Fin del monopolio
LA REFORMA emprendida por Mijail Gorbachov en la Unión Soviética puede haber pasado en estos días el punto de no retorno. En efecto, la decisión adoptada por el Comité Central del PCUS de poner fin al monopolio político del partido comunista y aceptar que la URSS se convierta, en un plazo más o menos rápido, en un país con pluralidad de partidos significa, ni más ni menos, la negación del principio básico que ha sustentado el sistema durante los últimos 70 años. A partir de ahí, ya nada podrá ser igual que antes, por mucho que la medida se haya rodeado de cautelas cosméticas destinadas a no provocar un enfrentamiento directo con la ortodoxia.La decisión es un triunfo de Gorbachov frente a los conservadores, pero es, sobre todo, una victoria del ala reformista radical de la perestroika, que el pasado otoño pidió en el Congreso de Diputados la supresión del artículo 6 de la Constitución, el que santifica el papel dirigente del PCUS. Fue la última batalla del anciano Sajarov. Entonces Gorbachov se opuso a una demanda que juzgaba prematura. Ahora la presión de una sociedad civil en reconstrucción, en la que florecen plataformas, clubes y frentes populares, y que se expresó en la gigantesca manifestación del domingo pasado en el centro de Moscú, ha logrado un cambio de los criterios del equipo gorbachoviano.
El entierro del artículo 6 es la medida más trascendental adoptada en los cinco años de perestroika, ya que el papel dirigente del PCUS era la piedra de toque para definir el socialismo real. Los carros de combate fueron enviados a Praga en 1968 porque Breznev consideró que Dubcek abandonaba ese principio. Una vez aceptada la pluralidad de partidos y el juego democrático, todo se pone en cuestión: incluso si la URSS seguirá siendo, o no, socialista. Lo decidirán los votos. A esta apertura audaz se ha comprometido Gorbachov.
A pesar de los ataques del sector conservador, el comité central ha aprobado la posición de Gorbachov. Pero, aunque es un paso esencial, la batalla no está ganada. Dos momentos serán decisivos: las próximas elecciones a los soviets locales y republicanos -que pueden eliminar a gran parte del arcaico aparato comunista- y el congreso del PCUS, adelantado a junio o julio, y que deberá definir al nuevo partido comunista. Con vistas a ese congreso, Gorbachov ha propuesto cambios serios, tales como el abandono del centralismo democrático y la remodelación de los órganos dirigentes, con un comité central renovado y más restringido. Pero ¿serán suficientes esos cambios para que el PCUS pueda protagonizar las grandes mutaciones en curso? En la lucha política pluralista que se avecina, y teniendo que asumir graves responsabilidades por las crisis que sacuden al país, ¿hasta qué punto podrá el PCUS conservar un peso determinante frente a nuevas tendencias, liberales y socialdemócratas por un lado, nacionalistas por otro, algunas con ribetes antisemitas, como en Pamiat?
Después de meses de rumores sobre su retiro, Gorbachov sale fortalecido. Es más: la campaña de sus íntimos a favor del presidencialismo parece anunciar un proyecto dirigido a reforzar sus poderes como jefe del Estado. Llegado el momento, podría dejar la secretaría general a un fiel y asentar el centro del poder en el Estado y no en el partido. Sería la conclusión lógica del proceso que el entierro del artículo 6 de la Constitución ha puesto en marcha.
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