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Un hombre fiel, gris y laborioso

El retrato más difundido de Pierre Bérégovoy lo realizó en enero de 1989 el entonces ministro del Interior francés, Pierre Joxe_ "Bérégovoy", dijo Joxe, "es un hombre de perfecta honestidad y origen social muy modesto. Todo el mundo ha podido ver en la televisión la humildad de su casa, sus muebles, sus trajes e incluso sus calcetines". Las cámaras de televisión, en efecto, se habían deleitado con los calcetines rojos del superministro de Economía, Hacienda y Presupuesto, unos calcetines baratos, cortos, agujereados y de un color que no iba con el traje gris a rayas.

Bérégovoy, popularmente llamado Béré, es un obrero que ha llegado a ocupar el segundo lugar en la cúpula de la república francesa a fuerza de codos, de noches pasadas en blanco y de tragar sapos. Su vida es su trabajo. De su intimidad apenas se sabe que está casado, tiene tres hijos, colecciona antigüedades rurales, adora el fútbol y el ciclismo y fuma puritos.

De Bérégevoy, cuyo lema es "la gestión en detrimento de la imaginación", no cabe esperar frases brillantes para los libros de historia. Este hombre sopesa sus palabras, es un maestro de la sobriedad, y, al decir de los medios financieros franceses e internacionales, también del rigor en materia económica.

Bérégovoy, de 66 años de edad, secretario general del Elíseo en 198 1, ministro de Asuntos Sociales en 1982, de Economía en 1985 y, desde 1988, de Economía, Hacienda y Presupuesto, es ese gestor "eficaz" y "realista" con pedigrí de izquierda con el que sueñan las bolsas de París, Londres, Francfort, Tokio y Nueva York.

Béré nació el 23 de diciembre de 1925 en Déville les Rouen. Su padre era un obrero emigrado a Francia desde su Ucrania natal; su madre, una normanda empleada en un café, y él comenzó a trabajar a los 15 años como fresador en una empresa metalúrgica y luego como mecánico en la compañía nacional de ferrocarriles. En aquellos tiempos, los primeros años de la década de los cuarenta, Béré participó en la resistencia contra los nazis, a la vera de Roland Leroy, un futuro dirigente del partido comunista. Se cuenta que dinamitó algun que otro tren del Ejército alemán y desvío unos cuantos más.

Pero él nunca ha hecho una profesión de sus raíces populares o su militancia antifascista. Béré, y eso se lo agradecen sus interlocutores burgueses, no es el hombre que recuerde constantemente esos hechos. Como tampoco se jacta en público de su condición de autodidacto. Con un diploma de formación profesional, Bérégovoy entró al final de la II Guerra Mundial en la compañía Gas de Francia en calidad de agente comercial. Con estudios nocturnos y oposiciones internas, fue escalando peldaños hasta convertirse en uno de los miembros de la dirección de la empresa.

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Carente de carisma

Pese a su pasado, Bérégovoy no ha sido demasiado sensible en los últimos años al principal problema económico de Francia: una cifra de parados que se acerca a los tres millones de personas, el 10% de la población activa. Su predecesora, Edith Cresson, y numerosos socialistas le acusaban ayer de haber impedido al anterior Gobierno una acción más enérgica en la lucha contra el desempleo. Su cicatería presupuestaria, fruto de su obsesión por la inflación, y su carencia de carisma cuando los franceses necesitan una dirección fuerte, son los principales reproches que se le hacen en su propio campo al nuevo jefe del Gobierno.

Como superministro del área económica, Bérégovoy se ha centrado en los últimos años en la promoción de la Bolsa, la defensa del franco, la austeridad presupuestaria, la integración europea y la lucha contra la inflación, y ha conseguido excelentes resultados. Francia tiene ahora una inflación inferior a la alemana, ha mejorado la situación de su comercio exterior y es el único país europeo que cumple las exigencias de Maastricjt para pasar a la fase de la moneda única. Tales éxitos le han merecido el apodo de "el Antoine Pinay de izquierda", en recuerdo del que fuera apóstol del rigor económico bajo la IV República.

Socialista desde 1946, Bérégovoy fue colaborador de Pierre Mendes-France y es miembro del Partido Socialista (PS) desde su fundación, en el congreso de Epinay, en 1971. Desde esa fecha es también uno de los más próximos colaboradores de Mitterrand. Él fue el coordinador de la campaña presidencial del candidato socialista de 1981 y, poco después, se convirtió en el primer secretario general de El Elíseo de la larga presidencia mitterrandiana y también en la primera persona en la historia de la V República que ocupó ese puesto sin haber pasado por la Escuela Nacional de Administración (ENA) o alguno de los otros centros donde se forma la élite del funcionariado francés.

Mitterrand le ha enseñado el arte de las transformaciones camaleónicas. Bér6govoy encarna la evolución de la política económica y social. de la monarquía mitterrandiana desde la fase de «ruptura con el capitalismo" a la militancia entusiasta en la economía de mercado. En los primeros años ochenta era un firme partidario de las nacionalizaciones, la reactivación a través del consumo popular y la salida del franco del Sistema Monetario Europeo. Excelente negociador, él había sido uno de los socialistas que pusieron a punto el programa de Unión de Izquierda con los comunistas, y la derecha le acusaba entonces de querer convertir a Francia en una inmensa Albania.

Monetarista converso

Pero en 1984 Béré, como Mitterrand, se convirtió a la ortodoxia monetarista. "No se puede gastar más de lo que se gana" es desde entonces el principio de su política.

Bérégovoy ha luchado por sanear la economía francesa y hacerla competitiva, aunque fuera a costa de privilegiar las empresas privadas y en detrimento de las promesas de justicia social del PS. También ha puesto toda la carne en el asador para satisfacer el objetivo europeista de Mitterrand, realizando las reformas que permitieran a Francia estar lista para los desaños de 1993. Aunque algunas de ellas, como el cambio del régimen fiscal del ahorro, fueran en contradiccion con el programa social de su partido. Bérégovoy, como su patrón, cree que Europa pasa por delante del socialismo, y ha sido una de las personalidades que ha acelerado la unión económica y monetaria aprobada e n Maastricht.

A Béré se le había escapado Matignon en dos ocasiones: en 1984, tras la salida de Pierre Mauroy, y el pasado mayo, cuando Cresson sustituyó a Michel Rocard. Pero en ninguno de los casos hizo el menor reproche al presidente. Él ha sido siempre el hombre fiel, gris y laborioso que sirve al monarca republicano sin expresar sus sentimientos personales.

No obstante, Béré, a causa quizás de sus orígenes, albergaba una gran ambición. Ahora la ha satisfecho. Desde ayer, es el quinto primer ministro socialista de la V República y, a diferencia de algunos de sus predecesores, como Laurent Fabius o Michel Rocard, no aspira a alcanzar la jefatura del Estado.

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