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La izquierda transformadora

"El marxismo que algunos quieren enterrar, aunque no lo parezca, goza de buena salud", dice el autor de este artículo, al tiempo que reclama de los integrantes de Izquierda Unida que no malbaraten su valioso patrimonio político.

En unos cuanto s años, este apasionante siglo XX en el que tantas y tan importantes cosas han sucedido se convertirá en unas pocas líneas de enciclopedia, y la gran revolución soviética se unirá, como un eslabón más, a la cadena de grandes-pequeñas revoluciones que marcan el devenir de la raza humana.Del todopoderoso imperio romano quedan por ahí esparcidas en museos cerrados o abiertos unas cuantas ruinas. Sus estatutas de los césares y dioses, eternos y poderosos, son hoy eso tan despectivo y apasionante que llamamos arqueología. Al fin y a la postre, estamos haciendo arqueología, por lo que no parece muy sensato el andar destruyendo estatuas y monumentos que dentro de nada van, a valer un imperio. Adiós a las estatuas y sarcófagos, mas aún está ahí la cultura romana, su escala de valores, sus instituciones jurídicas y usos sociales, impregnándolo todo, y viene esto a cuento por la precipitada declaración de vencimiento, derrota y desbandada del pensamiento marxista, ignorando o despreciando más bien su palmario enraizamiento en las formas de vida de este llamado mundo occidental, aunque sólo sea por la machadiana cita de "tu contrario será tu complementario".

El marxismo que algunos quieren enterrar, aunque no lo parezca, goza de buena-salud, a los pocos más de 100 años de su alumbramiento, sin perjuicio de haber sufrido no pocas dolencias infantiles, enfermedades o mejor sarampiones, por eso de lo rojo, que han hecho creer a algunos que efectivamente era un asunto ya acabado. Hablamos del marxismo crítico, iconoclasta, desalienante, con buen tufo literario y talante antidogmático. Para buscar un símil: es como si se creyera que ha desaparecido el pensamiento y la actitud fascista porque estén criando malvas Adolfo, Benito Francisco y otros cuantos tiranos de inferior Podría decirse hoy parangonando el ritual británico: el comunismo burocrático, dictatorial, autoritario y además fracasado ha muerto, ¡viva el socialismo democrático!

De todo sarampión, varicela o escarlatina se sale vacunado, más consciente de poder volver a recaer, con el peligro que incluso comportan las paperas de perder la fecundidad del pensamiento y la fertilidad del esfuerzo. El llamado comunismo que hemos visto desarrollarse, como enfermedad infantil del marxismo, ha arrastrado al descrédito hasta el término comunista, bien honroso recuerdo de la comuna par¡siense. Es harto injusto para algunos partidos comunistas como el italiano, el francés, el portugués y el español, a los que sin el menor juicio de intenciones acerca de cómo se hubieran comportado en otras situaciones, se. les ha visto entregar todo su esfuerzo en la lucha contra el fascismo, y viviendo escrupulosamente las formas democráticas en sus respectivos países, si bien es cierto que incurrían en la inexplicable incoherencia de asumir como referencia una peculiar teoría y desechable práctica política que era la más clara negación de todo proceso de liberación humana.

Pero las cosas son así de tozudas y por ello, injusta, flógica e irrazonablemente, estos partidos pagan hoy errores graves ajenos, y necesitan, sin caer en idealizaciones, no ir contra corriente, contra la imparable corriente de los hechos, y sin menoscabo de su pensamiento, gallardamente, han de tratar de encontrar la mejor forma de hacer real su lucha por el socialismo, eludiendo lo que pueda esterilizar su acción política, en un mundo en que no sólo no han desaparecido las contradicciones, para cuya superación alumbróse su pensamiento, sino en el que cada día son más hirientes. No volvamos a aquello de "cuando la línea del partido no coincide con la realidad, es la realidad la que se equivoca".

Algunos, sometidos a tan difícil envite, se retrotraen a situaciones pasadas, y nada parecidas a las de la fecha. Entonces era obligado, con renuncia a un bien merecido protagonismo y capitalización, ir construyendo plataformas, frentes, juntas, colectivos, en los que se practicaba el más inocultable dirigismo. Si entonces aquel, proceder tenía su lógica, hoy no la tiene. Izquierda Unida no puede ser un magmático y evanescente movimiento sociopolítico en el que los miembros del PCE tengan que ocultar su peso mayoritario y su mayor grado de militancia y organización; donde haciendo gala de ¿generosidad? concedan situaciones de privilegio a quienes no siendo comunistas son buenos para el cartel. El planteamiento de conversión de IU en la correa de transmisión de quienes se autoconsideran el intelectual vertebral, la vanguardia garante de las esencias, o la columna medular, no es sostenible desde la mínima postura de respeto a los coaligados, por inferiores en número que éstos sean, organizados o no en partidos, o proclamándose independientes.

