A 250 por hora, las vacas parecen cerdos
El primer viaje regular del AVE hasta la Expo se hizo con 100 asientos vacíos
A las 7.30 de la mañana habían puesto, atravesada al andén, una cuerda como para saltar a la comba que impedía a los viajeros más impacientes abordar el tren de alta velocidad en Madrid. Pero las facultades voladoras de muchos superaron el obstáculo sin dificultad. Como diría uno, cuyo destino moría en Ciudad Real, "tanto he soñado con este pájaro que, al verle encendidos sus ojos rojos, me pongo a cien".
A las 7.45 retiraron la improvisada soga al compás de la Caballería Rusticana, lo cual animó a un tipo cargado con una cesta de la que escapaban chorizos, pan y una bota de vino, a gritar desde el final de la cola: "¡Que ya es la hora, vámonos de una vez!"Algunos vagones no llevaban número en la puerta y allí se produjeron las primeras equivocaciones, aunque de poca monta porque el convoy, aún rebosante de entusiasmo, no lo iba de pasajeros. "Esperábamos cubrir las 300 plazas y sólo hemos logrado 200% dijo un avemozo contrariado.
Apenas comenzó a deslizarse el convoy hubo reparto de auriculares. Y poco después la voz del control, que era como una voz del mas allá, informó que ya se había alcanzado la velocidad de 250 kilómetros por hora. Le embargaba a uno la sensación de estar deslizándose sobre rodamientos engrasados con billetes de banco. Pelotones de soldados
Fuera, pelotones de soldados adquirían la apariencia engañosa (y quizá intencionada) de plantaciones de alcornoques dispuestas, aquí y allá, por la autoridad agrícola, aunque al divisar el pájaro se transmutaban en furtivos cazadores agitando sus mosquetónes con júbilo.
Se repartió la prensa al filo de las 8.30 y, acto seguido, las avemozas pasaron bandejas con toallitas calientes, muy indicadas para quitarse de los dedos la tinta de las noticias más sucias, y varios- viajeros creyeron llegado el momento del carajillo a bordo. Pero el bar tenía problemas, según se anunció por la megafonía, aunque superables en 15 minutos.
A tan alta velocidad da igual ver el paisaje que no verlo, pues flora y fauna pierden sus señas de identidad hasta el punto de que el ganado vacuno se confunde con el porcino y éste con el lanar que, a su vez, mezcla el maíz con la cebada.
Se anunciaba ahora el reparto de desayunos sólo para las clases viajeras club y preferente, no así la turista. Y otra voz añadió que la cafetería no podía servir bebidas calientes, sino frías únicamente. Dos policías nacionales pasearon sus porras al cinto a lo largo del convoy, vigilando equipajes.
El tren frenó en Ciudad Real sin que pareciera que frenaba. Varios viajeros bajaron y otros subieron sin que pareciera que bajaban o subían. Y en ese instante se produjo un cruce de AVEs.
La jefa de las avemozas, una rubia británica al servicio de la SAS (las líneas aéreas escandinavas) preguntaba dónde estaba la leche y sus siete subordinadas metían a toda prisa bolsas de Nescafé en los termos, extremando la precaución para no manchar el piso enmoquetado de alfalfa. Un empleado de Renfe comentó: "Tranquilos, nada de hacer nervios, tenemos controlado el 75 por ciento y lo que no sale bien ya sabíamos que no iba a salir bien el primer día". Sus palabras de aliento fueron bien acogidas.
Uno de los rincones posmodemos mas atractivos del ingenio rodante era el llamado W.C. químico. Aquí, el arte decorativo había alcanzado cotas de gran belleza. Las paredes del habitáculo eran de color salmón. El papel higiénico también era de ese mismo color. Los pedales para el agua del lavabo (no potable) y del retrete (verde menta) estaban relucientes. El inodoro trepidaba como un tambor de hojalata. Y el secamanos de aire caliente lanzaba feroces ráfagas huracanadas y tan pronto creía uno estar afrontando un desastre de la Naturaleza como el impacto de un soplete capaz de soldar las palmas de las manos.
A partir de las 9.30 ya parecían dispuestos para su distribución los desayunos de las clases privilegiadas. En la otra, el sabio viajero de la cesta con chorizo, iniciaba el impúdico destape de su aromático tesoro ibérico. Esto mismo hizo que el viaje adquiriese un punto de realidad dentro de la ilusión futurista.
A las dos horas exactas de su salida de Madrid, el AVE llegaba a Córdoba donde también iba a detenerse dos minutos. Las prisas favorecieron a Rajinder Mahal, un indio de 25 años nacido en el Punjab quien, sin que nadie supiera cómo y a pesar de los controles para subir al tren, allí estaba como un fakir mostrando un billete de 660 pesetas (el más barato del AVE cuesta 6.000 y el más caro 16.500) y sonrisa de nirvana.
Una voz anunció el fin del viaje cuando el reloj marcaba las 10.56 horas de la mañana. "No olviden sus objetos personales" dijo. El sol daba de lleno en el trasero de la Expo.
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