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Los acontecimientos en colores

Uno de mis sobrinos, al nacer, era de color verde. No era el verde lustroso de los campos de trigo en primavera, ni el verde opaco de las botellas de champaña, ni el verde facial con que en su día apareció en las pantallas de televisión el presidente Gorbachov anunciando su dimisión. Tampoco era el verde que te quiero verde (de hecho, era un verde que nadie hubiera deseado, todo el mundo hubiera preferido un, bebé de color nacarado y natural). Dejando aparte el capricho de la piel, era un niño normalmente conformado que dejó desconcertado al cuerpo médico, y a los padres, en un estado de estupor y ansiedad fácil de imaginar. Felizmente, el fenómeno fue de corta duración. A los pocos días, y por causas que permanecen misteriosas, vino a ser paulatinamente azul, amarillo y violeta,, hasta dar con el matiz sonrosado de la buena salud. Lo que describo es rigurosamente cierto. No quiero exagerarlo. Ahora, aquel chico es un adolescente rítmico y locuaz, con la excelente constitución de que se goza frecuentando las hamburgueserías, campeón escolar de natación. Si le recuerdan su color inicial se encoge de hombros. ¿Iba a ser alga o pez? No es ésa la pregunta. Lo que siempre me ha intrigado es otra cosa. ¿Qué intención genética o mutante tuvo la naturaleza para intentar aquel ensayo de arco iris en un ser de reciente creación? ¿Por qué la duda cromática? Ahí entramos en el terreno de las hipótesis suntuosas, extravagantes, generosas en derivaciones imaginarias de lo que el universo es capaz. Estoy seguro de que me espera un aluvión de cartas, señalándome casos parecidos. Niños que nacen verdes debe de haber a montones. Se oculta o se olvida el fenómeno, pero no desaparece el interrogante inicial. ¿Por qué?(Alguien me habla de corderos con dos cabezas y niños con 24 dedos en total, variaciones aleatorias sin duda interesantes, pero que me apartan del camino que yo ando buscando. Son variantes a mi juicio más explicables que la del color. Con un animal de dos cabezas, la naturaleza ensaya el proyecto de corderos doblemente inteligentes. Con los dedos suplementarios, esos niños agraciados manipularán más fácilmente su ordenador. El ensayo de color es un lujo, una estética, al menos que se esté fraguando, con mayor sentido práctico, una humanidad futura a la que el color verde protegerá de algún tipo de radiación.)

Cualquiera que se pasee por una playa en una tarde nubosa habrá contemplado el tinte madreperla de la puesta del sol. Su delicadeza es manifiesta, evidente para el espectador. Se despliega y es un gozo suave que se cierra brutalmente con la noche. El mismo paseante, al que se supone un espíritu práctico para ver, dónde pone los pies, descubrirá entre los detritos variados que arrojan las mareas uno de esos caracoles cuyo interior, hasta la espiral más recóndita, es del mismo matiz que el que propone el cielo. Lo que en un caso se exhibe en el otro se oculta. No estoy hablando de ninguna extravagancia ni es tampoco una divagación. Sería una metáfora de dos fuerzas que concurren, una ostentosa y otra discreta, una que obra a las claras y otra que actúa en el fondo del mar. Ambas convergen en el mismo resultado. Lo interesante es constatar esa vocación.

(Aquí se me hablará de cielos cristalinos y jeringuillas olvidadas sobre la arena, preservativos fláccidos y nubes fatigadas, opalinas. No son ejemplos de recibo por tratarse de productos manufacturados. Aunque las playas estén llenas de basura, me atengo al caracol.)

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Otras invenciones elementales de la naturaleza parecen tener como objeto conducir al espectador a perplejidades aún mayores. La crecida de un río en terreno arcilloso se tiñe de sangre o del color de un vómito oreado de beodo. En la corteza de los árboles de su ribera, ciertos animalitos voraces, a primera vista inapreciables, imitan sin el menor tumulto el mismo color. Como una gallina entre los patos surge la mirada inmóvil de los que creen en Dios. ¿Y si eso fueran las sílabas de alguna escritura? ¿Y si fuera un texto sagrado? ¿El gran libro? Pero no. Dejémonos de imprentas. Lo sorprendente radica en que la fiera microscópica se alimenta de acáridos pacíficos aún más diminutos, de la misma manera que se alimenta de partículas de arcilla el río feroz. Para crear esos tintes similares, los esfuerzos son únicos. La metáfora es sabrosa. Nos ofrece la ocasión de distraemos paseando por el campo como se distraía paseando por la playa el anterior observador.

Yo soy de los que opinan que en el ámbito de la historia el mundo procede con la misma intuición. (Desde aquí me aventuro a decir que la historia es una emanación de la naturaleza a través de la evolución de ciertos monos, sin duda una evidencia, aunque los afortunados estudiosos bien armados de conceptos estén más convencidos que yo de que la historia posee una lógica diferente a la que deposita los sedimentos que formaron el carbón, por poner un ejemplo.) Prosigamos con la idea del color. Yo recuerdo los mapas de hule de mi infancia representando una Europa en apariencia serena, establecida, tan inmóvil como las horas inevitables del tedio escolar. Aquellos mapas se enrollaban en un palo. Una vez desplegados, eran superficies atractivas, satinadas, recortadas políticamente en mosaico por el punteado de las fronteras (regueros de cruces negras resultado de las muchas guerras que las delimitaron y que mencionadas en el aula pertenecían a un pasado de hazañas bélicas, historietas ilustradas por el dibujante Boixcar). El hule aparecía en ocasiones cuarteado como un proyecto azaroso producto simplemente del uso y del calor. Hay regueros de fronteras que han desaparecido como antiguos cementerios cultivados sobre los que pasa un tractor. Por otro lado se diría, refiriéndome a Europa del Este, que el azar de las temperaturas gobierna los cambios y que la manipulación intensiva del mapa político diseña un cuarteado con una incierta distribución del color. Hay ríos en crecida y funcionarios minuciosos, invisibles, carnívoros discretos, eficaces. Si la historia, como está comprobado, opera de manera dolorosa, la transformación del mapa escolar desde aquellos tiempos hasta nuestros días ha suministrado su lote de sufrimientos. Se me ocurre que las fuerzas que actúan son unas aparentes y otras ocultas, como las que actúan sobre el cielo y sobre el caracol, convergiendo en un destino cromático. No sé si hay niños verdes en matrices preñadas, niños políglotas, abocados algún día a entenderse o a soportar la más terrible radiación. Como el hule de los mapas escolares, el viejo sistema se ha descascarillado antes de que el nuevo pudiera ponerse en marcha. Lástima que la esfera del planeta que suele decorar las mesas oficiales no sea, para ver el futuro, como una bolita mágica de cristal. Nos queda el arco iris, sus reflejos y la más gratuita especulación.

es escritor.

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