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Reportaje:

En el bolsillo, los morros de Mick Jagger

Música basada en cadenas de ADN y copias clónicas de tejidos de famosos, lo último en genética

Un extraño matrimonio entre la ciencia y el arte ha sido consumado recientemente, cuando la intrincada hélice del ácido desoxirribonucleico (ADN) que conforma el mensaje genético de todos los seres vivos ha pasado a formar parte de una nueva forma de hacer cultura.En los departamentos de música new age de las tiendas de San Francisco, lo último son las exóticas melodías compuestas utilizando como base las estructuras de varios genes. Una empresa de Nueva York ha ideado unos móviles sonoros afinados respecto a las vibraciones atómicas del ADN. Un prototipo hecho con cinco tubos de aluminio suena como el agua al caer sobre la tierra.

En Francia, unas costosas plumas Cartier, hechas de titanio, platino y fibra de carbono, incorporan en su tinta un compuesto genético cuya secuencia sólo conoce la compañía, de forma que artistas, empresarios, políticos o escritores pueden autentificar su firma con la técnica forense de la huella digital genética. El precio de la Biopen, comercializada por Bioprobe Systems, es de un millón de pesetas.

La señal más segura de que el ADN ha llegado al consumismo es el proyecto de una empresa de California de vender tarjetas con fotografías de celebridades sobre las que se esparce material genético clonado de cada una de ellas. Así, cualquiera podrá llevar en el bolsillo una tarjeta con la reproducción clónica de parte de los labios de Mick Jagger.

Muchos biólogos moleculares están escandalizados por la comercialización de la tecnología genética, pero no deberían sorprenderse tanto. La informática desembocó también en los juegos de ordenador, además de los tratamientos de textos y hojas de cálculo, y la holografía ha llegado a las tarjetas y los llaveros. Era inevitable que el ácido desoxirribonucleico saliera alguna vez de los laboratorios y alcanzara la calle.

La transición de la biotecnología hacia la moda fue iniciada por David Deamer, un biofísico californiano que empezó a componer canciones al compás del código genético hace 10 años. Aficionado a la música, notó que secuencias escritas del ADN -ristras de las letras A, T, G y C que representan las cuatro subunidades químicas de la molécula: adenina, timina, guanina y citosina- podían homologarse a las notas de una composición. Probó a tocar las secuencias en un sintetizador: "Sonaban bastante bien", dijo después. Hace poco se atrevió a sacar la música de la insulina. "Se puede decir que soy uno de los pocos que pueden tararear el son genético de la insulina", describió.

En cuanto a las tarjetas postales con réplicas genéticas, su creador, el biotecnólogo de California Kary Mullis, asegura que su intención no es sólo hacer dinero cuando las clonaciones de partes de famosos se pongan a la venta a la manera de tótems o reliquias, sino también "educar a la gente sobre lo que es el mensaje del ADN". Para ello, las tarjetas llevarán escrito por detrás la secuencia personal de cada protagonista. "La gente podrá decir: mira qué alteración tiene aquí este cantante, cuando este otro actor no la tiene", describe Mullis. Claro que no sabe cómo se tomarán estos personajes el hecho de que sus interioridades genéticas se vendan en los quioscos como las revistas del corazón.

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