Un policía, en la ciudad feliz
Fuera sonaban las bocinas y los frenazos. Pero la moqueta del restaurante la Ciudad Feliz amortiguaba el trajín de la media docena de mesas en las que se pasaban el cerdo agridulce y el arroz tres delicias. Los camareros recibían, sonrientes, y en esas llegó la policía a las once y cinco y las puertas rojas se entornaron y la lamparita redonda se apagó y ya no hubo cerdo agridulce para la pareja de mujeres ni para el hombre alto que llevaba a cenar a las dos chicas alemanas a ese restaurante por el que pasa a menudo. Porque está cerca, en su barrio, Chamberí, que es tan ruidoso y como ayer no pudo entrar a la ciudad feliz, no como otros días que sí cenó lo que quiso, se alejó hacia el bullicio y las luces de la calle de Fernández de los Ríos mientras el agente municipal le repetía a los chinos su hora de cerrar: "Las 22 horas" y los chavales chistaban al pasar frente al coche patrulla.Los policías estrenaban cometido ayer e irían, quizá, a la cervecería Tryfuss, en la calle de Trafalgar, en la que dieron las diez y el grifo siguió sirviendo cañas, el muchacho larguirucho lanzó un dardo más y las parejas comían patatas entre trago y trago de cerveza. Sólo el flash del fotógrafo apagó las luces de la fachada sobre el cartel "abierto" que colgaba de la puerta. El reloj marcaba las diez y cuarto.
A dos pasos, en Hartzenbusch, los adolescentes desbarraban en la calle y en Fuencarral, en el restaurante Grand Rock -"sobre este tema no queremos decir nada", advertía la encargada admitían reservas para comer hamburguesas a las once de la noche con una imponente Harley-Davidson de fondo, amén de los calzones firmados -y enmarcados- de Mohamed Alí, antes Cassius Clay. Aunque apostaron a un hombre con anorak en la puerta iluminada de neones. Por si los uniformes.