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El Joventut recibe el mazazo en el último segundo

Fallar el día D y la hora H es lo peor que le puede pasar a un equipo. Le sucedió al Barcelona en las tres últimas ediciones de la Final Four y todavía nadie ha podido desvelar la razón. Por qué se difumina, por qué se esfuma todo el talento de un colectivo en esa situación. Es algo que va más allá de las meras vicisitudes del juego. Para el Joventut ya constituyó toda una proeza llegar al último suspiro de la final con una opción al triunfo. Una estimable opción incluso. Pero está escrito en la biblia del baloncesto que a un equipo yugoslavo no se le puede quitar el pie del cuello hasta el último estertor.En eso falló el Joventut. Y si no hubiera cometido ese error no hubiera perdido. Pero sería un recurso fácil atribuir la derrota a la mala suerte o decir que ese error fue tan decisivo como en un principio parece. El fallo estribó en lo siguiente. Con el marcador igualado a 68 tantos un tiro al aro de Morales en un, una más uno fue recogido por los badaloneses. Quedaban 33 segundos. Tomás Jofresa, decidido, desacomplejado, demostró que, siendo lo más parecido a los yugoslavos que tiene el Joventut, evidentemente no lo es. Se jugó una penetración. Encestó. Sensacional. Pero se olvidó de consultar el segundero. Restaban todavía algo más de nueve segundos. Escaso margen. Para los yugoslavos, sobró. Le enviaron la pelota a Djordjevic y lanzó un triple desde siete metros que fulminó el principio de fiesta que se montaban los españoles. Hasta ahí una versión real pero sin perspectiva de los hechos. Hubo más, mucho más.

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El desenlace se produjo en nueve segundos, pero la sensación de temor, de que "este partido se tiene que ganar pero se va a perder", cundió ya desde los dos últimos minutos de la primera parte. Hasta entonces el intercambio de golpes se había convertido en un festival de plasticidad en los aires. Los embudos de tráfico bajo los aros eran más propios de los del centro de Estambul. Era el juego que más le convenía al Partizán, sabedor de la teórica inferioridad técnica de sus pívots.

Pese a las malas series iniciales de Thompson (cero canastas de seis lanzamientos) y Pressley (uno de seis), pese a excesivos fallos en los tiros libres, el Joventut, con transiciones vertiginosas y una defensa aceptable, en la que se distinguió sobremanera Morales, mantuvo un tono digno. Pero entonces llegó el apagón. Inexplicable, misterioso. Faltando dos minutos para el descanso empezó a salir todo del revés mientras que el Partizán, que ya estaba jugando con inteligencia y de la forma que más le convenía, añadió la chispa que agiganta a sus jugadores en las cuentas finales. Aunque fuera la del primer tiempo.

La deshinibición de los serbios empezó a hacer mella en los inicios del segundo periodo. Danilovic comenzó a resultar imparable, pese a que Villacampa, Pardo y Pressley intentaron minar su resistencia. Djordjevic avisó con un triple. El desastre empezaba a mascarse. Los parciales parecían definitivos: 36-45 y 45-55 (m. 27).

Pero el más efectivo de los hombres altos del Partizán, Koprivica, y su gran figura, Danilovic, se iban al banquillo con cuatro faltas. El Joventut ejerció entonces como cabía suponer que debía hacerlo durante todo el partido y llegó a situarse de nuevo por delante, 61-60 (m. 33). Durante el tramo final ambos equipos combinaron grandes aciertos con grandes errores. Tomás Jofresa le devolvió un nuevo triple a Danilovic y dio tres puntos de ventaja al Joventut, 68-65 a 1.54 minutos.

A partir de aquí, Pressley falló una opción para ampliar la ventaja a cinco puntos. Empató Djordjevic con otro triple. Y volvió a perdonar tres veces consecutivas el Joventut con el acierto o la suerte de que en otras tantas se hiciera con el rebote ofensivo. Siendo así no podía perdonar. Pero creyó haber acabado con el síndrome yugoslavo nueve segundos antes de la cuenta. Un síndrome que adquiere proporciones gigantescas. El tabú español anonada. Un título, un simple título, merecido, aunque sólo sea por acumulación de méritos, se está convirtiendo en un bellocino de oro imposible de alcanzar. El cielo tendrá que esperar.

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