Amigo/ 2
Pepe Piera siempre me promete que un día navegaremos juntos en su embarcación de madera hacia un banco de anchoas que sólo él conoce y si la mar está transparente en ese rumbo dice que podremos ver un cofre abierto a unas cuantas brazas de profundidad lleno de monedas romanas que brillan junto a los pequeños lenguados. Cuando voy a comer a su restaurante, que se halla aproado en uno de los farallones de las Rotas en Denia, mi amigo Pepe Piera, a veces, después de la ensalada, me sirve un trozo de ánfora fenicia en lugar de pan y yo me lo como sin el menor aspaviento. Frente al pegolí donde este hombre imparte los alimentos hay restos de un antiguo pecio y al final de los temporales la marea arrastra hasta la cepa de su cocina muchas esquirlas de dioses y vasijas cubiertas de caracolillo, pero en general la gente prefiere las gambas rojas y el arroz a banda. Pepe Piera utiliza para hablar unos silencios muy gesticulados; maneja unos soñidos y efectos especiales propios que expresan emociones sin necesidad de acudir a las palabras, y en este sentido es un gran políglota: habla un idioma espontáneo que nace del buen sentimiento unido al orgullo de las perolas. En estos tiempos tan deteriorados es un privilegio ser natural, estar flaco y tener un fogón junto al Mediterráneo que envía a alta mar el humo de un excelente sofrito cuando el viento sopla de tierra. En realidad son cuatro las verdades que nos sustentan: la amistad sencilla, el aceite de oliva, algunos versos de Virgilio y unas sandalias que te lleven siempre por el buen camino. Pepe Piera es ese amigo que me recuerda siempre las pequeñas travesías solitarias en busca de anchoas y de otros tesoros que uno debe hacer mientras el mundo lleno de violencia se cae a pedazos en cada telediario. Desde la ciudad veo su figura lisa como de ave que se mueve entre las sartenes de la cocina y a veces creo que en este tipo de seres pensaba Protágoras cuando dijo que el hombre era la medida de todas las cosas, o sea, del arroz en su punto.