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El 'pueblo' y la 'gente decente'

Mario Vargas Llosa

El escritor Abraham Valdelomar solía decir: "En este bárbaro país, a la delicada libélula llaman chupajeringas". El surrealista César Moro compuso este aforismo: "En todas partes se cuecen habas, pero en el Perú sólo se cuecen habas". Y, según una anécdota, un viejo alcalde socarrón de principios de siglo tranquilizaba a los limeños asustados por la gripe española que avanzaba hacia el Perú causando estragos por América: "Aquí, hasta la gripe se acojuda" (es decir, atonta o idiotiza).Hay que desconfiar del chauvinismo al revés o patrioterismo masoquista que dichas burlas esconden, pero, la verdad, estos últimos días, a la luz de los recientes acontecimientos, me he preguntado si no le toca ahora al Perú ser lo que eran, hace algún tiempo, la Uganda de Idi Amín o la República Centroafricana del emperador Jéan Bédel Bokassa: la excentricidad pintoresca del mundo. Cuando en el planeta entero los regímenes despóticos que parecían más indestructibles se desmoronan, y por todas partes gobiernos civiles y democráticos reemplazan a las dictaduras, en el Perú, un presidente elegido en buena ley se las arregla para asesinar la democracia y convertirse en dictador, sin mayores: dificultades y con el beneplácito "de todo 'el pueblo' y toda la gente decente del país" como dijo un distinguido caballero que llamó a mí casa a acusarme de traidor a la Patria por pedir que la comunidad internacional asfixie a los golpistas con sanciones económicas (pedido que ahora reitero).

El apoyo del "pueblo" a la dictadura no es excusable, desde luego, pero sí comprensible: esos millones de peruanos a los que desde hace ya varias décadas las nefastas políticas populistas de los gobiernos militares o civiles han empobrecido a extremos de horror, y que, además del hambre, el cólera, el desempleo y la mugre, deben defenderse del terrorismo y del contraterrorismo y vivir expuestos a la quiebra de toda forma de legalidad y seguridad en sus miserables barriadas, difícilmente pueden tener ideas muy claras sobre las consecuencias a mediano y largo plazo de un golpe de Estado ni principios democráticos muy arraigados. El año 48 se ilusionaron con el general Odría y el 68 con el general Velasco, y salieron, a vitorearlos como lo han hecho con el flamante 'hombre fuerte', al que, igual que ocurrió con aquéllos pasarán a detestar apenas descubran que quienes se han hecho con el poder no son sus salvadores sino una pandilla de cínicos (varios de los cuales, por lo demás, medraron a la sombra del pasado régimen militar).

Más misterioso es el apoyo al golpe de la "gente decente' es decir de esos empresarios de la CONFIEP que, luego de un comunicado fariseo, han pasado a formar parte orgánica de la dictadura, la que ha puesto en sus manos la cartera de Industria. Esos caballeros delatan una ceguera monumental, identificándose con un régimen que más pronto o más va a ser rechazado por el pueblo peruano con el mismo desprecio con que ha terminado por repeler a todas las dictaduras a lo largo de la historia, no es sólo su suerte la que ponen en juego, sino algo más importante y que costó ímprobos esfuerzos, en estos últimos años, defender y hacer respetar en el Perú: las nociones mismas de propiedad y de empresa privada, de economía de mercado y de capitalismo liberal.

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La formidable batalla contra la estatización del sistema financiero por parte del Gobierno anterior la libramos y la ganamos con este argumento, que una significativa porción de la sociedad peruana llegó a aceptar: que la libertad política y la democracia representativa son insepables del respeto a la propiedad y a la empresa privadas y que defender a éstas es una manera de defender a aquéllas. Los empresarios que desdiciéndose de todo lo que dijeron a favor de la democracia cuando temían ser despojados, s e han precipitado ahora a hacer de geishas del nuevo dictador, para arrancarle prebendas mercantilistas de las que siempre vivieron, han prestado un magnífico servicio a esos promotores del estatismo y el colectivismo que parecían haber perdido la partida. Ahora, con bríos renovados, éstos pueden volver a la carga y levantar un dedo acuisador: ¿acaso ser 'capitalista' no es sinónimo de golpista y de militarista en Perú?

