercial contra África del Sur y Haití, el bloqueo de Irak y de la ex Yugoslavia y he pedido sanciones contra quien destruyó el Estado de Derecho en el Perú. Y por eso apoyo el embargo estadounidense contra la satrapía comunista de Cuba.

Mario Vargas Llosa, 1993. Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PAIS, SA, 1993.

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