La derrota se lee en los 'carapintadas'
El betún no puede ocultar el rostro de la derrota total. Los carapintadas, que en sus tres alzamientos anteriores habían logrado pactar condiciones para su retirada, fueron desalojados, esta vez con la misma violencia que hasta ahora los militares habían empleado sólo para la guerrilla, por los militantes políticos. La desesperación con que actuaron puede medirse por el bajo nivel jerárquico de los componentes de la banda: un par de coroneles, un par de mayores, capitanes, suboficiales y espontáneos dados de baja de las filas, pasados a disponibilidad o retirados.A ellos se sumaron un grupo de ex comandos de la Prefectura, la policía marítima, los Albatros que acompañaron a Seineldín en diciembre de 1989 y los habituales ultras civiles.
El líder histórico Mohamed Alí Seineldín, el coronel que hizo proselitismo por todo el país, al que supuestamente apoyaban obreros desocupados, pequeños empresarios y sindicalistas, no estaba allí. Los pintadas todavía le piden al Turco que "apure el camello", pero Seineldín almorzó ayer un pollo hervido acompañado de ensalada de verduras y siguió la batalla desde un viejo televisor que transmitía imágenes en blanco y negro en el casino de oficiales del Regimiento 41 de Caballería, en San Martín de los Andes, provincia de Neuquen, distante unos 1.500 kilómetros al sur de la ciudad de Buenos Aires.
Político de raza
Su antiguo discípulo en la Escuela de Comandos de la Infantería, el teniente coronel Aldo Rico, aprovechó para hacer campaña electoral.
Por la condición de un político de raza se instaló en su despacho en el centro de la ciudad, desde donde aspira a la gobernación de la provincia de Buenos Aires, y trató "de comprender" y explicar todo lo que estaba pasando ante los periodistas que le consultaban.
La ausencia de los líderes y la incapacidad del llamado Estado Mayor del E¡ército Nacional para lograr adhesiones, revela que el movimiento carapintada agoniza.
El año militar se cierra con el anuncio de una reforma que se propone reducir personal, trasladar unidacies y vender bienes. Los pases ascensos los van a dejar definitivamente fuera de las filas.
El discurso fanático de los grupos de civiles fascistas les alentó a actuar en defensa de un ejército que consideran al borde de la destrucción.
Esta vez el plan era aún más audaz que todos los anteriores: aspiraban al reemplazo del jefe del Estado Mayor, teniente general Martín Bonet, por un oficial que les garantizara la transición hasta que Seineldín fuera reivindicado.
La reacción del Gobierno de Carlos Menem, que decretó de inmediato el estado de sitio y ordenó la represión, les agujereó a cañonazos un globo que ellos mismos habían inflado demasiado.
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