Los hijos
Las nuevas formas, rebeldías y tragedias han puesto una vez más de moda a los hijos, esa cosa que tenemos en casa que nos lleva la contraria, opina distinto, viste como adefesio y vive de nuestro dinero. Igual que hace 30 o 40 años, sólo que algo menos convencional.El problema de tener hijos es que se empeñan en crecer. Y, al crecer, pretenden conseguir su independencia personal antes de que les llegue la económica. La vieja frase de que "mientras estés en mi casa, harás lo que yo diga" no sirve ya: los chicos campan por sus respetos y, como van al gimnasio y comen mejor, son más fuertes que el padre y las órdenes a tortas han dejado de surtir el efecto deseado. Bastante habrá con cruzar los dedos y esperar que la educación o las ganas de leer que les hayamos inculcado desde la cuna sirvan para que no hagan lo que nosotros creemos que no deben hacer.
No es culpa suya que sean capaces de pensar antes que de ganarse la vida. Es culpa del sistema y es injusto que les castiguemos por ello.
Menudos sustos nos llevamos los padres con las salidas nocturnas y las malas compañías. Tantos, que siempre olvidamos los que se llevan ellos. Convendría recordar que las víctimas no solemos ser los padres, sino los hijos: son ellos los violados, no nosotros, y, en los peores momentos, son ellos los muertos. ¿Cómo echarles además la culpa?
Yo, en todo caso, prefiero a un hijo que lleve el pelo verde y calce botazas negras (a él tampoco le gustan mis mocasines) a uno que salga absuelto por los pelos del asesinato ultraderechista de un diputado. O a sus compañeros, cuya audiencia es tal que, cada vez que quieren propalar uno de sus ridículos mensajes (lo de "ridículo" no es mío, sino del Príncipe), nos ponen perdidas las paredes de la capital. Como algunos periodistas, sólo son alguien en la medida en que insultan al prójimo.