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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Más que un banco

LA CONSTITUCIÓN formal del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD), casi un año después de que se suscribieran sus estatutos, apenas ha servido para precisar sus líneas básicas de actuación y mucho menos para eliminar las susceptibilidades de algunos de sus más importantes accionistas acerca del protagonismo de su presidente, Jacques Attali, y del Gobierno que generó tal iniciativa. El apoyo a los países del centro y este de Europa en su transición a modelos económicos y políticos homologables a los de Occidente, enunciado genérico en el que se justificó la constitución de este banco a iniciativa del presidente Mitterrand, ha de concretarse ahora en una estructura de organización específica, propia de la naturaleza bancaria de la institución, y en la definición de los criterios que han de informar sus decisiones.El nuevo banco cuenta con un capital social de 10.000 millones de ecus (1,3 billones de pesetas), repartido entre 39 Gobiernos accionistas más la Comunidad Europea y el Banco Europeo de Inversiones, y del que sólo ha sido desembolsado un tercio. Con tales recursos difícilmente podrá la nueva institución aportar un apoyo financiero efectivo a los planes que han motivado su creación. Su actividad inversora, destinada mayoritariamente a prestatarios privados y al apoyo de los procesos privatizadores, contará, por tanto, con importantes restricciones financieras, para cuya superación será preciso el concurso de recursos adicionales ajenos al banco.

La cuestión de los recursos propios, que debería preocupar a cualquier responsable de una institución de ayuda económica, no parece, sin embargo, producir ningún quebradero de cabeza a Jacques Attali, aparentemente poco inclinado a limitar los perfiles del BERD a los más prosaicos de una institución estrictamente bancaria, defendidos por algunos de sus Gobiernos accionistas, en especial el de EE UU, titular de un 10% del capital fundacional. Tampoco las autoridades británicas parecen ocultar sus cautelas, a pesar del acuerdo inicial con los franceses que condujo a la localización permanente del banco en Londres.

Esos problemas y reticencias iniciales, vinculados estrictamente al gobierno de la institución, derivan en gran medida de la forma en que fue concebido el proyecto. Pródigo en pretensiones grandilocuentes propias de un paneuropeismo de laboratorio, carece, sin embargo, de concreción en cuanto a los criterios que habrían de informar el urgente apoyo económico al este de Europa. La polémica que rodeó la designación de su presidente y la elección de la sede del banco fueron en sí mismas expresivas de esas susceptibilidades hoy dominantes. El conflicto de concepciones sobre la orientación del banco, presente en las primeras sesiones de su constitución, puede llegar a ser un obstáculo importante para su funcionamiento. De momento, parece distraer la atención de sus responsables de las perentorias necesidades de los países a los que debe prestar ayuda.

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Las economías surgidas del cataclismo comunista necesitan, antes que nada, recursos financieros y técnicos. Y la principal tarea del nuevo banco debe ser suministrarlos en las debidas condiciones de eficiencia. Dudosa aportación la de Occidente si una iniciativa como la que ahora comienza su andadura reproduce la más improductiva desconfianza y la retórica más huera que ha estado presente durante años en algunas de las instituciones económicas multilaterales.

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