Sí, y también tener la memoria averiada y el seso corto. Porque, cuando lo que ellos representan -la empresa privda- se vio amenazado en una democracia, en 1987, fue pobible, utilizando las instituciones y los derechos que ella garantizaba, movilizarse, defender y salvar algo que, si hubiera caído en las fauces del Estado, hubiera funcionado muchísimo peor que en sus manos. En cambio, cuando una dictadura, la del general Velasco, decidió expropiarles sus haciendas, sus periódicos, sus compañías pesqueras, sus radios, sus canales de televisión, etcétera, tuvieron que aceptar los despojos dócilmente, sin poder mover un dedo para impedirlo.

¿Cómo, después de semejante experiencia, creen todavía que 1 una dictadura militar -porque eso es lo que hay en Perú, aunque el fantoche que por el momento la preside no lleve galones- es una garantía más firme para la propiedad y la empresa privada que un Estado de Derecho, con libertad de prensa e instituciones que, por defectuosas que sean, como un Congreso elegido y un Poder Judicial independiente, pueden servir de freno a los abusos y excesos de quienes tienen el poder? En realidad, no lo creen.

No piensan en ello. No se demoran en reflexionar un momento sobre las incalculables sorpresas que puede acarrearles, a ellos y atodos los peruanos, abrir esa caja de Pandora que es un régimen basado en la pura fuerza bruta. Están embriagados con la ilusión de que, ahora sí, los militares "pondrán en vereda" a los terroristas. matando a todos cuantos haya que matar, sin que esas siniestras asociaciones de derechos humanos vengan a fregar la paciencia, y que el amado Chinochet sabrá manejar a los sindicatos con puño firme, y que, ese ministro de Economía con bucles y cara de amorcillo que tanto han cultivado -el Pinochito Boloña- comenzará ahora a protegerlos-. Mejor dicho, a proteger a la 'industria nacional'- contra la desalmada competencia de afuera. Ni siquiera cabe esperar que cuando, el día de mañana, descubran que el desplome de la democracia ha incrementado el terrorismo, y el desencanto del 'pueblo' con la dictadura que no le ha dado lo que espera de ella, multiplicó la violencia social, aprendan la lección. ¿Acaso la aprendieron con Velasco? Lo más extraordinario, para mí, de lo que ocurre en estos días en el Perú es el servilismo o la complacencia hacia la dicta

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dura que muestran algunos medios de comunicación expropiados por el régimen militar anterior y que volvieron a sus dueños gracias a la democracia (fue la primera medida del presidente. Belaúnde Terry al volver al Gobierno en 1980). En la pluma de algunos periodistas que, además de estar entre los más competentes del país, parecían los más comprometidos con la libertad, leo las más churriguerescas argumentaciones para justificar el golpe o para blanquearlo, presentándolo como 1 un golpe diferente', al que, debido a las circunstancias atenuantes que lo rodean, habría que darle su oportunidad. De creerles, la elevada popularidad del "golpe" en las encuestas de opinión de los primeros días tiene más peso que todas las consideraciones abstractas sobre una democracia que, en los hechos, funcionaba muy mal en el Perú. ¿Acaso el Parlamento no parecía a veces un circo? ¿No eran corruptos los jueces? ¿No necesitaban las instituciones una limpieza y moralización en regla? Eso es lo que anhela "el país real", del que se había divorciado el "Perú formal" de los partidos políticos, y eso es lo que legitima la acción de Fujimori y el Ejército. Lamentable que tuviera que ocurrir así. Pero ya ocurrió y es tarde para volver atrás, reabriendo el Congreso y restableciendo el imperio de la Constitución. Pues ello podría provocar "un desborde popular".

