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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Más que una riña

A PRINCIPIOS de verano, cuando surgió el conflicto diplomático con España, el régimen cubano estaba especialmente susceptible ante lo que sospechaba era una conjura internacional para acabar con él. En realidad, lo que estaba ocurriendo era que se manifestaban cada vez más claramente los efectos de la desaparición de la guerra fría. La certeza de Castro de que la URSS, su protectora desde hace tres décadas, se proponía ir reduciendo paulatinamente la ayuda prestada a La Habana agravó el aislamiento de su sistema. En la primavera, Felipe González y el presidente de Venezuela se habían entrevistado con Castro en Brasilia, señalándole los graves peligros de su inmovilismo. Castro reaccionó con la dignidad ofendida del rico arruinado al que se ofrece ayuda.En ese contexto, el grave incidente de la embajada -en cuyo recinto entraron policías castristas a tiros- fue convertido por el propio Fidel Castro en lo contrario de lo que era: prueba de la mala voluntad española. Seguramente tenía en mente las imágenes de los miles de alemanes orientales refugiándose en la Embajada de la RFA en Praga. El Gobierno español, siempre benevolente con el cubano, se limitó a protestar y a exigir que no se repitieran los hechos. La Habana respondió con una insólita nota de descalificación del ministro español de Asuntos Exteriores.

Estos días, tras un goteo que se inició por donde se esperaba -los fornidos, posiblemente infiltrados de la propia policía cubana-, los últimos refugiados han abandonado la embajada aparentemente por su propia voluntad. Ello no borra el grave incidente diplomático. El embajador español -aunque sea nuevosigue sin estar en La Habana, y, por más que haya habido negociaciones discretas, ni la violación de la sede diplomática ni los intolerables insultos al canciller español han tenido por el momento la mínima satisfacción. La presencia del nuevo embajador debería estar precedida de una premisa imprescindible: excusas claras y pertinentes por parte del Gobierno cubano. La Habana tiene que comprender, además, que la petición de que deje salir de la isla a cuantos quieran marcharse de ella, incluso si es temporalmente, no es consecuencia de una simple riña de familia.

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