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Las cautelas políticas de la Cruz Roja

La entidad humanitaria fundada en Suiza celebra su 125º aniversario

Milagros Pérez Oliva

¿Quiénes son esos 1.200 hombres que, amparados en un brazalete blanco con una cruz roja, visitan prisiones, se entrevistan con los jerarcas políticos o intervienen en los más sangrantes conflictos bélicos? Son los delegados del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), una institución de derecho público suiza encargada de velar por el cumplimiento del derecho humanitario consagrado en los convenios de Ginebra. La opinión pública los confunde a veces con los voluntarios o soldados de la Cruz Roja. A pesar de actuar bajo el mismo emblema, los delegados del CICR se ocupan únicamente de las víctimas de la guerra y los conflictos políticos, y la Liga de Sociedades de la Cruz Roja, de los afectados por los desastres naturales. La vinculación de las sociedades de la Cruz Roja a los Gobiernos nacionales creó la necesidad de este comité neutral para conflictos bélicos o políticos.

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Límites al derecho humanitario

Han pasado exactamente 125 años desde que expertos de 16 países acudieran a la llamada del ginebrino Henry Dunant y redactaran las 10 resoluciones que inspirarían el movimiento de la Cruz Roja. La idea nació de una imagen de terror: la que Henry Dunant vio en 1859 al atravesar la Lombardía en llamas tras la sangrienta batalla de Solférino. Dunant conmovió a Europa con su libro Recuerdo de Solferino, en el que propuso crear un movimiento de socorristas voluntarios neutrales que asistieran a los soldados. "Los heridos no deben ser considerados ya como un enemigo ¿Con qué fuerzas van a combatir?", decía Dunant.La idea obtuvo entusiastas apoyos, y en menos de 10 años se constituyeron, además de la organización central, sociedades nacionales en 22 países. Posteriormente, la euforia que la paz trajo tras la I Guerra Mundial hizo pensar que ya no sería necesario un organismo humanitario neutral e independiente de los Gobiernos.

Olfato político

Existía el convencimiento de que no volvería a repetirse un conflicto como aquél, y los impulsores del movimiento decidieron federar las sociedades nacionales en una liga, orientada en adelante, a prestar asistencia sanitaria y social -en un clima de paz. Una parte de los promotores del movimiento sostenían la necesidad de mantener activo un organismo realmente independiente. La pugna fue dura, y finalmente, en 1928, se llegó a un compromiso: el CICR actuará en tiempos de guerra y en los conflictos políticos, y la Liga, en tiempos de paz y en los desastres naturales.Luego se comprobó que la euforia de los años veinte había sido vana. La II Guerra Mundial provocó millones de víctimas, que no eran ya sólo soldados. El CICR hizo un trabajo ingente ayudando a los prisioneros y buscando a miles de desaparecidos y deportados. Pero aquél era tiempo de gran confusión, y hoy una parte de sus propios dirigentes revisan con ojos críticos la pasividad de la organización frente a los campos de exterminio nazis.

En 1949 se firmaron los convenios de Ginebra, que definen los principios de¡ derecho humanitario. Los Estados firmantes reconocer, al CICR como el organismo internacional encargado de hacerlos cumplir en los conflictos armados. La mayor parte de la opinión pública mundial, sin embargo, cree que la Cruz Roja es un solo organismo. Y a pesar de la estricta separación de funciones, a veces se han producido roces entre el CICR y la Liga de Sociedades de la Cruz Roja, mucho más condicionada por los intereses de las diferentes sociedades nacionales. La Liga agrupa hoy a 150 sociedades nacionales y tiene 250 millones de miembros en todo el mundo. Momentos tensos se vivieron durante el mandato del español Enrique de la Mata, que aparecía siempre como presidente de la Cruz Roja Internacional, cuando únicamente lo era de la Liga.

El CICR está regido por una asamblea de ciudadanos suizos, 25 como máximo, reclutados por rigurosa cooptación. Su actual presidente es Cornelio Somarruga. Tiene 600 delegados en Ginebra y otros tantos en 40 delegaciones en las zonas de conflicto. Sólo los ciudadanos suizos pueden ser delegados del CICR, y su contratación es objeto de una rigurosa selección.

La principal actividad del CICR se desarrolla en las prisiones y en los campos de refugiados. El CICR ha intervenido en 120 conflictos desde la II Guerra Mundial. Ha visitado, uno por uno y varias veces, a más de 500.000 prisioneros políticos. No se trata de visitas protocolarias. El CICR no acepta intervenir si el Estado que lo autoriza no garantiza determinadas condiciones: que dispondrá de listas completas de prisioneros; que podrá visitarlos individualmente a todos y en cualquier momento, en cualquier lugar de la prisión y sin ningún testigo, y que podrá repetir la visita tantas veces como quiera. Es la forma de evitar represalias contra los prisioneros visitados.

No siempre los Gobiernos aceptan estas condiciones, pero pagan un alto precio político por ello. La regla de oro de¡ CICR es la neutralidad frente a todos, y su enorme influencia internacional se asienta precisamente sobre el convencimiento público de que es cierta. El CIRC no condena al agresor, pero ayuda a la víctima.

Trabajar sin distinción de bandos implica, sin embargo, una restricción en la toma de posición pública. El precio de poder actuar es el silencio. Los delegados del CICR elaboran los comunicados más severos, pero no los hacen públicos salvo uso partidista de los mismos. Los entregan al Gobierno y a las partes implicadas. ¿Para qué sirven, pues, si no se revelan las barbaries que denuncian?, les preguntan los movimientos más radicales. Ellos responden que precisamente por ese silencio son los únicos que pueden llegar al corazón de los conflictos más lacerantes. Y el simple hecho de que un prisionero figure en las listas de] CICR es ya en muchos casos una garantía de vida para él. "Afortunadamente, además de nosotros existen organizaciones como Amnistía Internacional, más libres políticamente", dice un delegado.

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