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Debilidad ideológica

Sin pretenderlo se da la imagen de una cierta desconfianza en el proyecto global, convirtiendo en táctica lo que se afirma como estrategia, o se practica una mal disimulada patrimonialización, si tras de ello no se oculta recelo ante la ¿debilidad? ideológica de los coaligados, capaces de desviarse del recto camino marxista-leninista para, caer en la interpretación marxiana socialdemócrata. Tras el justificado orgullo de mantenimiento de unas siglas, de satisfacción por un positivo balance político histórico, y hasta de respeto hacia muchos hombres y mujeres que se sacrificaron bajo estos. emblemas, puede haber dosis de contrabando burocrático y corporativismo funcionarial.

Alguna contradicción se aprecia en la resistencia a construir, sin prisa ni pausa, con reflexión, rigor, seriedad, cautela, sin improvisaciones, una nueva formación política, bajo la forma de un nuevo partido llamado Izquierda Unida, cuyo comportamiento le aleje de vicios oligarquizadores, pretextando que esta forma organizativa partidaria está anticuada. Es lógico el recelo, dada la desviación burocrático-institucional de la mayoría de formaciones en los sistemas parlamentarios y su privatización por los aparatos, mas si ello es así la clásica organización comunista no es precisamente la superación de este peligro. Para aferrarse precisamente a la permanencia de un partido no parece lógico decir que los partidos ya no son válidos.

No. es riguroso sostener que partidos diftíntos, con sus propias siglas, con organizaciones diferenciadas, con congresos privativos, direcciones propias y financiación particular se confundan asambleariamente, para otra cosa que no sea el análisis político, el establecimiento de prioridades en la lucha, el programa político máximo y mínimo, de lo que se vista como se vista es una coalición estable, pero coalición. Una coalición electoral tiene sus signos de identificación y reglas, como las tiene una unión temporal o permanente o una confederación de partidos, que se reservan celosamente su personalidad, bien fuere por su ideario y programa bien diferenciado, o por su historia y cultura política. Incluso cayendo en el eufemismo de llamarlos tendencias organizadas, o corrientes partidarias, todo lo relativo a la composición de los órganos dirigentes, de la representatividad en las instituciones, de la política de alianzas internacional y nacionalmente ha de ser objeto del, a veces inalcanzable, consenso. Y eso en lenguaje cervantino se llama reparto, más o menos equitativo y más o menos respetuoso, de cuotas de poder, que perjudica a los no organizados ni en partido-corriente-tendencia, ni el lobby-camiarilla-grupo de presión.

Muchos saben ya que Izquierda Unida no es la vergonzante reconstrucción de un Partido Comunista arrollado por las circunstancias históricas, y aunque así lo digan los voceros del actual régimen, tampoco es el refugio de los socialistas rencorosos expulsados de la cueva común por el césar dios y su flamígero arcángel. Izquierda Unida es el tangible proceso teórico y organizativo, de la acción diaria y cotidiana de la izquierda que conserva sus señas de identidad transformadora. Esto no es ya encuadrable en una simple coalición electoral, y está sobrepasando vertiginosamente la dinámica de una coalición estable de partidos, entre otras razones por la masiva adhesión de personas independientes de verdad que por la práctica de relaciones intrapartidistas no gozan de la situación de igualdad a que tienen derecho.

Los procesos políticos, sociales y económicos nos enfrentan en cada momento a la mutación dinámica, a retos que se ha de saber asumir sin ombliguismos, con toda clase de cautelas y garantías, sin improvisaciones, mas sin escudarse en patrioterismos de siglas, con un auténtico sentido de lo que es la izquierda transforinadora, a la luz de lo que resulta más conveniente para la clase a la que queremos servir y defender, porque de ella nos reclamamos -en el sentido que esa palabra clase tiene hoy en día, aquí, en Europa y en el mundo- en instituciones nacionales e internacionales en las que la indispensable representación política de la izquierda no claudicante no se corresponde con su sustento social.

Las expectativas de Izquierda unida por su limpia forma de hacer, por su coherencia, por su flderazgo, por su credibilidad no se deben malbaratar y esa responsabilidad es la que debe guiar todas nuestras reflexiones y decisiones. A veces tiene uno la sensaclón de que en una parte del partido mayoritario más que pensar en el PCE de Izquierda Unida, están pensando en la IU del PCE, y de que por el otro costado, miembros de los partidos minoritarios, Pasoc e Izquierda Republicana, se apoltronan a gusto en la cómoda situación de esperar a que haya elecciones, confiando en que de tantos o cuantos puestos a cubrir, a los suyos, a ellos, les tocará su parte. Esto ño es sólo una marrullería, es un profudo error político.

Hemos comprobado úna vez más la precariedad de lo irreversible. Una vez más la máxima latina que diadema tantos y tantos relojes de sol vigilantes desde campanarios y torreones se ha vuelto a hacer realidad, por lo que hablar de eternidad e inmortalidad parece poco riguroso.

En la vieja frase bíblica "seréis como dioses", latía más el señuelo de la soberbia que la ensoñación con promesas de eternidad, aunque la mayor expresión de la soberbia sea el anhelo de eternidad, incluida aquélla de ganar fama y pasar a la posteridad, dejando perenne memoria, cuando el estar y pasar por la realidad es más materialista y más dialéctico.

Pablo Castellano es presidente del Partido de Acción Socialista.

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