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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Debate sindical

"¡RECORDAD QUE no somos un movimiento clandestino!". Resulta asombroso escuchar este grito en la tribuna de oradores de la convención anual del Trade Unions Congress (TUC) británico, el movimiento sindical más antiguo del mundo. Y, sin embargo, refleja apropiadamente la realidad: el TUC está hoy agazapado como un animal herido, débil por la hemorragia de afiliados (de 12 a 8 millones en sólo 10 años), dolido por el desdén que recibe de la sociedad a la que en teoría representa y temeroso de afrontar sus graves contradicciones internas. Durante más de una década ha pagado, con la moneda del descrédito social, los excesos cometidos en los años setenta.El sindicalismo británico nació y se fortaleció como el instrumento de defensa de los trabajadores ante las imposiciones de los poderosos industriales decimonónicos. Libró sus más célebres batallas en las minas y en las factorías, reivindicando los derechos de unos hombres que movían con su sudor las cadenas de montaje. Pero los hechos de hoy no se corresponden con la vieja tradición del industrioso Reino Unido. De los 1,8 millones (le nuevos empleos creados entre 1983 y 1991, 1,65 millones han sido ocupados por mujeres. Y casi la mitad son empleos a tiempo parcial. Sólo unos pocos miles de esos nuevos puestos de trabajo corresponden al sector industrial, y de ellos casi todos han sido creados por compañías japonesas o norteamericanas que rechazan el sindicalismo unitario británico y negocian directamente con las uniones sectoriales interesadas, abriendo escisiones en el TUC. La empresa pública, el tradicional bastión de los sindicatos, puede darse por extinguida tras las sucesivas oleadas de privatizaciones.

Cuando empiezan a salir del túnel del thatcherismo, los sindicatos se topan con una nueva realidad que no acaban de aceptar. Y por el momento simulan ignorarla. Aparecen, sin embargo, señales que pro, nostican un próximo debate sobre los conceptos básicos del TUC. Esta semana, en Glasgow, la Unión de Mecánicos -de notable peso dentro de la unión de sindicatos por su hegemonía en las compañías automovilísticas- defendió a la Unión de Electricidad, Electrónica, Telecomunicaciones y Fontanería, expulsada de la organización hace tres años por negociar sectorialmente, el gran tabú, con las empresas japonesas. Los mecánicos fueron derrotados en su propuesta de readmitir a los electricistas, pero recibieron el apoyo entusiasta de una significativa minoría. No todos creen ya en la filosofía unitaria que proporcionó su antigua fuerza al TUC.

La esclerosis sindical británica trasciende el mundo de la economía y el trabajo. Su tradicional aliado político, el Partido Laborista, seve irremediablemente lastrado en términos electorales por la muy estrecha relación orgánica que mantiene con las organizaciones de trabajadores (aunque dos de cada cinco afiliados a un sindicato voten a los conservadores). Y, tal como se ha visto en Glasgow, se genera un círculo vicioso: los sindicatos evitan debatir o aprobar todo aquello que, en su opinión, pueda hipotecar gravemente el programa electoral laborista (hoy por hoy basan todas sus expectativas de futuro en la desaparición dela mayoría conservadora, sañudamente antisindical), pero ello es percibido negativamente por gran parte de la opinión pública, que interpreta que los sindicatos sólo aspiran a una vÍctoria laborista para volver a dirigir el país a través de un Gobierno supeditado a sus deseos.

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Dentro de los sindicatos, no son pocos los que consideran que ha llegado el momento de romper con el laborismo, en bien de unos y otros. Toda la vieja estrategia del TUC está cuestionada. Y no parece razonable demorar mucho más un debate en profundidad. Debate que, como los españoles sabemos, no se puede circunscribir precisamente al Reino Unido.

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