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Perros con chófer

Una jornada en una clínica veterinaria del barrio de Salamanca

La encontraron tirada en la calle. Acababa de atropellarla un coche. El matrimonio Ruiz recogió a la malherida perra en el aeropuerto de Barajas y la llevó directamente a la clínica veterinaria de la calle de Velázquez. Su estado era grave, y se necesitó la asistencia de tres doctores. Ocho años después, Dolly, nombre con el que bautizaron a la perra callejera, volvía al mismo quirófano. Esta vez para extirparle un tumor. Casos como éste se producen en una clínica preparada para atender tanto a canes que llegan de la mano del chófer de la señora como a pumas con fracturas de fémur o pitones que han perdido el apetito.

La sala de espera de la clínica, decorada con cuadros de animales, acoge a un matrimonio; ella, abrazada a su perra, parece compungida. En otra esquina, María del Valle trata de tranquilizar a su caniche. "Desde que doblamos la esquina de la calle empieza a temblar", dice; "es como un niño que va al pediatra". Y es verdad. Chorba, el caniche de tres años, vomita en la sala a los pocos segundos de entrar. Mientras un empleado limpia el suelo, Chorba es introducida en la sala para una limpieza de boca.José Ballester Dupla, madrileño, de 38 años, fundó la clínica hace siete. "En España contamos con 1.600 veterinarios especialistas en pequeños animales. El país que mejor cuida a sus animales es el Reino Unido; después, Francia, Alemania y Holanda. Sin embargo, nuestro país es el que más veterinarios produce".

Ballester sabe que sus clientes tratan a sus animales como a uno más de la familia. Les hacen compañía. Una mujer amenazaba con morirse el día que su perro falleciera; no cumplió su amenaza. Otra pidió que la incineraran junto a su perra.

Ballester conoce también familias que compran un bicho para diversión de los niños y lo abandonan cuando crece. Otros creen que la clínica extermina animales y llegan al centro con la pretensión de sacrificar a su mascota.

Rayos láser en la herida

El director de la clínica realizó esa mañana una intervención quirúrgica. Además de extirpar el tumor de Dolly, hizo dos limpiezas de dientes, vacunó a Benson (un teckel propiedad del hijo del embajador de España en Japón) y aplicó rayos láser a una herida mal cicatrizada en el lomo de un cocker que se quemó con aceite. La clínica dispone de un servicio de urgencia. Ballester lleva siempre consigo un busca que le permite atender cualquier emergencia.Por la situación del centro, situado en el barrio de Salamanca, parte de los clientes es gente adinerada, entre los que se cuentan políticos y personajes de la jetset.

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El local dispone también de peluquería y baños. Los animales aguardan, enganchados por la cadena a una barra, que les llegue su turno. Sus dueños volverán a recogerlos. Como ya es habitual, la señora de Hermosa envió ese día a Whisky, un caniche de 16 años, con su chófer para que le arreglaran el pelo. Antonio, el peluquero, conoce a Whisky desde que era un cachorro. El caniche luce un corto pantalón.

Puky, otro caniche, lleva un peinado estilo borreguito. En la clínica la operaron de anginas y ha posado como modelo de una revista de modas. A Chulin, otro caniche, el peluquero le corta el pelo al cero; sólo le deja sin rasurar las orejas, moña y borla en el rabo. Chulin parece un punky, sólo se le ve la cresta. Marina Rodríguez, su dueña, comenta al llevarse a Chulin que no ha parado de ladrar: "Se ha quedado en nada. Es muy mimoso y está muy consentido". Cerca de la peluquería queda la sala de hospitalización, en la que se encuentran dos perras internadas en jaulas; una de ellas fue atacada por un mastín que le ocasionó rotura de riñón; la otra está operada de cáncer de mamas.

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