Mi hombre
Es mi hombre. Investiga, uno detrás de otro, esos asuntos procelosos que todos evitan, y lo hace con la discreción de un héroe clásico. Ha rogado a los medios de comunicación más de una vez que, como precaución elemental, no sacaran su imagen. No ha servido de nada: sus fotos han aparecido en todas partes, y ahora su rostro nos es sobradamente conocido. Un rostro quizá demasiado pulcro y primoroso, de antiguo galán de cine mudo. Su apariencia es a todas luces engañosa: es un hombre con mucha más enjundia interior que la que le asoma a las mejillas. Estoy hablando, claro está, de Baltasar Garzón.Es mi hombre. Tiene el coraje de enfrentarse a maldades enormes. Es decir, actúa en la zona turbia y crepuscular del cuerpo social; en ese territorio inabarcable, solapado y equívoco en donde los ladrones pueden ser policías o los asesinos prohombres condecorados de la patria. Las grandes mafias de la droga, de la corrupción política y del terrorismo son los dragones del mundo moderno; y el humano de a pie siempre se ha sentido inerme y desamparado ante los dragones. Pero ahora ha llegado Garzón, rebanando cuellos escamosos cual si fuera san Jorge. Y con él trae un gramo de esperanza en la justicia.
Comparado con las aplastantes dimensiones de sus adversarios, Garzón no es más que una hormiga. Pero una hormiga lúcida y tenaz, capaz de mover montañas grano a grano. Hay que agradecerle la intensidad y la integridad, el coste personal, los muchos redaños. Porque estoy segura que de aquí a poco se desatará una campaña en contra suya. Quizá le acusen, en plan zafio y brutal, de destripar viejas en noches oscuras; o quizá utilicen modos más sutiles, insidiosos rumores de embriaguez, atropello con fuga, lepra o halitosis. Digan lo que digan, oigan lo que oigan, no hagan caso. Porque Garzón es nuestro hombre. Es la hormiga hermana que nos defiende.
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