Si todo acto dictatorial aprobado por el 'pueblo' y la 'gente decente' según las encuestas de opinión debiera ser irreversible, el director del diario Expreso de Lima -que oficia poco menos que como vocero oficioso del golpe desde el 5 de abril- debería seguir en el exilio y privado de la nacionalidad peruana y el diario que dirige todavía en manos del Estado que lo confiscó, pues esos atropellos, según los famosos 'mastines' intelectuales del régimen militar que los cometió, no podían haber sido más populares. Pero, en verdad, no lo eran, sino una farsa montada por unos medios de comunicación irresponsables, como los que ahora, en lugar de salir a defender a la democracia contra sus defenestradores, les buscan excusas y se acomodan con ellos.

Tengo a gentes como Manuel d'Ornellas y Patricio Ricketts -para citar a los mejores, entre los que han mostrado más tolerancia para con el golpe- por personas incapaces de apoyar una dictadura en busca de favores o lucro personal. Si periodistas como ellos, que han batallado con tanto empeño porque el Perú dejara de ser el país bárbaro y atrasado en que lo han vuelto sobre todo los dictadores e hiciera suya de una vez por todas la cultura de la libertad, se resignan a lo que pasa e incluso lo aprueban, ¿qué se puede esperar de los que no tienen ni su preparación ni su experiencia? ¿Cómo pueden reaccionar lúcidamente los incultos si los cultos se engañan y engañan a aquéllos con falsas razones para defender lo indefendible?

Lo que lleva a muchos, como ellos, en el Perú a hacerlo es la sensación de impotencia que da a veces una democracia política en un país donde ni las instituciones ni los partidos ni las costumbres son todavía muy democráticas, y donde la corrupción y la arbitrariedad hacen a menudo burla de las leyes. Y la exasperación y la indignación moral que provocan, a menudo quienes, actuando desde dentro del sistema democrático, parecen servirse de éste sólo para impedirle que funcione. Sin embargo, la historia -y sobre todo la peruana, tan prístina- debería haberles enseñado que una dictadura es un remedio muchísimo peor que los males que quisieran curar. Porque esos defectos -la corrupción, la ineficiencia, la incultura- no son de la democracia, sino de la sociedad, y encuentran siempre en los regímenes arbitrarios y prepotentes un maravilloso caldo de cultivo para desarrollarse y agravarse. Siempre ha sido así. Y por eso, después de cada dictadura, hemos tenido que empezar en Perú desde más abajo y más atrás ese difícil -pero irreemplazable- camino de hacer el aprendizaje de la democracia desde la misma democracia. El retroceso de ahora nos devuelve al fondo del pozo de donde emergimos, tan maltrechos, 12 años atrás.

"¿Córno puede usted atacar a un Gobierno que va a cortarle la cabeza al Apra y a los comunistas? ¿Ya se olvidó de que eran sus enemigos?", me han mandado decir. En efecto, el Apra y los comunistas son mis adversarios políticos; he tenido con ellos una dura pugna, ideológica y política. Pero para mí, ese combate sólo puede librarse en la igualdad de condiciones que permite la libertad y el juez de la lid sólo puede ser el pueblo peruano, no un árbitro tramposo y matón, que opone tanques a razones. Una de las pocas noticias alentadoras procedentes del Perú ha sido saber que todos los partidos políticos han depuesto sus diferencias y enconos para reaccionar, unidos, contra el golpe y en favor del restablecimiento de esa democracia que es una sola, formal y real al mismo tiempo, que permite la coexistencia en la diversidad y es capaz por tanto de armonizar en un sistema vivible a tantas culturas, grupos étnicos, intereses sociales diversos, como los que conforman la explosiva sociedad peruana. Es bueno que, de uno a otro extremo del abanico político, todos los partidos hayan entendido que defender esa convivencia dentro de la ley es ahora la primera prioridad para todo peruano consciente, sin dejarse atemorizar por las encuestas de opinión ni por esa alianza bufa del 'pueblo' y la 'gente decente'.

Copyright Mario Vargas Llosa, 1992. Copyright Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El País, SA, 1992.

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