_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Miedo

Rosa Montero

Sería muy consolador que los vecinos de Mancha Real, Incendiarios de casas de gitanos, fueran unos monstruos evidentes. Que apalearan a sus propios hijos y que crucificaran a sus gatos. Que tuvieran un aspecto bestial y el hocico con chirlos. Pero no. Seguramente son personas corrientes. Besarán a sus niños y lagrimearán viendo los melodramas de la tele. Como usted y como yo. Como cualquiera.Y sin embargo, los vecinos de Mancha Real hacen cosas terribles. En las tiendas, por lo visto, no se vende comida a los gitanos. En los bares no se les sirve. Y por las noches aplican la tea. Todo empezó, dicen, cuando un gitano atacó a un payo. Tienen miedo. Los vecinos de Mancha Real sin duda tienen miedo, y de ahí sale todo. El miedo es un sentimiento envilecedor que anula el pensamiento y cría monstruos. Así nace el racismo.

Sucede en todas partes. Veo crecer el racismo en Europa, nutrido por la inseguridad de nuestro bienestar, por el miedo a los pobres que nos miran. Porque llegan los indigentes a millones. Son cobrizos, negros o tostados. Son, sobre todo, incultos y pobres. Se les arrincona en el nivel social más bajo, y probablemente muchos cometerán delitos; no es una cuestión de raza, sino de miseria. Pero de este modo el el ciclo se cierra: cuanto más se les margine más delinquirán y más crecerá entonces el bicho interior, el racismo que nos devora las entrañas. Los vecinos de Mancha Real podrían haber intentado comprender, con un esfuerzo del corazón y de la razón, que un gitano criminal no supone la condenación de toda su raza. Pero han sido quizá débiles, y la brutalidad les ha atrapado. Inquieta ver cómo un pueblo normal se convierte en un Fuenteovejuna de linchadores. Mancha Real es el espejo de nuestro monstruo interior, de nuestro miedo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_