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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La funcion pública como arte

HACE MUCHO tiempo que la muerte de un hombre público no causaba en este país el sentimiento. de pérdida colectiva que ha provocado el faIlecimiento de Francisco Fernández Ordóñez. No han pasado ni dos meses desde que trataba aún de hacer compatible su trabajo al frente de la diplomacia española con una enfermedad de la que nunca quiso enterarse, tal vez para no rendirse antes de tiempo.Para la mayor parte de los ciudadanos, que sólo le conocieron en sus declaraciones públicas llenas de guiños, tics y amabilidad, y para cuantos le trataron personalmente en todas las épocas de su vida activa, la sensación que prevalece es que ha muerto un amigo personal de cada uno. Paco Ordóñez fue un hombre inteligente, cuya trayectoria -intencionada a veces, casual otras- por los intrincados vericuetos de la política del final de la dictadura, de la transición y de la etapa socialista fue una- obra de arte de bondadoso maquiavelismo. Y al final desempeñó durante siete años con excelencia la cartera de Asuntos Exteriores. Es más: cabe sospechar que, en el mismo periodo, habría sido un estupendo ministro de cualquier otra cosa, como ya lo fuera de Justicia y de Hacienda en anteriores Gobiernos de UCD.

La razón del tino con que este político de olfato y habilidad desempeñó el servicio público está en que siempre tuvo para con todo el mundo el aire cómplice del amigo que prefiere la confidencia a la declaración, la charla a la negociación y lo intuitivo al expediente arduamente trabajado. Dicho de otro modo, se hizo irresistiblemente simpático a todos y consiguió además lo impensable en el mundo de la política interior o internacional: ser apreciado. .

Sería incorrecto negar su ambición (¿qué político merece el nombre de tal sin ella?), pero también lo sería esconder su valor personal (¿quién se lo negaría tras su entereza de estos últimos meses?) o su discreta afición al cultivo de las cosas del intelecto o el manejo inteligente de los asuntos de su departamento. Todo ello hecho con la liviandad de un talento algo escéptico.

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España ha tenido suerte con sus ministros de Asuntos Exteriores tras la instauración de la democracia. Cada uno sirvió útilmente en el momento en que le tocó desempenar su función. Pero, como decía en estas páginas Manuel Vicent hace unos días, Fernández Ordóñez sobresalió de entre todos ellos porque convirtió Ia función pública en una de las bellas artes".

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